La arquitectura que representó al tirano

Antigua sede del Banco Central, diseño de José Antonio Caro Álvarez, 1956.

Contrario a lo que se piensa, la dictadura de Trujillo no asumió un solo lenguaje arquitectónico para las obras públicas, tal como sucedió en la mayoría de los regímenes totalitarios europeos y americanos de la época. A pesar de que muchas de las obras públicas dominicanas guardan una relación con los modelos neoclásicos, dentro del Gobierno se encargaron proyectos importantes de una variedad estilística asombrosa.

Muchos de los dictadores del momento se decantaban por aquellos edificios monumentales (con columnas clásicas, revestimientos con estrías en sus superficies, entrada de gran escala con frontones y escalinatas, riguroso orden en la colocación de las puertas y ventanas) que de alguna manera establecían un diálogo con los patrones históricos para edificios representativos del poder. Esos modelos -inspirados en las ruinas romanas- que los arquitectos del siglo XVIII asumieron como la manera de hacer buena arquitectura quedarían arraigados en el imaginario colectivo de diferentes generaciones. La dictadura nazi, por ejemplo, llegó al extremo de prohibir cualquier intento de hacer una nueva arquitectura pues, según ellos, representaba la decadencia del arte y la apropiación de un oficio de alto nivel por simples artesanos de tendencia comunista.

Se ha comparado la arquitectura de la Era de Trujillo con la promovida por el fascismo en Europa; se ha tratado de reducir toda la obra construida dentro de los treinta y un años del régimen como resultado expreso del dictador, como si él estuviera al frente de los cánones estéticos que la arquitectura dominicana debía utilizar en nuestro territorio; se ha estudiado poco la complejidad de un ambiente que la arquitectura reflejaba. Sin embargo, al detenernos a descifrar la manera en que la arquitectura se diseminó en toda la República a mediados del siglo XX, podemos comprender su uso para el discurso progresista en ese período traumático en la historia dominicana.

La dictadura de Trujillo tuvo varias etapas en que la arquitectura desarrolló sus modelos representativos, agrupados tanto en las obras privadas como en las estatales. Sorprende cómo convivieron estilos tradicionales con los vanguardistas, o los clásicos con los modernos en un territorio tan controlado por el Estado. Esto refleja que no hubo un intento de establecer una sola manera de expresión sino que se daba apertura a los criterios estéticos de los arquitectos y sus clientes, incluso desde el Gobierno. Es notoria, sin embargo, la preferencia de los esquemas neoclásicos para edificios públicos en las provincias (Gobernación, Partido Dominicano, Palacio de Justicia, etc.). Lo interesante sería determinar si esa preferencia estuvo basada sólo en el gusto de la clase que tomaba las decisiones o si formó parte de una política de Estado para emplear una estética en particular que identificara al régimen. Hace falta profundizar en tales motivaciones.

En este punto se puede asumir que los grandes enfrentamientos filosóficos y políticos que el arte occidental mantuvo en la primera mitad del siglo XX, con la publicación de manifiestos, creación de agrupaciones, rechazos e invalidaciones de uno y otro bando, no formaron parte del quehacer arquitectónico dominicano. Si bien la arquitectura dominicana se mantuvo aislada por las condiciones políticas sostenidas por la dictadura, los diseñadores locales introdujeron vocabularios contemporáneos que ya daban la vuelta al mundo. Incluso, algunas obras dominicanas de la época fueron verdaderos modelos de originalidad y buen diseño referentes para toda la región.

Si intentamos organizar el proceso histórico de la arquitectura durante la Era de Trujillo, se podrían identificar tres etapas en ese proceso: a) de 1930 a 1941; b) de 1942-1948 y c) de 1949-1961. La primera etapa tuvo menor impacto en edificios públicos debido a la baja disponibilidad de recursos con que contaba el Estado, que seguía bajo los acuerdos con los Estados Unidos fijados en la Convención de 1907. La dictadura se concentró en organizar las finanzas, fomentar la producción, desarrollar obras de infraestructura, mejorar edificios públicos y disponer de nuevos edificios de baja escala para el control del territorio. Las obras más importantes fueron la avenida Presidente Trujillo, nombrada George Washington en el borde marino (J. R. Báez López-Pena, 1936) y el concurso y construcción del parque infantil Ramfis (Guillermo González, 1937).

Sin embargo, en la década siguiente se alinearon varios factores nacionales e internacionales que crearon las condiciones para una verdadera política de inversiones públicas en edificios gubernamentales. Entre 1941 y 1948 la arquitectura desarrollada desde el Estado fue en aumento y se contrataron arquitectos de buen dominio del oficio para el diseño de obras importantes. Basta con recordar que de esos años fueron los proyectos del Hotel Nacional, llamado luego Jaragua (Alfredo y Guillermo González, 1942), el campus de la Universidad de Santo Domingo (J. A. Caro, G. González y J. R. Báez López-Penha, 1942 en adelante), el Matadero Público (Henry Gazón Bona 1942), el plan de construcciones de hoteles del Estado en cada provincia, el Mercado Modelo (Henry Gazón Bona y J. R. Báez López-Penha, 1942), el conjunto de edificios para las secretarías de Estado (1942), el Hipódromo Perla Antillana (J. A. Caro Álvarez, Alfredo y Guillermo González y B. Martínez Brea, 1942), la sede del Partido Dominicano (Henry Ganó Bona, 1944), el Palacio de Justicia (Mario Lluberes, 1944), el Palacio de las Telecomunicaciones (L. A. Iglesias, 1944), el estadio de béisbol conocido como La Normal (Marcial Pou Ricart, 1945), el Instituto Agrícola Nacional, conocido como Loyola, en San Cristóbal (Leo y Marcial Pou Ricart, 1947), el Palacio Presidencial (Guido D’Alessandro, 1947), así como hospitales, recintos militares, escuelas, monumentos, aeropuertos, puertos, carreteras, puentes, viviendas de interés social, entre muchas otras.

