?Bernard Diederich y sus dos amores: Haití y la República Dominicana
Hace dos meses del fallecimiento del periodista, fotógrafo y escritor
Han pasado dos meses y medio desde la muerte de Bernard Diederich, el prolífico periodista, fotógrafo y escritor neozelandés/estadounidense/haitiano/dominicano. Pero es ahora, en medio de esta tragedia provocada por el coronavirus, que empiezo a entender que ya Bernard –amigo/hermano por más de 35 años– no está en su casa al otro lado de la frontera, en Puerto Príncipe, donde siempre quiso estar.
Es posible que las nuevas generaciones de periodistas no sepan quién fue Bernard Diederich. La lectura de por lo menos uno de sus libros, especialmente su crónica sobre la caída de la tiranía trujillista, debe ser obligatoria para los futuros periodistas. Sus libros se leen como novelas de misterio, terror, suspenso. Hasta que paras de leer y recuerdas que los relatos de Bernard son verídicos... tomados de la vida real.
Muchos conocen de Bernard Diederich, el periodista-fotógrafo. Pero pocos conocen cómo este hombre, nacido en Nueva Zelanda –más lejos que Australia– llegó a estas tierras un buen día y aquí se quedó.
Haití era su centro, donde quería estar. En realidad, era su primera patria, porque salió de Nueva Zelanda después de la Segunda Guerra Mundial, y desde que desembarcó por primera vez en Haití en el 1949, literalmente por accidente, su relación con esa nación fue permanente. Y allá falleció el 14 de enero de este año, mientras dormía en su hogar. Fue enterrado en Haití, cerca de la iglesia donde se casó con Ginette, su compañera por más de 57 años. En una mano, antes de enterrarlo, se le colocó una piedra de Nueva Zelanda, su tierra natal.
Tras retirarse del periodismo en 1989, después de haber cubierto los más importantes eventos noticiosos de la región durante casi tres décadas, se quedó residiendo en Miami con su esposa Ginette y sus hijos. Años después se retiró para vivir de manera permanente en Puerto Príncipe, dejando su cómodo hogar en el sur de la Florida para estar más cerca de los acontecimientos y constantes cambios que ocurrían en el vecino país.
Así empezó nuestra hermandad
Era el 1982 y todo en Santo Domingo giraba alrededor del proceso electoral que se celebraría en mayo de ese año. El doctor Salvador Jorge Blanco se perfilaba como el triunfador. Como tenía poco tiempo residiendo en el país, sabía poco de lo que estaba pasando en cuanto a las elecciones. De repente, recibí una llamada de mi amiga neoyorquina Paula di Perna. Estaba en el país como reportera freelance cubriendo las elecciones.
Inmediatamente fijamos una cita y nos juntamos en un hotel de la Zona Colonial. En ese momento Paula era una joven y muy talentosa periodista que, debido a su dinamismo, curiosidad y tremendo talento como escritora unos años más tarde pasó a ser escritora principal y coproductora de la Fundación Jacques Cousteau, el francés que llevó el fondo de los mares y océanos a nuestras casas gracias a sus documentales. Con la Fundación estuvo por más de una década hasta que pasó a ocupar puestos claves en importantes instituciones internacionales vinculadas con el medioambiente.
Creo que fue a Paula a quien oí hablar por primera vez sobre el peligro que corrían los corales en algunos lugares del mundo. Eso fue a principios de los ochenta. ¡Estábamos en elecciones! ¿Quién se imaginaba, o le preocupaba, que los corales empezaban a morir por la contaminación y otros factores? Problemas del Primer Mundo, pensaba yo. Lo admito, pensaba que era Paula, la radical, hablando como siempre hablaba: la catástrofe ambiental estaba a solo unas décadas de distancia. Aún con las pruebas en las manos, muy pocos le hicimos caso... en aquel entonces.
Paula fue literalmente la fuerza detrás del documental sobre la Amazonía que produjera el oceanógrafo francés a mediado de los ochenta. Diez y ocho meses estuvo el equipo del Calypso, el famoso barco del equipo Cousteau, navegando a lo largo del majestuoso río. En su recorrido, el equipo siguió la trayectoria del río cruzando las regiones de Brasil, Colombia y Perú. La meta del documental, según destacara el New York Times, era demostrar “la deshumanización de los pueblos indígenas y el impacto del narcotráfico” en esa parte del mundo.
