Un lío, y no de ropa
El desafío ortográfico de las palabras homónimas y homógrafas
Un paseo reciente por Samaná me ha recordado lo complicados que pueden ser ortográficamente algunos pares de palabras. El español ha adoptado la palabra cayo, de origen arahuaco, para referirse a islas e islotes rocosos y, a veces, con preciosas playas arenosas, propios de las Antillas. Nuestra lengua tenía ya en su acervo léxico la palabra callo, procedente del latín callum, para nombrar la dureza que se forma en la piel a causa del roce o la presión constante. En el español de España se usa también esta palabra para referirse a un plato similar a lo que para nosotros es el mondongo y a una persona muy fea, lo que para nosotros sería un grillo. Su ortografía nos habla de un origen dispar y de una antigua diferencia en la pronunciación (cayo, con su fricativa palatal; callo, con su lateral palatal); en el español de América y en amplias zonas de España esa diferencia de pronunciación no existe, por lo que la inmensa mayoría de los que hablamos español pronunciamos igual cayo y callo. Para nosotros serían palabras homónimas (que suenan igual), aunque no homógrafas (que se escriben igual).
Y, como suele pasar con las cosas de la lengua, el lío (y no de ropa) no acaba aquí. El callo confluye con su homónimo y homógrafo callo, primera persona del presente del verbo callar ‘guardar silencio, dejar de hablar’. Y, si quieren enredar un poco más la cabuya, no olviden la diferencia en la escritura entre calló, tercera persona del pasado de callar, y cayó, tercera persona del pasado del verbo caer.
Cuatro palabras, orígenes diversos, un puñado de significados y un reto ortográfico que podemos dominar solo con conocer nuestras palabras y prestarles un poco de atención.
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