¡A guardiar tocan!
En la guardia la antigüedad es un rango
Hace buen rato ya que los guardias no leen al revés y al derecho, ni leen como quieran. Aquellos tiempos de Concho Primo, o los de la célebre guardia de Mon, y aun los más recientes de la Era del Benefactor y más acá, parecen superados. Que los haya arrevesados, avivatos, barajitas, blanditos, brinca patios, cachazudos, camajanes, cháfaras o bolsones, eso es otra cosa. Sin importar rangos. Pero, de que los guardias hablan pluma de burro, o leen como les da la gana, no son expresiones que se ajustan a la época actual.
En cualquier fila profesional –y ser guardia es una profesión, como las otras que denominamos tales- hay gente que no tiene componte, ñames, pacundones, que rayan la pintura, saratacos, pendencieros y que siempre tratan de saber por dónde le entra el agua al coco. Nada de asombrarse. Desde luego, la diferencia es que en el caso de los rameados –reclutas, alistados u oficiales- la especialidad son las armas, el mando, la disciplina. Y esos instrumentos y cualidades marcan diferencias con los civiles, la “maldita agua civil” que hay que sacarle en el entrenamiento a todo aspirante a engancharse, o a los ya enganchados que siguen siendo, o pareciendo, vulgares civiles. Se es guardia o no se es nada. Eso es un axioma, una condición mental, una actitud ante la vida. “¿Cómo está la moral?” Y la tropa sabe lo que hay que responder cuando el oficial, una vez se ha cumplido la llamada a formación, está a la espera de medir los ánimos del día. A ese momento, no hay cuento de guardia que valga.
Aunque siempre existieron guardias con formación cultural, no hay dudas de que, de unas pocas décadas a estos días que vivimos, se ha establecido toda una jerarquía culta, lectora, de saberes varios, en un sector amplio de los militares dominicanos. Los cadetes, por ejemplo, ya no son simples subtenientes al salir de la academia militar. Ahora son licenciados en ciencias militares, y tienen hasta la opción de asistir a la universidad a seguir otras profesiones. Independientemente de los civiles agregados a las fuerzas militares, que son más de los que uno pueda pensar: médicos, abogados, periodistas, sacerdotes, veterinarios, deportistas, religiosos, y hasta intelectuales y artistas (no pocos han alcanzado los generalatos), hay un especialismo que se ha ganado un puesto en el ambiente de la intelectualidad, aunque pocos lo reconozcan porque no leen a los guardias: el de los militares y policías escritores. Conforman un grupo notable, donde hay historiadores, literatos, estudiosos de la profesión que ejercen o han ejercido, examinadores cotidianos de la realidad nacional, sobre todo entre aquellos que ya han cumplido sus deberes en las instituciones de la milicia y pertenecen a los retirados. Los escritores militares forman una tropa élite dentro del conglomerado literario nacional, pocas veces honrado, estimado y valorado como se debe. No creo equivocarme si afirmo que dentro de las fuerzas armadas de la república hay profesionales de la escritura tan buenos, o mejores, que dentro de la población civil que se dedica al oficio.
Ajustándonos el gorro hasta las orejas, podríamos mencionar algunos ejemplos de escritores militares de rango. Radamés Hungría Morel, Lorenzo Sención Silverio, Víctor García Alecont, Sigfrido Pared Pérez, Néstor Julio González Díaz, Abelardo Freites Báez, Luis Ramón Payán Areché, Rafael Percival, Eurípides Uribe Peguero, Salvador Castro Calcagno, Carlos Ortega Vergés, Rafael Martín Michel Peguero, Manuel Antonio Perozo del Castillo, Leonidas Pérez y Pérez, Héctor Lachapelle Díaz, Luis Rojas Durán, Rafael Caba Guzmán. Y me detengo. La escritura es múltiple, los saberes variados, los enfoques diferentes. Historia, memorias, poesía, narrativa, ensayos, el tema militar, obviamente, y entre ellos, oficiales de alto rango o simples soldados en retiro, de la Armada, del Ejército, de la Fuerza Aérea, de la Policía.
En la prensa diaria, y algunos de ellos con libros publicados de gran aliento, nunca dejo de leer a los escritores militares del Grupo Delta, un suceso poco destacado pues se trata de la primera vez, que conozca, que oficiales retirados han creado un equipo de pensadores para realizar enfoques sociales, históricos, políticos, patrióticos, bien ensamblados, excelentemente documentados. Un grupo que forman, entre otros, Carlos Rafael Altuna Tezanos, Luis Homero Lajara Solá y Rafael Guillermo Guzmán Fermín.