Cuando me reuní con ella estaban en la mesa el corresponsal del New York Times para el Caribe de ese entonces, Joseph Treaster (los corresponsales cambiaban cada tres o cuatro años), y un señor que parecía ser la copia de Ernesto Hemingway. Alto, blanco, con barba y cabellera blancas. Juraba que en vez de presentarme a Bernard Diederich me estaba presentando al mismo Hemingway.
Pero, era Bernard Diederich, jefe de la región del Caribe para la revista TIME y exfotógrafo de la internacionalmente reconocida revista LIFE. Conversador hasta lo último, se convirtió en el centro de atención en la mesa por sus anécdotas, historias y vivencias de la Eras de Trujillo y Papa Doc. Parecía conocer a todos los principales personajes de los dos lados de la isla. Y sobre las elecciones y los candidatos había hecho su tarea antes de venir al país. Conocía los candidatos, los había entrevistado y creía que Jorge Blanco ganaría las elecciones.
Yo no sabía nada de Bernard y, en ese tiempo, no podía correr a casa y buscarlo en Google. Fue en el espacio de la semana que pasamos juntos trabajando con los demás periodistas (yo estaba con ellos como intérprete, contratada por él) que pude obtener algunas pinceladas de quién era este hombre, su relación con Haití, sus libros sobre Papa Doc, los Somoza de Nicaragua, de su amistad con el escritor inglés Graham Greene y, más importante aún, sobre su libro La muerte del dictador (1978), un clásico sobre los eventos que llevaron a la caída de la dictadura trujillista.
Precisamente, cuando el escritor peruano Mario Vargas Llosa publicó La fiesta del chivo (2000), Diederich reveló en el diario Miami Herald que el libro era un plagio de su libro La muerte del dictador. Estaba indignado y sé que la situación fue extremadamente desagradable para él.
Durante esos días de elecciones le dije que no conocía ninguno de sus libros. Me prometió regalármelos, y así lo hizo unos días después. Como periodista y fotógrafo de guerras civiles y conflictos regionales, y comprometido con unos niveles de excelencia que he visto en pocos periodistas, los libros resultaron fascinantes para mí. Me enteré de cosas de estos personajes que nunca me imaginé. “Regalo para ustedes de los Estados Unidos... ¡los tres!”, me llegó a decir en varias ocasiones, refiriéndose a Duvalier, Trujillo y Somoza. Chocante el comentario, especialmente porque venía de un periodista que, en aquel entonces, yo consideraba cien por ciento norteamericano.
En ese entonces, los grandes periódicos y revistas estadounidenses tenían corresponsales permanentes que cubrían la región del Caribe y Centroamérica. Todos tenían sus oficinas en Coral Gables, en Miami, y viajaban a la región con cierta frecuencia. En plena Guerra Fría, Cuba era prioridad y los medios querían estar cerca de Fidel. Asimismo, la situación en Centroamérica y Haití se venía desplomando y también era de interés para ellos.
Parece mentira que en esos años Venezuela era simplemente un punto muy pequeño en el radar socio-político de la región.
Conversador hasta lo último pude aprender de las muchas situaciones que vivió en Haití, donde fundó el “Haiti Sun”, el primer periódico semanal en inglés en el país allá en los años cincuenta. También trabajaba para la agencia Prensa Asociada, el New York Times y otros medios internacionales. Como estaba en Haití también viajaba con frecuencia a República Dominicana, donde los acontecimientos de finales de los cincuenta y principios de los sesenta indicaban que el tiempo de la dictadura estaba llegando a su fin y él, su pluma, y su cámara, siempre estuvieron presentes en la mayoría de los grandes acontecimientos que ocurrieron en el país durante esos años.
