Relato de fotógrafo de la AP que sufrió golpe de calor en Phoenix
Ese día, Phoenix rompió su récord de la racha más larga por encima de los 43,3 ºC (110 ºF)
El calor nunca antes me había asustado.
He pasado 23 años cubriendo Phoenix como fotógrafo para The Associated Press, captando imágenes de torneos de golf, partidos de béisbol y otros eventos deportivos al aire libre, la creciente población de indigentes de la ciudad, la inmigración y el crimen.
Y, por supuesto, el calor.
Al igual que la mayor parte de las personas por aquí, hablo de que las temperaturas están en decenas de grados Fahrenheit como si fuera un hecho que la gente sabe que siempre debe poner un 1 delante de ese número (lo que equivale a más de 37 grados Celsius).
Pero la ola de calor récord de este verano ha sido como ninguna otra.
No hay cantidad de agua ni Gatorade que pueda mantenerlo a uno funcionando adecuadamente bajo estas condiciones sin tomar descansos para refrescarse bien a lo largo del día.
Mi celular y cámaras fallan continuamente y dejan de funcionar. Incluso al aire acondicionado de mi auto se le ha dificultado seguirle el paso al calor.
En mi vehículo guardo un termómetro que solía usar para verificar la temperatura de las sustancias químicas en un cuarto oscuro. El calor en el interior cuando el aire acondicionado está apagado es por mucho más elevado que el aire exterior, y a menudo el termómetro sube a 51,6 ºC (125 ºF).
En los últimos días superó eso, y la aguja se fue bastante más allá de donde ya no hay números.
En la mañana del 10 de julio pasé más de tres horas fotografiando intermitentemente la vida al aire libre. Los artículos sobre el calor son difíciles en parte porque las personas no son lo suficientemente insensatas como para estar afuera, a diferencia de los fotoperiodistas.
Cuando llegué a casa estaba exhausto. Pero al día siguiente me levanté y volví a salir para otro día consecutivo de temperaturas superiores a los 43,3 ºC (110 ºF).
En un momento dado mi cámara dejó de funcionar y tuve que enfriarla en el auto. Me quemaba la mano agarrarla.
El 12 de julio acudí a cubrir un refugio para que las personas sin hogar se refresquen y fotografié a un hombre en su tienda de campaña en The Zone (La Zona), un área llena de tiendas de campaña que se extiende a lo largo de varias manzanas del centro de la ciudad. Las calles de asfalto negro irradiaban calor.
Estaba sudando tan profusamente que las gotas escurrían como si fuera un jugador de baloncesto en un partido intenso. Era molesto. No era la primera vez que esto sucedía, y es por eso que a menudo llevo una toalla para secarme y evitar que el sudor gotee en el visor de mi cámara.
Pero luego me di cuenta de que no había necesidad de secarme. Estaba seco. Dejé de sudar por completo. Mi cuerpo no tenía más agua que sudar. Mis piernas comenzaron a sentirse frías, una sensación extraña. Luego sentí calambres. Era obvio que necesitaba salirme del calor.
Pero no pensé más en ello. Esa noche dormí irregularmente y me dolía la cabeza. Las temperaturas seguían altas.
Para el viernes 14 de julio estaba súper letárgico y sólo quería que terminara la semana laboral. Ya no quería cubrir el calor.
El sábado descansé y pensé: “Estoy en Arizona. Así son las cosas”.
Después del fin de semana, tenía una cita de dermatología el martes para extirpar una mancha de carcinoma de células basales, la forma más común de cáncer de piel. Dichos procedimientos se han vuelto casi rutinarios luego de tantos años de trabajo en Arizona.
Ese día, Phoenix rompió su récord de la racha más larga por encima de los 43,3 ºC (110 ºF), el 19no día con un calor así.
Cuando me revisaron me dijeron que estaba hecho un desastre. Mi presión arterial se ubicaba en 178/120. Tras decirme eso, se disparó a 200/120. La enfermera quería enviarme en ambulancia a la sala de emergencias porque pensaban que iba a tener un paro cardiaco.
Es tan sorprendente que ahora parece gracioso. Yo creía que sólo estaba cansado por el trabajo.
Opté por ver a mi médico el miércoles y me dijo que sufría un golpe de calor.
Me hice un análisis de sangre preventivo al día siguiente para asegurarme de que todo estuviera normal. Pero no sin antes experimentar más consecuencias relacionadas con el calor: no me podían sacar sangre de mis brazos porque todavía estaba ligeramente deshidratado. Desafortunadamente, eso significó que la extrajeron de mis manos, lo cual no fue agradable.
La buena noticia es que estoy bien. Pasé dos días internado y para el viernes mi presión arterial ya se ubicaba en 128/72.
En el futuro seré más cauteloso hasta que pase esta ola de calor, y he desarrollado un plan con Ross Franklin, mi colega fotógrafo.
En condiciones de calor extremo, nos limitaremos a intervalos fotográficos de 30 a 40 minutos antes de darnos un descanso para refrescarnos. Mantenemos toallas frías y húmedas en una hielera en nuestros autos, y de dos a tres veces más agua y Gatorade de lo que llevaríamos normalmente.
En otra hielera con paquetes plásticos de gel refrigerante ponemos nuestras cámaras cuando no las usamos. Tenemos toallas secas adicionales para el sudor. También planeamos transmitir todas nuestras imágenes desde el interior de un edificio con aire acondicionado, no desde nuestros autos como solemos hacer.
Y si realmente nos sentimos mal, prometemos detenernos. Sin excepciones.
Por lo general, seguimos trabajando en una misión laboral incluso si no nos sentimos bien... pero no lo haremos si se debe al calor.
Es demasiado arriesgado.
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