Aventura en el supermercado
Los consultorios médicos y los supermercados son dos lugares obligatorios para quienes han entrado en la tercera edad
Con los años hay dos lugares que son obligatorios para la gente como yo, que ha entrado en esta maravillosa tercera edad, los consultorios médicos y los supermercados; hay otros, pero estos son los más cotidianos.
El super es un lugar que al fin he logrado disfrutar, además de que en nuestra ciudad se multiplican como conejos y casi en cada esquina encuentras uno, amén de los colmados más pequeños con servicio inmediato a domicilio.
El super es mi lugar de encuentro, viejos amigos, gente que me ayuda al seleccionar los vegetales, alguien que al saberme en cultura me hace un comentario sobre temas que se supone domine y pongo cara de que sí, otros que comentando los precios me indican otros de igual calidad más baratos, etc.
En el super surgen simpatías que agradezco y que cuando volvemos a coincidir nos saludamos con familiaridad.
A Marcel, vieja amiga y en su otoño como yo, me la encontré frente a los quesos. No sé porqué de solo vernos nos contagió la risa.
Las preguntas de rigor, saber de su marido, su respuesta inmediata -viejo y difícil pero contento- y de inmediato riéndose estruendosamente me comentó que el día anterior los dos se cayeron al piso y no había quien los levantara y que tirados como dos abandonados no paraban de reírse.
-Ya no nos queda de otra, esta edad tiene dos salidas o te ríes de todo o te pones a llorar por lo inútil que te vas poniendo. Yo decidí reírme -me dice enfáticamente.
Me sumé a sus declaraciones y una risotada nos llevo a otra, luego hablamos de los hijos, unos más cerca, otros más lejos, de lo diferentes que eran saliendo del mismo vientre y de lo importante que era aprender a soltarlos.
-Cuando vienen somos felices -continua ella lata de sardinas en mano-, esta marca le gusta a mi marido, si se la llevo de otra pelea, y yo complazco, y cuando no vienen felices también, ya no esperamos nada.
Marcel es una mujer sabia, toma de la vida lo que esta le ofrece, ya sembró mucho y bien, creó un hogar modelo, bueno lo intentó, y en este atardecer de la vida celebra todos los colores que le produce su cielo.
No podía dejar de reírme al escucharla con tanta sabiduría y tranquilidad, coincidimos en dos o tres pasillos más y cada vez que nos pasamos algún comentario me hizo que me lleno el corazón de gozo.
-Aprovecha los vinos a ti que te gustan tanto, hay muchos buenos a buenos precios.
-Eso haré -le dije.
Fue tanta mi alegría que llené el carrito de cantidad de cosas que nunca compraba y, naturalmente, al final en la caja pagando di un brinco a la realidad.
Pero, como decía mi hermano José Alberto, “consiéntete hermano que en la caja no caben tus ahorros” y le hice caso. Salí cantando Por amor...
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