Preservemos nuestros Padres de la Patria
La importancia de la memoria histórica
Un somero examen en torno de quiénes conforman el panteón de nuestros héroes nacionales permitirá constatar tres categorías históricas según las cuales son clasificadas las personalidades extraordinarias del país: próceres, héroes y mártires.
En tiempos modernos se considera prócer a quien, en el plano de la civilidad o del intelecto, logra descollar entre sus coetáneos y, en virtud de su accionar público, realiza aportes trascendentales en beneficio de su comunidad. Para alcanzar la categoría de héroe es preciso, en ciertas esferas del quehacer humano, estar dotado de virtudes singulares y haber acometido de manera arriesgada proezas memorables, principalmente en la guerra, que hayan impactado favorablemente sobre el conjunto de la colectividad.
El mártir, en cambio, se eleva a planos de reverencias excepcionales en vista de los sufrimientos que le han infligido sus adversarios en medio de persecuciones, encarcelamientos y torturas físicas provocadas por diferencias políticas, religiosas, étnicas o de otra índole. La víctima de tantas iniquidades humanas, por lo general, nunca reniega de sus convicciones y llega al extremo de ofrendar hasta su vida en defensa de los principios y valores que ha enarbolado y defendido en el curso de su lucha, deviniendo así en mártir de una comunidad o un pueblo.
Quienes alcanzan la alta distinción de héroes, próceres y mártires devienen en lo que Emerson denominó “hombres representativos” de una época y pueden pasar a formar parte, aun cuando algunos no siempre lo logran, de la privilegiada nómina que integran el Panteón Nacional de cada nación.
Las grandes personalidades. Que los individuos excepcionales son quienes en determinadas circunstancias descuellan por encima de la generalidad de sus contemporáneos, no es materia de discusión. Pero sí debe tenerse presente que, al margen de sus dotes particulares, esas “grandes personalidades”, como las llamó Carlyle, no siempre imponen sus criterios y forma de pensar de manera caprichosa sobre el conjunto de la sociedad.
La teoría que concibe el proceso histórico únicamente en función de la voluntad de personajes específicos soslaya el hecho de que a estos no les es dable cambiar voluntariamente el rumbo fundamental del desarrollo social; ni, mucho menos, decidir la forma del régimen político y social en el que habrán de actuar.
Cada gesta histórica genera sus héroes y antihéroes, sus villanos y paradigmas del bien. Se recordará que la República Dominicana, proclamada el 27 de febrero de 1844, fue la magna obra de la generación liberal encarnada por Duarte y los trinitarios. Sabemos que no actuaron solos en el escenario político nacional y que, para lograr sus objetivos, los liberales tuvieron que aliarse táctica y estratégicamente con el sector conservador, su némesis política, que terminó imponiéndose y tomando el control del poder político. Los duartistas, entonces, fueron los vencidos, acusados de “traidores a la Patria” y deportados del país a perpetuidad.
Sin embargo, la posteridad, que suele ser justiciera, reconoció la extraordinaria contribución de aquella generación de libertadores y les confirió a Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Ramón Matías Mella, la más alta distinción a que puede aspirar un ciudadano: la de Padres de la Patria. Preservemos, pues, nuestra gloriosa tríada patriótica.
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