La generación perdida
La generación perdida se hacía entonces dueña absoluta del poder político en República Dominicana
En mayo de 1998, al cabo de siglo, falleció Peña Gómez; en noviembre de 2001, Juan Bosch; y, en julio de 2002, Joaquín Balaguer. El siglo XXI debutó con nuevos líderes. En 2000, Hipólito Mejía, del Partido Revolucionario Dominicana (PRD), que pertenecía a esa generación que la dictadura que Trujillo 1930-61, los 5 períodos de gobierno de Joaquín (1966-96), interrumpidos por los del PRD (1978-86), en que a varias generaciones de dominicanos no tuvieron acceso al poder político hasta la victoria electoral de Leonel Fernández en 1996.
Sólo explica la modificación constitucional del presidente Mejía para hacer posible su reelección en 2004 y “nunca más”, el efecto narcótico de la aplastante victoria del PRD en las congresuales de 2002. Torpeza política a la que se le agregó la crisis bancaria de 2003. Mejía no tuvo éxito y en las presidenciales de 2004 Leonel Fernández del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), se alzó con la victoria en primera vuelta. La generación perdida se hacía entonces dueña absoluta del poder político en República Dominicana.
A la victoria presidencial del PLD en 2004 le siguió la congresual de 2006. Una arrolladora victoria que le permitió al dirigente político e intelectual Luis Gómez Pérez acuñar el atractivo concepto “dictadura constitucional” para referirse al poder que tenía Leonel Fernández para influir, sin tropelías, en la elección de los miembros de la Suprema Corte de Justicia y demás cortes que preservan el Estado de derecho de una democracia.
Leonel Fernández, tal le permitía la Constitución, fue reelecto en 2008. Esa reelección que Danilo Medina calificó de “victoria del poder” es decir de la “dictadura constitucional” de que hablaba Gómez Pérez para referirse al poder que los votos y la Constitución otorgaban a Fernández. Medina, inconforme, se alejó de Fernández poniendo sobre la mesa la manzana de la discordia y la división del PLD, como ocurrió en 2019 tras su abortado proyecto de obtener un tercer mandato en las elecciones de 2020 y lograr, como decía su consigna de 2012, aludiendo a la continuidad del Estado de los gobiernos del PLD, “¡continuar lo que está bien, mejorar lo que está mal, y hacer lo que nunca se ha hecho!”. Tal vez trató de lograr las dos primeras e hizo lo que nunca se había hecho: convertir, siendo generoso, al PLD en partido minoritario por no decir destruirlo.
Durante los gobiernos de Danilo Medina, para justificar la “escogencia” de Gonzalo Castillo, se acuñó un concepto de que había que cederle el paso a la “nueva generación”, que Leonel Fernández había sido tres veces presidente y “¡Ya basta!” Un absurdo que ha se ha visto reforzado por la aplastante victoria de Omar, hijo de Leonel Fernández, en las elecciones congresuales del reciente torneo electoral de mayo. No me permitiría descalificar a Omar Fernández, menos a su padre que no es un anciano y que en 2028 tendrá, si no me equivoco, 74 años.
Luis Abinader nació en 1967, pertenece a esa nueva generación de que tanto se habla hoy día, y acaba de ser reelegido con 57% de los sufragios y una mayoría congresual que le permitiría hacer lo que quiera con la Constitución.
El eufórico reelegido, sin que nadie le estuviera preguntando, aseguró: “¡Yo no intentaré reelegirme!” y ya se alborotaron las avispas en el Partido Revolucionario Moderno (PRM), ese nido de pretendientes a la “silla de alfileres” como le llamó Joaquín Balaguer, en la que, si se le reconoce la de presidente “títere” en 1960, se sentó en seis ocasiones. ¡Vaya alfileres!
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