En la tercera etapa, la arquitectura contratada desde el Estado expandió su escala y resaltó la modernidad. A partir de 1952 se retoma el ritmo de obras con edificios como el Palacio de Radio y Televisión (L. A. Iglesias, 1952), la Secretaría de Educación y Bellas Artes (J. A. Caro Álvarez, 1954), la sede del Banco de Reservas (A. Aaron,1955), el estadio Trujillo, hoy Quisqueya (diseño de Joseph Holman y construido por B. A. Martínez Brea,1955), la sede del Banco Central (J.A. Caro Álvarez, 1956), el Palacio de las Bellas Artes (Francisco Batista y Alejandro Martínez 1956), el conjunto de la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre (Guillermo González, 1955), el hotel Paz (G. González y J. A. Caro Álvarez, 1955), el hotel El Embajador (Roy France, 1956), el nuevo aeropuerto Punta Caucedo, la Basílica Nuestra Señora de la Altagracia (A. D. de Segonzac y Pierre Dupré, 1952-1971), y una larga lista de obras variadas de carácter público. Es notable la disminución de edificios importantes en los últimos años de la dictadura, es decir, entre 1958 y 1961, lo cual podría estar relacionado a los conflictos internos y externos en que se vio inmerso el régimen.

Más allá de una lista de obras realizadas durante la larga dictadura trujillista, es importante señalar la preferencia de estilos para ciertas obras de incidencia local y las dirigidas a la promoción internacional. De acuerdo con los especialistas, el régimen utilizó los códigos clásicos para edificios que representaban el control del Estado. A este código pertenecen el propio Palacio de Gobierno, las sedes del Partido Dominicano, las sedes de las gobernaciones provinciales, los edificios militares y policiales, los recintos para la Justicia, entre otros. Aquí el arquitecto preferido por el dictador fue Henry Gazón Bona, militar e ingeniero, que incluso promovió la conveniencia del neoclasicismo para representar la Era de Trujillo.

En paralelo, el mismo régimen prefirió la arquitectura moderna para aquellos edificios vinculados a la imagen internacional. Tal es el caso del hotel Jaragua, el hotel Hamaca, la sede del Correo en Santo Domingo, el conjunto de edificios para la Feria de la Paz, la Basílica de Higüey, viviendas para la familia del dictador y sus colaboradores, estadios, aeropuerto, entre muchas otras obras diseminadas en el territorio nacional. En este grupo el arquitecto más destacado fue, sin lugar a dudas, Guillermo González Sánchez, seguido de José Antonio Caro Álvarez, los hermanos Pou Ricart, entre otros.

Esta dualidad conceptual demuestra que las preocupaciones del régimen no estaban centradas en la unificación de un sólo modelo estético de la arquitectura sino que se dirigieron a otros niveles del pensamiento colectivo de los dominicanos. Con Trujillo desapareció la figura del “Arquitecto del Estado” o “Arquitecto Municipal”, figura que existía para garantizar políticas de buenas prácticas en el territorio o que actuaba en defensa de los intereses colectivos en el desarrollo urbano.

Si bien la lista de obras del régimen dictatorial de 1930 a 1961 es amplia, es importante señalar que se hicieron dentro de un marco de garantías de fondos dominicanos de acuerdo con los excedentes de la economía nacional. En tal sentido, mientras Trujillo no logró un acuerdo para la amortización y pago de la deuda con los tenedores de bonos representados por los Estados Unidos, las inversiones públicas fueron bastante limitadas. Una vez terminado el control internacional sobre las aduanas, el Gobierno dominicano dispuso de fondos para promover y construir las obras estatales que la nación requería.

Al momento de su muerte, el dictador tenía planes importantes para la ciudad de Santo Domingo. Aspiraba a desarrollar todo el territorio disponible del antiguo aeropuerto General Andrews, iniciar nuevos barrios para la clase trabajadora, liberar la incipiente ocupación de las márgenes del río Ozama y preparar una nueva Feria Internacional para conmemorar el centenario de la Restauración de la República.

Al alejarse de la memoria colectiva los detalles de un régimen tan sangriento y opresor como el que dirigió Rafael L. Trujillo en el país, queda la arquitectura como evidencia tangible del ambiente de la época. La imagen de los edificios y la forma en que se distribuían sus espacios son el reflejo más poderoso para acercarse a una época de tantos episodios oscuros para el pueblo dominicano. De ahí la importancia de preservar los inmuebles de una época. Guardan dentro de sus muros las voces de los que soportaron los excesos de la persona que concentró todo el poder en la República Dominicana de mediados del siglo XX.

*José Enrique Delmonte Soñé es un reconocido arquitecto y escritor.

Arquitecto, conservador de monumentos, historiador de la arquitectura, poeta, ensayista y doctorando en Lingüística y Literatura por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra.