Pilatos, entre la oscuridad y la luz

Aquel viernes, Pilato fue despertado por su criado

Aquel viernes, Pilatos fue despertado a las cuatro de la mañana por su criado. Era el sexto día antes de las calendas de abril y, por tanto, buena fecha para impartir justicia. Los romanos eran sumamente supersticiosos y solían detener algunas de sus actividades habituales en los días idus, que dedicaban a las libaciones y los jolgorios, porque creían que otorgaban buenas vibras a los que festejaban. Los idus de marzo –descritos en la célebre novela de Thornton Wilder- recordaban a los romanos el asesinato de Julio César que marcaba un nuevo derrotero histórico para el imperio. Estaban también los días nonas, igualmente buenos para el bacanal, pero no para administrar justicia. Las calendas eran el primer día de mes, fecha de novilunio. 

Pilatos se levantó y, como de costumbre, luego de las abluciones matinales, realizó las ofrendas a sus dioses con abundante vino mientras el incensario cubría con el humo las guirnaldas con que honraba a Apolo, el dios preferido de Pilatos. Luego de desayunar frugalmente –tenía accesos de tos, un ligero dolor en las gónadas masculinas y sufría los efectos de la borrachera de la noche anterior- Pilatos se preparó para recibir a un visitante especial. Conocía el caso, pues ya los sumos sacerdotes, bajo el liderazgo de Caifás, lo habían puesto al tanto. Pilatos había dado vueltas al asunto y no le encontraba ni pies ni cabeza a la acusación contra el tal Jesús que poco conocía, de modo que había tardado semanas en dar respuesta a la solicitud de los judíos. Asediado por estos, Pilatos había accedido a interrogar a Jesús, no a condenarlo que era labor de un tribunal. Allí estaba el gobernador de Judea para complacer una petición que no le agradaba enfrentar. Temprano en la mañana pues, Pilatos ordena a su mensajero que traigan ante él a Jesús. Le dice que lo traten con suavidad y hasta le entrega su manto para que se le muestre al acusado en señal de reverencia. El mensajero, que como Pilatos ha escuchado que este hombre se declara rey, se arrodilla al verle y extiende en el suelo la capa de Pilatos para que Jesús pase por ella y camine hacia el gobernador que esperaba en el pretorio. Los sumos sacerdotes le reclaman a Pilatos, incómodos, el por qué del manto como si acaso fuese cierto que Jesús era rey. Pilatos ignora por completo los comentarios y mira de frente al prisionero que entra. Instintivamente, se pone de pie y baja la cabeza. Es algo inusual, y cuando se da cuenta vuelve a sentarse mientras se interroga a sí mismo, mirando al centurión que se ha quedado perplejo ante su actitud. 

Pilatos no hubiese dado curso a la demanda de justicia contra Jesús por cuenta propia. Ejercía en ese momento su potestad como agente del emperador, ante la insistencia de los judíos. Ya el Sanedrín –la asamblea de rabinos que impartía justicia interpretando arbitrariamente la Torah- había juzgado a Jesús y lo había condenado por blasfemia. Ahora le tocaba a Pilatos decidir. Estaban al aire libre, iniciando la mañana con un sol refulgente. Los judíos se preparaban para la Pascua y hasta que no ocurriese la celebración se les estaba prohibido entrar al pretorio. Por eso, la reunión a campo abierto. Jesús estaba, conforme los evangelistas, atado, con una soga al cuello. Hemos de recordar que, a pesar de que los romanos eran los amos absolutos, los judíos poseían autonomía en sus asuntos religiosos y políticos. De ahí la condena que llevan preparada para que Pilatos confirmara la sentencia. “¿De qué acusan a este hombre?”, pregunta Pilatos. “Hemos encontrado a este hombre alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey”. Esa acusación hubiese bastado para condenarle, pero Pilatos vacilaba. “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Jesús responde: “Sí, tú lo dices”. Los judíos se alborotan, creen que Pilatos está siendo muy condescendiente con el acusado. Pilatos los manda a callar. Jesús mira siempre hacia el frente pero sin decir una palabra. Los evangelistas anotan que Pilatos, ante todas las acusaciones que se profieren contra Jesús, le inquiere a este: “¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan”. Pilatos actúa con amabilidad y alienta a Jesús para que se defienda. “Ningún delito encuentro en este hombre”. Pilatos sugiere a los rabinos que resuelvan entre ellos el problema y que saquen ese caso de sus dominios. Pero, los judíos recuerdan que por ley ellos no pueden dar muerte a ningún hombre. Hasta ese momento, Pilatos no pensaba que la acusación llevase a la muerte. No entiende por qué quieren matar a un profeta que cura en sábado, que hace milagros, que pregona paz, que ofrece la vida eterna. No desea condenar a un inocente. El prefecto romano dice a los judíos que Dios les ha prohibido matar, y él no parece seguro que a él sí lo haya autorizado a hacerlo. Mascullando, da la espalda a los líderes judíos y le hace una seña a Jesús para que se reúna con él a solas en una habitación cerrada del pretorio. Los judíos chillan, se enfurecen, protestan. A solas, Pilatos y Jesús intentan establecer una conversación. Es obvio que Pilatos anda confundido. Entra y sale repetidas veces de la habitación sin decir nada. La opinión de Pilatos desconcierta a los judíos acusadores: “No veo nada malo en este hombre”. Algunos estudiosos del siglo XIX consideran que Pilatos, de tendencia corrupta y antirreligioso, fue tocado por el halo divino de Jesús y salió de la habitación cerrada no solo convencido de que no era culpable de nada, sino incluso seguro de que había algo superior en la mirada y en el pensamiento de este hombre. Juan, en su evangelio, ha anotado que los soldados de Pilatos, como el mensajero que le extendió el manto, habían caído en tierra ante la presencia de Jesús. Pilatos, indeciso, pusilánime, no decide nada. “Mi Reino no es de este mundo”. La frase de Jesús lo desconcierta. Algún autor ha explicado que no hablaba del mundo real, hablaba del kosmos. No de este mundo, no de esta tierra, no de este universo. Pilatos no estaba capacitado para entender estas cosas.

