La Cañafístola como laxante para rescatar pepitas de oro en RD
La historia de la cañafístola en La Vega
Desde hace un considerable tiempo la cañafístola ha sido considerada como un efectivo laxante y vermífugo para la expulsión de lombrices durante la etapa de la denominada infancia.
Muchos somos los que recordamos aquel trago suave, mezclado con pura leche de vacas, utilizado por nuestras progenitoras en procura de combatir con una rapidez y efectividad los desgarrantes y dañinos parásitos que invadían nuestros cuerpos.
Se trata de una planta nativa de Egipto, Oriente Medio y zonas cálidas de Asia que logró adquirir notable presencia en varios centros poblados de la fértil región del Cibao, concretamente en La Vega, no necesariamente a consecuencia de sus positivas y valiosas repercusiones en el mejoramiento de la salud de los desnutridos, descoloridos y famélicos infantes de esa zona paradisiaca del país.
Aún se reconocía que la pulpa de las vainas de la cañafístola, como infusión por vía oral es un magnífico laxante, además de un recurso terapéutico para tratar afecciones respiratorias, entre ellas, catarro, gripe, resfriado, sarampión, tos, tosferina y problemas urinarios, al igual que para enfrentar enfermedades de la piel, mordeduras de algunos animales, astringente, derrame biliar, hinchazón, varicela y diabetes, su uso en la zona territorial mencionada obedeció, específicamente, a comienzo del siglo XVI, a una razón muy distanciada del área de la salud que de inmediato procederemos a abordar.
En ese tenor vale considerar lo resaltado por el prestigioso historiador, abogado y antropólogo Emilio Cordero Michel, en su en su exposición titulada “La Vega no fue el primer productor de azúcar en América”, publicada en Obras Escogidas, Ensayo II, 2016, con el aval del Archivo General de la Nación.
Refiere el prestigio investigador que en vista de las características topográficas, hidrográficas, climáticas y las dificultades para la movilidad y transportación, entre otras limitantes, en La Vega y zonas circundantes no existían las condiciones para la existencia de plantaciones de caña con la calidad y la cantidad necesaria para producir de manera industrial azúcar para un mercado significativo.
Sugiere que, a penas, se produjeron melazas y alfeñiques, pero nunca azúcar, porque no se emplearon hormas de barro para purgar el melado y poder obtener auténtica azúcar.
Recuerda Cordero Michel que como instrumento de producción, en aquel entonces, tanto Alonzo Gutiérrez de Aguilón, nativo de Zaragoza, como el taragonés, Miguel de Ballester, construyeron un instrumento autónomo de madera, conocido como la cunyaya taina o prensa de palanca, que a duras penas, permitía la fabricación de un dulce de pésima calidad, pero no azúcar, además de un melao con cualificación cuestionable.
Ante la realidad descrita y otras causales no menos importantes, se insistió en sostener la dinámica económica del momento teniendo como base la extracción de oro aluvional, es decir, recurriendo a los ríos existentes y al uso de bateas, lebrillos o dornajos para su acopio.
Curiosamente, a consecuencia de tal actividad, sugiere el connotado intelectual Cordero Michel que logró una acentuada notoriedad el cultivo y uso frecuente de la cañafístola entre los veganos y vecinos territoriales como aparente control del oro encontrado.
Sobre la referida planta, el nombrado historiador y jurista sostiene que, en el año 1518, comenzó a cultivarse la cañafístola cuyo fruto se empleaba como laxante que, según carta del licenciado Suazo, gobernador de La Española, a Carlos I, tuvo su origen “en una pepita de oro que defecó un enfermo en una purga que se le daba”.
Resaltado lo anterior, apunta con aparente intención de fortalecer lo expuesto que, ”todo ocurrió en el Monasterio de San Francisco, justo en los momentos en que el obispo Pedro Suárez de Deza, quemaba en dicha villa a dos prófugos, que huían de la Santa Inquisición”.
Dejando al desnudo un toque de ironía y convencido de lo ocurrido, don Emilio Cordero Michel, concluye su curiosa narración subrayando que “fue a partir de esa monástica defecación de la pepita como resultado de la cañafístola”, cuando la planta se aclimató y propagó con tanta rapidez y amplitud, que, en pocos años, “La Vega se convirtió en gran productora y exportadora a España de sus vainas”.
Así la historia, con este jocoso planteamiento, es evidente que queda de manifiesto cómo una actividad económica puede dar paso a una práctica social donde, además de posibilitar una terapéutica, todavía de uso común, también engendró un procedimiento de control de un valioso recurso natural apetecible.
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