«El río y su enemigo»
«Un día en La Habana escribí un cuento que se llamaba “El río y su enemigo”, y entonces dije: “Bueno, ya domino este género. Ya puedo hacer con el cuento lo que quiera…”» (Juan Bosch)
Aquí, en la República Dominicana, estamos ahora en época de huracanes. Cada vez que una tormenta, un huracán o una onda tropical se aproxima, la lucha llevada a cabo por los organismos de socorro con las personas que viven en las riberas de los ríos, y que rehúsan dejar sus casas a pesar de saber el peligro a que se exponen, es siempre la misma. Se originan de esa manera lamentables tragedias bastante parecidas a la relatada por el afamado cuentista dominicano Juan Bosch (1909 – 2001) en uno de sus cuentos magistrales, “El río y su enemigo”, contenido en el volumen Más cuentos escritos en el exilio (1962).
Dicha historia se inicia señalando el ambiente o marco espacial donde se desarrolla el hecho narrado:
«Sucedió lo que cuento en un lugar que está más abajo de Villa Rivas, en las riberas del Yuna. Cuando pasa por allí, el Yuna ha recorrido ya muchos kilómetros y ha fecundado las tierras más diversas…» (P.57)
A pesar de que nuestra crítica literaria no incluye a “El río y su enemigo” entre los cuentos clásicos de Juan Bosch (“La mujer”, “Dos pesos de agua”, “Luis Pie”, “Los amos” y “La nochebuena de Encarnación Mendoza”), este, sin embargo, lo sitúa a la cabeza de sus mejores textos narrativos, por cuanto fue a partir de su escritura cuando él, según sus palabras, logró dominar la técnica de tan complejo género literario:
«- Durante muchos años tuve problemas técnicos que no sabía resolver en mis cuentos. Recuerdo que fue en el año 1942, al escribir “El río y su enemigo”, cuando me dije a mi mismo: “Bueno, ahora ya domino el género; ya sé escribir cuentos, y a partir de ahora, puedo escribir el cuento que me dé la gana y como me dé la gana. Pero eso fue en 1942 y yo había comenzado a escribir cuentos desde que tenía doce años» (“Doce en la literatura dominicana”, 1982:64)
La trama:
Balbino Coronado era un campesino que vivía en conflictos permanentes con el río Yuna, cuyas crecidas y avenidas, “dos veces por año, y una cuando menos…” ponían en riesgo los productos que celosamente cultivaba en sus quince tareas de tierra. Fue así como este agricultor fue desarrollando, en contra del impetuoso río, un sentimiento de animadversión, como si de un ser humano se tratara:
«- Yo, en cambio, conozco a otra persona – Balbino Coronado – que siente por el Yuna un odio mortal, un odio que no puede tenerse, sino por un hombre que nos ha hecho mucho daño» (p.61)
Cuando el río se desbordaba, arrancaba “árboles de cuajo, arrastraba viviendas y animales, se lleva pedazos enteros de conucos… las familias que viven en las márgenes suben a los lugares altos, llevándose consigo los cerdos, las gallinas y las vacas…» (p.62)
Fue en uno de esos desbordes que una noche el río furioso penetró a la propiedad de Balbino y la arrasó:
«Al parecer le había costado mucho trabajo adquirir esa propiedad. Estaba situada a la orilla del río, cerca de aquí. Vino el Yuna crecido por este tiempo, dos años atrás, y le comió la tierra en una noche. Al otro día el conuco de Balbino Coronado era cauce del río y todavía pasa por ahí. El muchacho se volvió loco y para mí que desde entonces no anda bien de la cabeza» (p.63)
Por esa razón, desde que Balbino escuchaba el rumor del río, su reacción, sumamente aterrorizado, no se hacía esperar:
«— ¿No oye como viene roncando ese maldito?»
Y como si se tratara de un monstruo peligroso, así amenazaba el apasionado labriego al río de sus tormentos:
«— ¡Y lo mato; si crece lo mato! ¡Le juro por mi madre que lo voy a matar!»
Y así, tratando de matar al Yuna, un mal día Balvino Coronado encontró la muerte. Impulsado por la cólera, penetró al río y empezó a la lanzarle machetazos a su superficie. Penetró, pero nunca salió… El río no sólo logró arrasar con sus cultivos, sino también con su vida.
Y así, dramáticamente, termina el narrador su no menos dramático relato:
«—¡Balbinoooo... Sal, Balbinooooo!
Pero Balbino no salió.
Cinco días después, cuando bajó la crecida, se vio que el cauce del río había cambiado y las quince tareas de Balbino Coronado habían quedado libres de agua y listas para levantar un buen conuco. Sin embargo, hasta donde me informaron, se quedarían sin dar fruto porque Balbino Coronado no tenía quien lo heredara»
En la comunidad de Baitoa, provincia Santiago, cuando el Huracán David, ocurrió algo igual en lo que al desenlace respecta; pero diferente en lo que atañe al vínculo afectivo con el río: un anciano agricultor entendía que por ser tan sólida la amistad entre él y el río (el Yaque), a la orilla del cual residía, este ningún daño podía causarle. Por esa razón, cada vez que su amigo se desbordaba, no había forma de lograr que el anciano abandonara su humilde vivienda. En tal virtud, un mal día, el río Yaque le hizo lo mismo que el Yuna a Balbino Coronado : lo arrastró y lo mató.
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