“He venido al mundo para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. Pilatos replica: “¿Y qué es la verdad?”. Jesús ya no habló más. Pilatos se agita. Pero, sigue decidido a no condenar al prisionero. Los evangelistas dicen que se quiso salir del dilema en tres ocasiones: cuando salió del pretorio y les dijo a los judíos que no veía delito alguno. Cuando declara a Jesús inocente. Y cuando intentó buscar una tercera vía: ni matarlo ni ponerlo en libertad. No olvidemos que el juicio no era solo religioso, era también político. Los rabinos, entonces, encuentran una estrategia efectiva: “Este hombre se ha declarado enemigo del César y nosotros no tenemos otro rey que el César”. Pilatos comenzó entonces a titubear. El juicio se arrimaba a lo político y su cargo podía ponerse en juego. Alguien gritó desde la multitud que conforme la tradición debía dejarse a un prisionero en libertad. Que se escogiera entre Jesús y Barrabás. Este último era un luchador tenaz contra el imperio. Asaltaba y robaba para mantener a sus compañeros de partido que, clandestinamente, realizaban acciones terroristas para provocar la caída del César. No era un simple malhechor, era un político que ejercía la guerra abierta contra los romanos. El gentío vociferante prefirió al Barrabás guerrero y anarquista, en vez del Jesús que enseñaba una doctrina de fe en la redención de Israel y en el poder del Dios Padre, del que decía provenir. Fue la solución que, finalmente, adoptó Pilatos. No deseaba la crucifixión. No entraba en sus planes. Los judíos insistían en la muerte en cruz. “Nosotros tenemos una ley, y según esa ley, debe morir, porque se tiene como Hijo de Dios”. Todavía Pilatos se acerca a Jesús para preguntarle: “¿Y tú, quién eres?” Jesús no respondió. Pilatos lo entregaría finalmente a los judíos, después de lavarse las manos. Lutero escribió que Pilatos carecía del coraje de ser bueno y de fuerza para ser malo. Dicen que con los años, despedido de su cargo y convertido en un sin nadie, decidió ser cristiano. Los cristianos coptos de Egipto lo veneran hoy como un santo. Aquel día fatídico salió apresurado del pretorio y se aisló en su recámara para esperar la noticia del desenlace. Su mujer, Claudia Prócula, lo observaba con tristeza. Aquel viernes fue un día nublado, oscuro. La luz se apagaba en el Gólgota.

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Muchos escritores han escogido a Pilatos como personaje para sus libros. Entre ellos: Séneca, Tácito, Agustín de Hipona, el historiador judío Flavio Josefo, Filón de Alejandría, Tólstoi, Robert Graves, Oscar Wilde, Ernest Renan, Mijaíl Bulgákov, Anatole France, Henry David Thoreau, Francis Bacon, John Stuart Mill, Fiódor Dostoyevski, Nikos Kazantzakis.

LIBROS
  • Biografía de la luz

    Pablo d’Ors Galaxia Gutenberg, 2021 571 págs. Un texto pensado para todos los buscadores espirituales.

  • El evangelio y la tradición

    Bernard Sesboué Editorial San Pablo, 2010 235 págs. La tradición viva del Evangelio a través de la historia.

  • La amarga pasión de Cristo

    Ana Catalina Emmerich Planeta, 2004 255 págs. El libro que inspiró el polémico filme de Mel Gibson.


Escritor y gestor cultural. Escribe poesía, crónica literaria y ensayo. Le apasiona la lectura, la política, la música, el deporte y el estudio de la historia dominicana y universal.