Faltaron propuestas

Sobre la reforma fiscal se hizo un debate superficial que oculta la crisis de fondo

Retirado de la Cámara de Diputados, el proyecto de reforma fiscal ha perdido centralidad como tema de debate público. Apenas quedan rescoldos que aún remueven economistas, también ellos más calmados. El discurso del presidente Luis Abinader el pasado sábado fue el colofón inevitable de un proceso que comenzó y terminó con mal pie.

Ahora se pretende que el gobierno, y más concretamente el presidente, son los únicos precisados de aprender las lecciones de lo ocurrido. El resto puede contentarse con alardear de haberle torcido el brazo y hecho morder el polvo de la derrota política y social. Ramas impidiendo ver el bosque, pienso.

Haciendo gala de una eficiencia que no encaja en su rosario de desaciertos, el vocero de sí mismo habló de mediciones cotidianas que constataban el abrumador rechazo a la reforma como causa eficiente del retiro. Quizá sea la única cosa sensata que haya dicho en estos días, aunque a posteriori. Ojalá sirva en el futuro para evitar tan garrafales desaciertos.

Bien visto, esas mediciones salían sobrando. Los decibiles del rechazo ensordecían. ¿Pero el rechazo a qué? A daños asumidos como ciertos, y potencialmente lo eran, aunque pocos podían precisar el origen de esta certeza. Salvo los sectores empresariales que intervinieron para arrimar el ascua a su sardina, no formaban multitud los ciudadanos diestros en explicar los perjuicios de la reforma. Las vistas públicas, abundantes en improperios y lenguaje malsonante, no dejan mentir.

Quizá sea esta la principal lección que toque aprender a esa cosa multiforme y desnortada llamada alegremente «pueblo»: para responder al poder con eficacia y convertirse en protagonista de los procesos, debe saber con qué lidia. Levantar las múltiples capas de intereses fácticos que encubren las iniquidades sociales. No conformarse con la protesta agotada en sí misma porque, huérfano de una visión de futuro, carece de estrategias y proyectos.

La ausencia del diálogo democrático que construyera consenso, de la que el presidente Abinader fue autocrítico, sirvió de plataforma a la reacción epidérmica de los que más perderían. Emociones que la flexibilidad admite, pero no comprensión del problema que pariera la contrapropuesta sensata. Frente a un proyecto de reforma fiscal regresivo y meramente recaudador, el recurso expedito fue anunciar el Armagedón.

Como música de fondo, el tímido el bisbiceo oportunista de los partidos opositores, quizá cohibidos por la conciencia culpable de haber antepuesto, cuando les tocó, el criterio de oportunidad política a la obligación de arreglar las cuentas.

Si no dialogar es pecado original del proyecto, la superficialidad del enfoque es el del «pueblo», o el de sus autoproclamados voceros residentes en las redes. Superficialidad que, como consecuencia lógica, sirve de caldo de cultivo a visiones que menoscaban la democracia. Botón de muestra: enfervorizados por los likes, ya hay quienes promueven la recolección de firmas, y las logran, para exigir que el financimiento a los partidos sea eliminado como medida de control del gasto.

Ramas, dijimos, ocultando el bosque de nuestra indigencia crítica.

Aspirante a opinadora, con más miedo que vergüenza.