La pesada cruz de un cristo vivo
Reflexiones poéticas sobre la presencia de Cristo en los rincones menos esperados
«De qué quiere usted la imagen,
preguntó el imaginero,
tenemos santos de pino,
hay imágenes de yeso.
Mire este Cristo yacente,
madera de puro cedro…»
(Gabriela Mistral)
Con la escoba en la mano derecha y su inseparable muleta – soporte en el costado izquierdo, ahí lo vemos, detenido por un momento en su área de trabajo, con su octogenaria mirada perdida en la distancia. Agotado por el peso de los años y una discapacidad que avasalla su débil anatomía, su desplazamiento resulta cada vez más tímido y más pesada su labor.
Al verlo, acto seguido aflora a mi mente “El imaginero”, el singular poema de la insigne maestra y poetisa chilena Gabriela Mistral (1889 -1957). Al verlo, me pareció ver la auténtica imagen del Cristo sufriente y terrenal; no una efigie “de pino”, ni mucho menos “de yeso” y “cedro”, diseñada para adorarla en altares, museos y templos, como aquella que el dinámico “imaginero” quería venderle a su cliente; pero que este rechazó.
El cliente deseaba observar la imagen del Cristo vivo, humano, como el Cristo que todas las mañanas se presenta antes mis ojos en el parque León Jiménez, arrastrando su cuerpo, su escoba y su miseria, mientras se desplaza en el cumplimiento de rutinaria faena, soportado por la solidaria intervención de una muleta casi hermana. Ese era el Cristo que yacía latente en los sueños del comprador, razón por la cual este le responde a su interlocutor:
«Déjeme, pues que le explique,
lo que de verdad deseo,
yo necesito una imagen,
de Jesús, el Galileo,
que refleje sus fracasos,
intentando un mundo nuevo,
que conmueva las conciencias,
y cambie los pensamientos…»
Pero no solo eso. Después de declarar que no quiere ver la figura de Jesús «…encerrada/ en iglesias y conventos/ni en casa de una familia/para presidir sus rezos», el exigente comprador continúa trazándole al imaginero vendedor el perfil de la imagen de su Cristo preferido:
«Yo quiero una imagen viva,
de un Jesús Hombre sufriendo,
que ilumine a quien la mire,
el corazón y el cerebro,
que den ganas de bajarlo,
de su cruz y del tormento,
y quien contemple esa imagen,
no quede mirando un muerto…»
El imaginero, muy convencido de que esa “imagen viva/ de un Jesús Hombre…” apetecida por su sensible e inquieto cliente solo es posible encontrarla allí, adonde reina la pobreza, le sugiere que:
«Vaya a buscarla en las calles,
entre las gentes sin techo,
en hospicios y hospitales,
donde haya gente muriendo.
En los centros de acogida,
en que abandonan a viejos,
en el pueblo marginado,
entre los niños hambrientos,
en mujeres maltratadas,
en personas sin empleos…»
Solo en esos lugares, en los que se aposentan el sufrimiento y la carencia, según el imaginero, es posible percibir la presencia del Cristo Hombre, humano o respirador, razón por la cual le exhorta que la imagen viva de Cristo:
«No la busque en los museos,
no la busque en las estatuas,
en los altares y templos.
Ni siga en las procesiones,
los pasos del Nazareno,
no la busque de madera,
de bronce, de piedra o yeso,
¡mejor busque entre los pobres,
su imagen de carne y hueso!»
Entre los pobres que realizan labores de ornato en el parque León Jiménez, Santiago de los Caballeros, sitio donde diariamente camino, un buen día mis ojos descubrieron la mañanera “imagen de carne y hueso” de un cristo vivo que apenas puede moverse con su muleta y su escoba, mientras arrastra su envejecido esqueleto, limpiando las rutas de circulación del archifamoso lugar de esparcimiento, para que aquellos que no confrontan problemas para caminar, caminen libres de entorpecedores desperdicios. Y cuando veo a este discapacitado, envejeciente y terrenal Galileo, pienso de inmediato en las licencias especiales, muchas de ellas otorgadas por este y otros gobiernos a personas que ni las merecen ni las necesitan.
Pienso que este hombre o «Cristo viviente» del parque precitado, y quien más que trabajar, parece cargar su propio cuerpo, por el solo hecho de realizar una labor que no puede ni debería realizar, merece mucho más que una licencia especial, concedida, ya sea por el ayuntamiento de Santiago o del gobierno central.
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