El tratado de Basilea
El legado del Tratado de Aranjuez y la revolución haitiana en la historia dominicana
Después del Tratado de Aranjuez, suscrito en 1777, los conflictos fronterizos en la isla se redujeron considerablemente y ambos Santo Domingo, el español y el francés, coexistieron de manera un tanto pacífica. Las cosas, sin embargo, cambiaron radicalmente en el decenio 1791-1801, cuando tuvo lugar la célebre revolución antiesclavista que, inspirada en el lema “Libertad, Igualdad y Fraternidad” de la Revolución francesa, puso fin al irritante sistema colonial francés de Saint Domingue.
En el decurso de lo que se ha llamado la revolución haitiana, resurgió la cuestión fronteriza entre ambos Santo Domingo, sobre todo después que en 1794 Toussaint Louverture procedió a ocupar algunos pueblos hispano-dominicanos situados en la línea fronteriza. Se trató de San Rafael, San Miguel de la Atalaya, Hincha, Las Caobas y Bánica, cuyos pobladores tuvieron que abandonar sus casas y, como en los tiempos de las devastaciones de Osorio, trasladarse hacia otras comarcas del sur y del norte de la parte del este. Andando el tiempo esas poblaciones quedarían en poder del futuro estado haitiano, afectando así la extensión original del territorio dominicano.
A esas vicisitudes se sumó otro acontecimiento político-diplomático que impactó negativamente el futuro de la nación dominicana. El 22 de julio de 1795 se efectuó la cesión de Santo Domingo a Francia por medio de un Tratado de Paz, firmado en la ciudad suiza de Basilea, que oficializó el fin de la Guerra del Rosellón, también llamada Guerra de la Convención, y que había enfrentado a España y a Francia durante dos años.
A lo largo de ese conflicto bélico, España resultó mucho más lesionada en virtud de que parte importante de su territorio, especialmente Guipúzcoa, en el país vasco, y parte de Cataluña, habían sido ocupadas por los franceses; circunstancia que motivó que España, con el fin de preservar su unidad territorial y nacional, pactara un acuerdo de paz en favor de sus súbditos.
¿Pero, conviene preguntar, qué significó para España recuperar el territorio peninsular que estaba en poder de los franceses, y qué sacrificio conllevó esa recuperación? Para concertar la paz y recuperar sus provincias ocupadas, España tuvo que dar algo a cambio: nada menos que su más antigua posesión ultramarina en las Antillas; esto es, la parte oriental o española de la isla de Santo Domingo.
Así, con la cesión de Santo Domingo, Francia obtuvo el control exclusivo de la isla preferida del Gran Almirante, cuya parte occidental ocupaba desde 1630 y le había sido reconocida por España mediante el Tratado de Aranjuez de 1777. Consecuencia de ello, la comunidad hispano-dominicana sufrió una traumatizante e indescriptible decepción colectiva. Porque, si bien por un lado el Tratado de Basilea benefició a España (que logró recuperar los territorios que Francia tenía ocupados en la península), por el otro lado fue sobremanera lesivo para el colectivo dominicano-español, que ya constituía una comunidad de destino con cultura, religión, idioma y costumbres diferentes al ethos francés.
La percepción generalizada del pueblo dominicano fue que la cesión a Francia había sido un acto que lesionaba sensiblemente su identidad cultural, la cual se había construido de manera sostenida durante poco más de tres siglos. Razón tuvo, pues, el polígrafo español Marcelino Menéndez y Pelayo cuando, en su Historia de la poesía hispanoamericana (1948) escribió que, en virtud del Tratado de Basilea, los dominicanos-españoles fueron “vendidos y traspasados por la diplomacia como un hato de bestias”.
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