Sassen: “A la larga el enemigo no será el virus, sino las grandes empresas”
La socióloga Saskia Sassen, premio Príncipe de Asturias 2013, cree que el ser humano tiene 'una extraordinaria capacidad para olvidar', por lo que se dejará de hablar del coronavirus en medio año. El enemigo, después, serán las grandes empresas que destruyen a las pequeñas. “Esa es la batalla que hay que tener”, advierte.
La vida de Sassen (La Haya, 1949) transcurre entre dos ‘ciudades globales’ como son Nueva York y Londres. En la capital británica pasa el confinamiento la profesora de la Universidad de Columbia y escritora y desde allí está al tanto de las polémicas declaraciones de Donald Trump: “Es un caso tan extremo que ya no me horroriza nada de lo que dice”.
PREGUNTA: La crisis del coronavirus probablemente hará reflexionar sobre nuestro modelo de vida ¿Cómo cree que influirá en futuros trabajos de investigación, abrirá nuevos campos o vías?
RESPUESTA: Mi experiencia, porque yo ya soy bastante mayor, es que tenemos una capacidad extraordinaria para olvidar. Lo que ahora es un momento muy dramático (en el que) hay miedo, la gente se muere... al final, en tres semanas o en un mes cuando haya pasado no me sorprendería que lo olvidáramos. Eso me impresiona, la capacidad que tenemos de convivir con una cosa muy trágica y muy alarmante que da miedo, que mata.
Yo tengo 73 años, he pasado por varias tragedias y ya casi no se habla. Eso me hace pensar que dentro de medio año ya no hablaremos de la crisis del coronavirus. Nosotros podemos convivir con experiencias de las que vemos solo una parte y realmente no estar traumatizados. Tenemos una manera de manejarlo, porque si no estaríamos destruidos.
P: Trump ha dejado claro que prefiere que el confinamiento termine cuanto antes por motivos económicos, aunque suponga poner en riesgo la salud de sus ciudadanos ¿qué opinión le merecen las políticas de Trump en la crisis?
R: Es inaceptable. Trump es de una brutalidad extraordinaria, cómo ha manejado las cosas. Yo ahora estoy en Londres, pero vivo en Nueva York mayoritariamente. Trump es un caso tan extremo que ya no me horroriza nada de lo que dice. Tiene dos vectores que le funcionan, y el resto no están. Uno son sus intereses personales, y el otro es todo lo que odia. Él odia a tanta gente, tantas narrativas, tantas digamos situaciones. Está cargado de tanto enojo y odio que es impresionante. Y eso le mantiene vivo y sobrevive porque dice lo que quiere. Él se expresa... lo que quiere, lo que siente, en vez de controlarse un poco. Eso es una manera de sobrevivir me imagino. Porque se le critica, se le ridiculiza. La gente no le cree, conocen las mentiras que dice, las exageraciones que hace y el tipo como que sigue funcionando.
El ser humano medio tendría un poquito de vergüenza, de prudencia, una inteligencia práctica para no salir como un mentiroso... Trump, nada. El acto de hablar para Trump es un acto que él no se lo toma muy en serio porque si no, no se entiende.
P. Aun así, cuenta con un núcleo muy numeroso de votantes...
R: Él sabe cómo manejarlos, sabe (...) que las élites le han dejado estar ahí. Él ha sabido como reconocer eso, las élites lo despreciaban y todavía lo desprecian, porque es un poco estúpido. Tiene algún vector de inteligencia, que es la inteligencia que a él le interesa. Pero es muy limitado. Él tiene suficiente inteligencia para saber que mucha gente no lo ve como una persona inteligente.
P: Señala que actualmente la economía global se centra en la ‘financiarización. Sin embargo, con la pandemia evolucionando a diferentes ritmos según el país, muchos gobiernos miran al mercado interior para poder reactivar su economía. ¿Perderán las finanzas terreno en las economías nacionales en favor de la producción/consumo en masas?
R: Esperemos que las finanzas pierdan. Hay que reactivar nuestras economías, y a lo mejor esto es una oportunidad para hacerlo, para que las producciones locales entren en juego de forma más dura. Recordemos que hay una serie de actores muy internacionales que están en el negocio de importar y exportar. Ellos no pueden perder, digamos. Los que pueden perder son los pequeños agricultores, las pequeñas empresas, porque vienen dominadas por esas grandes corporaciones. Esa es para mí la batalla que hay que tener. El virus se va a ir. El virus no es el enemigo. A la larga el enemigo son las grandes empresas que van destruyendo a todas las pequeñas.
España está en una situación mejor que Estados Unidos porque tiene mucha producción local. En Norteamérica las grandes empresas se han vuelto extraordinariamente dominantes y su objetivo no es sobrevivir como el pequeño agricultor, sino ganar dinero.
Yo siempre digo que las lógicas dominantes en Estados Unidos son lógicas extractivas. No buscan generar condiciones que permitan a las clases modestas tener una mejor vida, una comida más sana, etc... Las grandes empresas quieren lograr la plusvalía, es todo lo que importa.
