Las mentiras de Rubirosa
Rubirosa quiso despejar dos problemas en su vida: su relación con Trujillo y su vida durante la Segunda Guerra Mundial. Del primero destruye el mito de hijo preferido; del segundo se defiende de una acusación de colaboracionista nazi.
La leyenda popular dominicana ha hecho de Porfirio Rubirosa el hijo preferido de Trujillo. Se dice que el dictador le celebró incluso haberse divorciado de su primogénita. Un mito que sólo las memorias del famoso playboy se encargan de pulverizar al evocar su matrimonio con Flor de Oro: “Yo creo que en el fondo nunca me perdonó haberme casado con su hija”. Con el divorcio, le reprimió separándole de su puesto en la misión diplomática de París.
Con excepción de ese episodio y de otros de la misma índole, Mis memorias de Porfirio Rubirosa (Santo Domingo, Letras Gráficas, 2000), parecería a simple vista decepcionante. Por lo general, de este género de biografía se espera una confesión pormenorizada de la vida picaresca de su autor. Se espera que esta especie de don Juan de los tiempos modernos se destape con nombres; se espera que exponga la estrategia con la que tuvo tanto éxito en las conquistas, no de las mujeres famosas con las que se casó, sino de las que se le atribuyen.
A Rubirosa no le interesaba revelar secretos de alcoba. Quería hablar de sus orígenes, de su país y de por qué había llegado a ser lo que era. Quería hacer un recuento histórico de la República Dominicana de principios del siglo XX, de quien era su familia y, en particular, su padre. Rubirosa hace saber a sus lectores internacionales que nunca fue un don nadie, alimenta el mito del caribeño sensual, del caribeño aventurero. Esas memorias buscan explicar cómo un caribeño educado en Francia, con el encanto del sol y el savoir vivre de París, pudo conquistar a Danielle Darrieux, una de las actrices francesas más famosas de antes de la Segunda Guerra Mundial, a las millonarias Doris Duke y Barbara Hutton, sin contar a Flor de Oro Trujillo ni a Odile Rodin, la adolescente francesa que fue su última esposa, ni tampoco las que el pudor le impide revelar. De sus amigos de la jet set, sólo menciona a Frank Sinatra y al rey Farouk, como si estos personajes tuviesen una función iterativa en sus relaciones mundanas y funcionarían como muestra del tipo de personas, la nota de las personas que frecuentaba. No habla de su amistad con John F. Kennedy ni de las actrices de Hollywood, como si el ejemplo Sinatra fuera suficiente...
Mis memorias es un relato fluido y ameno, pero, lamentablemente, mal traducido del francés. Es evidente que no las escribió Rubirosa. Esas memorias fueron escritas por lo que en Francia se llama un nègre, es decir un escritor fantasma que se esconde tras el que firma la obra. Rubirosa no tenía esa prosa. Nunca pudo terminar el bachillerato en Francia. De todos modos, sea quien sea el escritor, cuya técnica revela a un gran conocedor de la novela, logró contar la historia de su narrador como éste quería que fuera, olvidando o arreglando los episodios oscuros del protagonista de las memorias.
A guisa de ilustración, recordemos un oscuro episodio muy en la vida de Porfirio Rubirosa cuando era, durante la Francia ocupada por Hitler en la Segunda Guerra Mundial, Encargado de Negocios de la República Dominicana. En sus memorias se presenta casi como un resistente. Cuenta su prisión en Alemania luego que Trujillo declarara la guerra a Alemania. Sus intentos de fuga hacia España y su participación en la resistencia francesa contra el ocupante nazi.
En Francia se tiene otra versión de esa época. En una biografía publicada en 1987 en la revista Paris Match, sobre su actuación durante la guerra se dice que traficó con judíos que querían escaparse por España, que les engañó y que, por su colaboración con los nazis, no por ser diplomático dominicano en la Francia ocupada, se le declaró persona non grata. Su esposa de entonces, la actriz Danielle Darrieux, fue a su vez acusada de colaboracionista. Ellos estuvieron casados de 1942 hasta la liberación en 1944.
Gracias a una escritura agradable y densa, el nègre de Rubirosa le convierte en un playboy ingenuo y frágil. En un funcionario del régimen de Trujillo que, salvo contadas excepciones, estuvo sirviéndole desde 1932. Le hace una crítica a posteriori al dictador, pero no critica ninguno de los crímenes del régimen. Al contrario, los pasa por alto.
La edición dominicana adolece de explicaciones. No se sabe si termina con el matrimonio de Rubirosa y Odile Rodin; no se menciona el título original francés, etc. De todos modos, Rubirosa omite, bajo el pretexto del juego de polo, su estadía en Argentina, sus relaciones con Eva Perón que según la leyenda tuvieron un romance. Pero también omite su paso por La Habana durante los últimos meses de la dictadura de Batista.
La omisión de sus aventuras tiene una explicación. Mientras el playboy no hable de sus aventuras, la imaginación popular le atribuirá todas las mujeres de su tiempo, como él mismo insinúa al relatar una anécdota de una mujer que se hizo dejar ver de su mucama con él para obtener el divorcio.
Rubirosa quiso despejar dos problemas en su vida: su relación con Trujillo y su vida durante la Segunda Guerra Mundial. Del primero destruye el mito de hijo preferido; del segundo se defiende de una acusación de colaboracionista nazi. De su vida de playboy no toca el mito, lo deja a la imaginación de los lectores con la esperanza de enriquecer la leyenda.
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