El control de la calle
La ciudad sucumbe ante el desorden urbano
Las autoridades han perdido el control de la calle, dicho esto sin ningún matiz político o represivo. El ruido, la basura y el caos circulatorio son tres factores que degradan nuestra calidad de vida diaria a extremos insufribles.
La basura desparramada es el primer impacto que sorprende a los turistas; nosotros lo tenemos más asumido y no nos escandaliza. Es un problema de salud pública, medioambiental, económico y de convivencia.
También el ruido entra en esas cuatro categorías. Está reconocido como uno de los agentes contaminantes más extendido y da igual que lo emita una discoteca sin permiso que una iglesia con papeles.
Los operativos ocasionales son la burla a la legalidad. Ya se sabe que cada dos o tres años arranca una campaña que morirá con la publicitada iniciativa y que todo volverá a la “normalidad”.
El ruido, como la basura, genera pobreza. Se deprecian los sectores y la morfología de la ciudad evoluciona. ¿Quién quiere vivir al lado de un colmadón, de una discoteca en la acera o un drink rodeado de carros armados de bocinas ridículamente grandes?
Hay normativas sobre el ruido que nadie hace cumplir como hay hordas de motoristas sin licencia de manejar que nadie intenta regular. Circular por la acera era un límite inimaginable hace unos años.
El gobierno va a tener que decidir: intervenir estos dos problemas no le hará simpático ante los infractores pero está perdiendo el control de la calle por temor a que se le escapen unos miles de votos.
(La otra posibilidad es que no tenga ni idea de cómo enderezar las cosas, lo cual hace más patética la situación y más lejano el día en que las calles vuelvan a ser territorio ciudadano.)
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