¿Dónde se asentaron los cocolos, una parte importante de la identidad dominicana?
La migración de los nativos de las antiguas colonias británicas coincidió con el auge la industria azucarera a mediados del siglo XIX
La identidad dominicana tal y como la conocemos hoy es producto de la mezcla de varias etnias, cuyo origen data desde los primeros años de la colonización española. En ese rico mestizaje, los nativos de las Antillas Menores del Caribe, durante su tiempo como colonias del imperio británico, tienen una cuota importante, sobre todo en la parte este del país.
De acuerdo con los datos arrojados en el primer censo nacional de la República Dominicana en 1920, en el país vivían 5,763 antillanos británicos, conocidos también como "cocolos", que llegaron a la isla atraídos por el auge de la industria azucarera, según recoge el catedrático dominicano Rafael Jarvis Luis en su libro Inmigrantes de las Antillas británicas en la República Dominicana. Cocolos en San Pedro de Macorís y La Romana 1870-1950.
En ese sentido, estos inmigrantes se asentaron principalmente al este del país. Para la fecha en el que se realizó el censo, unos 3,615 antillanos británicos estaban radicados en San Pedro de Macorís, que lideraba la agroindustria de la caña con siete centrales azucareros: Angelina, Cristóbal Colón, Consuelo, Las Pajas, Porvenir, Quisqueya y Santa Fe.
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La provincia El Seibo, a la que le correspondía La Romana y que concentraba la actividad laboral, le sigue a San Pedro de Macorís en la cantidad de británicos insulares con 884 para 1920, según el libro de Jarvis Luis, descendiente de cocolo egresado de la Facultad de Economía y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
Los migrantes se ubicaron en la zona urbana de San Pedro de Macorís: Jacob-Town (Yocotón), Sufrimiento, Villa Bergara, General Cabral y Miramar. En La Romana habitaron en los sectores de Tocones, Brooklyn, Santa Fe y Chicago, agrega el libro publicado con la colaboración del Intituto Nacional de Migración de la República Dominicana (INMRD).
Otras provincias del país con una importante presencia de nativos de las Antillas Menores durante el 1920 son: Puerto Plata (442); Santo Domingo (265); Samaná (214); Barahona (113) y Monte Cristi (105).
La inmigración en Samaná
En el caso de Samaná, el autor señala una confusión que comparten muchas personas, al creer que la presencia de los inmigrantes de esa provincia solo son británicos insulares caribeños.
Jarvis Luis indica que este flujo migratorio en esta provincia tiene dos orígenes diferentes: un primer grupo de inmigrantes afrodescendientes llegó procedente de los Estados Unidos entre 1824 y 1826, por iniciativa del presidente haitiano Jean Pierre Boyer, cuando este unificó la isla bajo su administración, reza el libro.
El autor explica que la llegada de un segundo grupo de inmigrantes, proveniente de las posesiones insulares inglesas del Caribe, se debió al empuje de la industria azucarera en la República Dominicana desde la segunda mitad del siglo XIX.
Para 1920, en República Dominicana se registraba la presencia de nativos de Antigua, San Cristóbal y Nieves, Nevis, Tortola, Barbados, Montserrat, Dominica, Jamaica, Anegada, Trinidad, Turks Islands Anguila, Inglés, Saint Vincent
Razones para la migración
Jarvis Luis señala en su libro que la guerra librada por Gran Bretaña contra Napoleón Bonaparte y el impacto negativo del bloqueo del emperador a la manufacturera londinense a la industria textil provocaron que un gran número de obreros, militares y marineros quedaran sin trabajo para el final de la contienda.
Bajo ese contexto, muchos políticos ingleses impulsaron la emigración como un alivio al malestar interno generado, principalmente por la cantidad de personas desempleadas, según las informaciones recogidas por el economista.
Este escenario "favoreció la migración de los antillanos británicos hacia la pujante industria azucarera de la República Dominicana, surgida durante el último cuarto del siglo XIX", llevando a los inmigrantes a asentarse en diversos puntos del país, en el que había una oferta laboral "de considerable magnitud y elevadas inversiones de capitales", dice Jarvis Luis en el libro.
Además de las labores agrícolas e industriales, los inmigrantes ofrecían otros servicios que se vieron impulados por la creciente oferta y demanda de la población en la que se asentaron.
Los inmigrates antillanos británicos en La Romana eran en su mayoría jornaleros y braceros, pero una gran cantidad se dedicaban a la carpintería, la albañilería y la herrería, en el caso de las mujeres, la mayoría se dedicaba a los quehaceres domésticos.