P: En las últimas décadas hemos vivido un proceso de privatización del sector público. Sin embargo, la crisis del coronavirus ha evidenciado la necesidad de tener unos servicios públicos eficientes. Cuando esto acabe, ¿tocará repensar las decisiones económicas que se han tomado años atrás?
R: La desregularización ha sido en favor de ciertos sectores y no de otros. Hemos destruido mucho, pero es una historia ya de hace 30 años. La noción de “privatizar es la mejor manera de hacerlo” ha llevado a alguna cosa buena, pero muchas son negativas. Todo el sector público ha perdido mucho, ha perdido capacidad efectiva en cuanto a los proyectos que desarrolla y debería desarrollar. Ha perdido terreno en favor de las grandes empresas, que han ido acaparando parte de la economía que solía estar bajo el control de pequeñas empresas o de gobiernos. Mucha privatización, que tiene como objetivo extraer ganancias, no manejar mejor las cosas. Esa es la gran tragedia en Estados Unidos, es realmente problemático.
Ahora estamos viendo las consecuencias, porque hay un empobrecimiento de las clases medias modestas especialmente, que son la gran mayoría de la gente en un país como Estados Unido y que solo han perdido. Es realmente una historia muy triste.
En los años 80, cuando empezó la privatización y la desregularización de nuestras economías, surgió un nuevo tipo de elite que dividió a la clase media. Por un lado, una clase media muy rica que casi no se puede llamar así, y un sector que ahora son una clase muy modesta con muchas dificultades para que sus hijos vayan a buenas universidades o para tener viviendas buenas. La clase media representaba un 40-50% en las grandes ciudades y ahora se encuentra partida entre un sector muy rico y otro empobrecido.
Al principio (en la década de los 80) no se notó la diferencia, pero hace ya 20 años que lo notamos. Es un cambio que se da en varios países, no solo en Estados Unidos. No es solamente una clase política quien puede logar ese cambio, es la estructura misma de la economía.
P: Muchos países están volviendo a acercar la producción dentro de sus fronteras y estamos viviendo un repliegue del comercio internacional ¿cambiará nuestro actual modelo económico?
R: Algo tiene que cambiar en este sistema. Yo he hecho muchos trabajos de las grandes finanzas, una sistematicidad que puede extraer plusvalía de muchos sistemas que pensábamos que estaban controlados o a los que no se podía acceder. Y ahora sí, porque esa sistematicidad de la alta finanza te cuenta el cuento de que puedes aumentar tu plusvalía, tus ganancias. Pero al mismo tiempo, vemos que es un sector extractivo y siempre hay muchos que pierden. Los que pierden son casi invisibles, los que ganan son muy visibles. Te genera una narrativa que es real, pero no es completa.
Es difícil entender qué viene ahora. Porque las nuevas generaciones (...) están realmente en otras formas de pensar qué es la buena vida. Mucho más encajada con la naturaleza, con la solidaridad de otro tipo. No son la mayoría, pero hay gran parte que sí. No les interesa tener tres coches, al contrario, porque tiene que lavarlos, cuidarlos... Son otras mentalidades. Es muy difícil establecer si son la mayoría porque cambia según el país. Hemos entrado en una nueva época, distinta por esas generaciones jóvenes.
P: ¿Cree que la incertidumbre por la crisis del coronavirus puede servir como impulso a la extrema derecha en Europa?
R: Eso es difícil de generalizar porque creo va a haber una serie de combinaciones. No surge tanto de que guste la nueva modalidad de derecha, sino de que la izquierda encontró sus límites y no logró avanzar en un proyecto en el que teníamos muchas esperanzas No le echo la culpa a ellos, sino a una mezcla de elementos.
Es muy difícil ahora saber dónde va a ir la energía política porque tienes a jóvenes muy derechas y a jóvenes que son muy de izquierdas. Entonces, no sabemos y va a depender de la economía, de la cuestión del empleo, etc... Yo creo los cambios que esta nueva generación nos pueden dar ya están pasando y muestran sus límites, los cambios. Esa es la tragedia, que vemos (...) nuestras limitaciones. En ese contexto es en el que ganan ciertas derechas que son nuevas y que son alarmantes porque vienen marcadas con cierta ignorancia y un cierto tipo de fe en que nos va a dar una vida mejor. Yo, como experta, te digo que no, que no te va a dar una vida mejor.
Después de la Segunda Guerra Mundial en muchos de nuestros países había una intención, un proyecto serio de mejorar las condiciones de vida, era necesario, era urgente. Eso hoy no lo tenemos.
P: ¿Sacaremos alguna lección positiva cuando la pandemia haya terminado?
R: Yo creo que sí. Siempre hay sectores que pueden ver lo bueno. Yo soy una de esas, porque veo que la situación es problemática, pero también hay algo positivo. Las preferencias de las nuevas clases jóvenes prometen algo bueno. Siempre tendremos sectores que quieren extraer más y más riqueza cuando ya son ricos. Pero también tenemos a los otros, que pueden ver transversalidades, que pueden ir agregando nuevas modalidades de gente y proyectos.