Pero, creo que hay dos nombres que han marcado este auspicioso recorrido militar por las letras dominicanas: Ramiro Matos González, cuya presencia en la bibliografía dominicana no necesita detallarse, porque es muy conocida y bien valorada, y José Miguel Soto Jiménez. El general Ramiro Matos ya tenía un largo trecho en su andadura fértil como escritor, cuando surgió Soto Jiménez a fines de los setenta si no llevo mal la cuenta. Primero, como poeta y como historiador militar. Luego, vinieron aquellos dos textos con los que, con toda certeza, marcó territorio y estableció un paradigma en la escritura nacional, siguiendo los pasos de su maestro, Matos González. No tengo dudas en afirmar que con El corrido de los taitas (1995) y Los motivos del machete (2000), Soto Jiménez origina una vuelta de vista a la palabra escrita de los hombres que pertenecen o han pertenecido al cuerpo militar dominicano, desde sus distintos establecimientos. Esos dos libros salen del ámbito estricto de la investigación histórica para girar hacia la reflexión personal de la historia dominicana, el ensayo analítico novedoso, profundo, con ideas propias, que lo estrenan formalmente como un ensayista de garras, por demás divertido en algunos de sus enfoques y con el uso, bien distribuido en los textos, de aspectos, modos y modismos de nuestra identidad dominicana.
Vinieron otros libros, otras experiencias para los que hemos sido, ya por más de dos décadas, sus lectores asiduos. Y con los nuevos libros llegó la extensión de ideas, investigaciones y análisis ya expuestos, y nuevas orientaciones sobre la realidad nacional y de aspectos históricos en particular. Soto Jiménez abrió un campo nuevo en la bibliografía dominicana, del militar de carrera que aprovecha los atributos del buen uso de la lengua para producir ensayos que discurren con amenidad y un instrumental de análisis muy propio y, por tanto, diferente y con aportes distintivos. Leo a Soto Jiménez como un escritor cualquiera, como debe ser, y no como un escritor militar. Lo que deseo establecer es que su entronque con la vida militar por décadas, desde el más bajo escalón hasta llegar al más alto, lo sitúa necesariamente dentro del exclusivo grupo que ha ido forjando desde esa profesión y desde esa perspectiva un decir intelectual, de pensamiento y reflexión, una obra relevante que le ha permitido escalar dentro del escenario, siempre tortuoso, de la escritura literaria. Yuval Noah Harari, uno de los pensadores de nuestros tiempos más activo y difundido (un súper ventas con más de 10 millones de ejemplares vendidos y traducido a 50 idiomas), ensayista de controversiales e irreverentes enfoques de aspectos fundamentalmente de orden científico, bien estructurados en la investigación y en la s coordenadas de su pensamiento, comenzó su carrera escribiendo sobre temas militares (Memorias militares del Renacimiento; El ascenso del soldado común; La guerra como revelación; Operaciones especiales en la Era de la Caballería; Flujo de combate: dimensiones militares, políticas y éticas del bienestar subjetivo en la guerra; Memorias militares: una descripción histórica del género desde la Edad Media hasta la era moderna tardía…). De modo que antes de escribir Sapiens y Homo Deus, el tema militar fue su ámbito. Estudió el arte militar, fue su especialidad académica, y suponemos que como buen israelí pasó “centro”, cogió carretera, comió chao, aguantó funda y se convirtió en el carcamán que ha sido desde que se conocieron sus libros. Soto Jiménez ha sido militar toda la vida, conoce el arte de las armas y, por tanto, desde ese engranaje de vida y acción ha producido una obra literaria que merece respeto y reconocimiento. A tambor batiente, este tíguere gallo taconea sus letras, sabiendo que punta de lápiz no mata guardia, consciente de que nunca perderá la faja porque siempre procede en cumplimiento. Que en la guardia la antigüedad es un rango. ¡Arrondé!
- La fuñenda
José Miguel A. Soto Jiménez, Impresora Soto, 2021, 267 págs. Glosario político criollo de dichos y expresiones del campo a la ciudad. Como el anterior, un diccionario de guardia y éste, de “civiles”.
- Memorias de la Guázabara
José Miguel Soto Jiménez, Fundación V República, 2010, 206 págs. El habla indígena, otra constante de una obra rica en variedades lingüísticas y en convocatorias ancestrales. Se puede narrar con la lengua taína a cuestas.
- Las 58 leyes del Poder de Juancito Trucupey
José Miguel Soto Jiménez, Editora Búho, 2015, 295 págs. El español dominicano abre fuentes y cierra grietas en la palabra escrita de este autor que deja jerver las ideas para que no se ablanden.
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