Aquí conoció, como periodista, a las figuras claves del país. Ahí se inició su amistad de por vida con Donald “Donnie” Reid Cabral, Bernardo Vega y muchos otros más que, con el paso del tiempo, cuando venía al país me decía: “Nani, ya están muriendo los amigos. Sólo quedan algunas de las viudas”. Se refería a las viudas de los héroes del ajusticiamiento de Trujillo. Y las visitaba, y conversaba con ellas, y las respetaba por todo lo que habían sufrido durante la dictadura.
En el 1963, molesto con su trabajo, Duvalier lo mandó a arrestar por un breve periodo de tiempo y luego lo expulsó de Haití. Se estableció en este lado de la frontera y fue nombrado corresponsal de la revista TIME-LIFE. Aquí llegó con su esposa Ginette y su pequeño hijo Jean-Bernard. Pero aquí nació Philippe, quien en los noventa hizo una pasantía como fotógrafo en el Listín Diario. Tras las elecciones de 1966 lo trasladaron a México como jefe de la revista para ese país y toda Centroamérica. En el 1981 lo trasladaron a la oficina de Miami, tal y como estaban haciendo los demás medios norteamericanos, y fue el jefe de la región para la revista hasta su retiro en 1989.
Pero la palabra retiro no existía para él. Me avisó del retiro y me dijo que quería que yo me quedara como stringer –o enlace– de la revista en el país. También habló con la gente del New York Times y de la revista Business Week para que yo trabajara con ellos (todos estaban en el mismo edificio en Coral Gables). Después también trabajé con el reportero y periodista Juan Tamayo, del Miami Herald, con quien colaboré por años hasta que lo hicieron editor en jefe de América Latina del diario. Así empezó mi relación de mucho más de una década con estas publicaciones. Con el único medio que no podía trabajar era con el Washington Post. Entendido y así fue.
El interés en el país en ese entonces era grande. La historia así lo demostró, y con personas como Bernard y los demás periodistas, el interés se mantuvo especialmente por las elecciones de 1996. Ya sabían del joven y carismático candidato Leonel Fernández, del Partido de la Liberación Dominicana. En ese momento le planteé al New York Times que el joven candidato Leonel Fernández podía dar una excelente historia ya que fue producto del sistema de educación de la ciudad de Nueva York, desde niño, y que ahora era candidato presidencial de la República Dominicana. Una gran historia para los dominicanos residentes en Nueva York, y gran apoyo para todo lo relacionado con el sueño americano: si trabajas duro y te lo propones, puedes llegar a ser hasta el presidente de la nación.
“¿Qué mejor sueño americano que ese?”, le dije a Bernard. Niño inmigrante, escuelas públicas, estudiante de honor y, ahora, posible presidente de la República Dominicana. Me dijo que lo hablara con el corresponsal de turno del New York Times, Larry Rohter, el mismo que en el 2004 el presidente de Brasil, Lula da Silva, expulsó del país por una serie de artículos que escribió criticando al gobierno del líder brasileño.
Siguiendo la cadena de mando, Rohter habló con sus jefes en el New York Times quienes finalmente aprobaron la idea. Al día siguiente de su triunfo el periódico le dio portada a la victoria de Leonel Fernández, destacando que se había formado en las escuelas públicas de Nueva York, criado en Manhattan, con una madre que tenía dos trabajos para mantener a sus hijos. Recuerdo que logramos la primera entrevista con el recién electo presidente tras la celebración de una rueda de prensa en el Hotel Lina.
Tras su retiro, ahora tenía tiempo para escribir sobre los temas que más le interesaban sobre la región. En total, durante su larga trayectoria, escribió alrededor de 22 libros: tres sobre la República Dominicana y varios sobre Haití. Tal vez el más popular de sus libros sobre la vecina isla fue Papá Doc y los Tonton Macoutes (1969) el cual escribió con Al Burt, reportero del diario The Miami Herald, con prólogo de Graham Greene, y uno de mis favoritos. Se convirtió en lectura obligatoria para entender, un poco, ese tenebroso personaje.
Un libro muy particular, y que lo dio a conocer en el país, fue La muerte del dictador, un relato periodístico de la caída del régimen trujillista. Lo publicó en el 1978 con la Fundación Cultural Dominicana, dirigida por Bernardo Vega, amigo de décadas. Luego escribió Navidad con libertad. La lucha por la libertad del pueblo dominicano y, el último, Una cámara testigo de la historia. El recorrido dominicano de un cronista extranjero 1951-1966. Este fue publicado en el 2003 con el apoyo de Funglode y de la Fundación Cultural Dominicana. La portada del libro, una bella edición de lujo, muestra una tierna fotografía de don Juan Bosch abrazando a su esposa Carmen Quidiello de Bosch, ambos parados en una playa mirando hacia el mar.
Una noche, en una actividad en un hotel de Santo Domingo, donde era el orador invitado, un señor se me acercó y me dijo: “Como usted está con él y yo vivo muy cerca, le pido que me dé cinco minutos para ir a buscar el libro La muerte del dictador, porque quiero que me lo firme, ¡por favor!”. Se lo dije a Bernie y me contestó: “¡Oh! Qué honor. Sí, lo esperamos. Como quiera aquí están algunas de las viudas y quiero compartir con ellas”.
Su otro libro, de gran orgullo para él, fue The Seeds of Fiction: Graham Greene´s Adventures in Haiti and Central America 1954-1983, donde narraba el recorrido que hizo con el famoso escritor inglés Graham Greene por toda la frontera domínico-haitiana y varios países de Centroamérica. Se conocieron en Haití en 1954, y permanecieron amigos hasta su muerte en el 1991. Una de las novelas de Greene, The Comedians, trata sobre la vida de un extranjero en Haití en los tiempos de Duvalier. La novela luego se llevó al cine, interpretada por Richard Burton y Elizabeth Taylor.
Su familia
Bernard casó con Ginette, haitiana, su compañera de toda la vida. Tuvieron a Jean-Bernard, nacido en Haití, a Philippe y a Natalie. Eran su gran orgullo. Ambos hijos eran fotógrafos: Jean-Bernard, productor de programas de televisión, y Natalie, enfermera. Después llegaron los nietos, y siempre había tiempo para hablar de ellos.
En uno de sus viajes, vino al país en el 1987 con su hijo Jean-Bernard, fotógrafo, para cubrir unas elecciones presidenciales en Haití. Él se quedaría en el país y Jean-Bernard viajaría a Haití con unos colegas dominicanos para cubrir las incidencias. Como pasó los primeros años de su vida en el país, hablaba bastante bien el español. Esa noche estábamos en un hotel ubicado en el Malecón esperando cerrar una nota sobre el proceso haitiano, cuando llegó la información de que había habido un tiroteo en Puerto Príncipe y que había varios muertos. De inmediato, llegó otra noticia: que unos fotógrafos dominicanos estaban entre los muertos. Por primera vez vi a Bernard, sentado en el lobby del hotel, en silencio. Jean-Bernard estaba con los dominicanos.
No sé cuánto tiempo pasó cuando por fin confirmaron, como se podía confirmar en ese entonces, que había caído el fotorreportero de Rahintel Carlos Grullón durante un violento incidente entre grupos rivales. Aún no conforme, nos quedamos ahí esperando más noticias, esperando lo peor de lo peor. Por fin entró una llamada, no sé de dónde, y llamaron a Bernard. No me atrevía a mirarlo, hablarle, mirar la expresión de su cara mientras hablaba por teléfono... Cuando terminó se acercó a nosotros y nos dijo que acababa de hablar con Jean-Bernard. Me dijo: “Está bien. A salvo. Pero el joven dominicano murió. Ya puedo terminar la nota”. Entendí que en ese momento me debía retirar para que él procesara todo lo ocurrido.
Asimismo, aplaudía y se enorgullecía del trabajo que estaba haciendo Ginette en Miami. Con un temperamento especial, necesario para convivir con un hombre que buscaba conflictos armados y políticos para vivir, Ginette –al llegar a México y con tres hijos– inició sus estudios de medicina en México. Se especializó como siquiatra. Y después de retirada en Miami, trabajaba en un centro comunitario ofreciendo sus servicios básicamente a los inmigrantes, y muy en especial a la gran comunidad haitiana residente en esa ciudad.
Y dentro de esa familia caí yo. Siempre estaba atento a las actividades de mis hijos. Inclusive quiso que mi hija menor, golfista profesional hoy, pero tenista cuando estaba en el bachillerato, se fuera a estudiar con una beca de tenis a Miami. Inclusive, habló con la decana de una universidad de la ciudad para coordinar una entrevista con Karina. Me recomendaba que tratara de convencer a Lisa, la del medio, para que se fuera por la carrera de Medicina y así fue. También quería que se fuera a hacer la especialidad en Estados Unidos, pero en un “hospital universitario”. ¡Como si fuera tan fácil!, le decía. Ella, sin embargo, prefirió quedarse en el país y continuar parte de sus estudios en España. También quería que Bolívar, mi hijo mayor, optara por una beca como el gran deportista que era en una universidad estadounidense. Cosas de la vida... Bolívar es hoy fotógrafo y videógrafo...
Y así pasaron los años
Si. Pasaron los años, tanto en Haití como en República Dominicana, y siempre estaba atento a los acontecimientos en ambos países a pesar de su retiro y avanzada edad. Pero su especialidad era Haití. Amaba el país, le dolía, lo conocía y tenía la esperanza de que algún día, tal vez no durante los años que le quedaban, la suerte del país cambiaría. Sufrió el terremoto de 2010 como la verdadera tragedia que fue. Tal vez ahí entendió, al pasar los años después del terremoto, que la situación en Haití tardaría décadas en mejorar.
Conmigo, por lo menos, nunca criticó las relaciones domínico-haitianas. Simplemente, exponía los datos que tenía. Hasta en eso era reportero. No era un experto, decía, sino un reportero. En un encuentro con el canciller doctor Eduardo Latorre, con quien trabajé muy de cerca durante el primer gobierno del doctor Leonel Fernández, sí conversó sobre el tema y le hizo algunas aclaraciones y recomendaciones sobre las relaciones entre ambos países. Eran los momentos en que se estaban haciendo los esfuerzos para crear la Comisión Mixta Bilateral Domínico-Haitiana, un sueño que a veces es sueño y otras veces pesadilla.
En los últimos años de su vida decidió donar su colección de miles de negativos y fotografías a la Fundación León. El embajador Bernardo Vega fue fundamental en esas negociaciones. La Fundación preservaría el material para las futuras generaciones. El quería entregárselas a una institución que cuidaría lo que fue uno de los aspectos más importantes de su vida: sus fotografías, sus negativos, los cuales contaban por medio de sus ojos y lente fotográfico la historia más reciente de esta isla.
Como ya existía el internet, nos escribíamos constantemente, especialmente durante los primeros años del gobierno de Leonel Fernández. Me escribía: “Dile a Lionel (sic) que las cosas no son así, que son de otra manera... Dile que leí que se van a reunir con funcionarios de Haití, que tenga presente tal o cual cosa...”, como si yo tuviese la posibilidad de pasarle el mensaje al presidente de la República. Sí se lo comentaba al canciller Latorre, pero nada más de ahí. Pero creo que en todos los correos que me escribía me preguntaba por “Lionel”, que quería verlo la próxima vez que viniera al país, y por más que le explicara que yo no tenía contacto con él, siempre me decía lo mismo. Creo que lo admiraba, mucho, y que hubiese querido un Leonel, como el de mediados de los noventa, para Haití.
Sus correos me informaban sobre el último libro que estaba escribiendo, que pensaba escribir, sobre la situación en Haití, sobre el último nieto/nieta que le nació, y me preguntaba sobre mis planes. Pero, en octubre pasado no recibí un correo felicitándome por mi cumpleaños. Y, en diciembre, no recibí su correo de Navidad por primera vez en décadas. Yo tampoco le escribí. Temía lo peor. Y así fue.
En estos momentos de coronavirus pienso en Bernard, o Bernardo, como muchos le decían. Pienso en la persona que tanto apoyó –por medio de sus escritos y fotografías– un futuro más promisorio para estas dos naciones tan diferentes pero que comparten una sola isla y tanta historia.
¡Ojalá descanse en paz!