Caso del niño de seis años que disparó a maestra plantea cuestiones complejas en EEUU
A principios de mes un niños de 6 años disparó contra su maestra mientras estaban en el salón de clases
Tenía 6 años y estaba en su clase de primer grado en Newport News, Virginia. En plena clase apuntó una pistola hacia su maestra, dice la policía, y luego apretó el gatillo. Y en toda la nación, la gente no supo bien cómo reaccionar.
Hasta en un país donde la violencia con armas de fuego es tristemente común, la historia de un niño pequeño con una pistola resuena en grande. Ha habido señalamientos, confusión, dificultad para encontrar respuestas y una lucha masiva con sentimientos profundamente incómodos. Y hay preguntas también: ¿Cómo es posible que suceda algo como esto? ¿Dónde lo ponemos en la conciencia nacional?
“Es casi imposible entender el hecho de que un niño de primaria de 6 años llevó una pistola cargada a la escuela y le disparó a una maestra”, declaró el alcalde Phillip Jones ese día, el 6 de enero. “Sin embargo, eso es exactamente con lo que nuestra comunidad está lidiando hoy”.
Pero no es solo su comunidad y no fue sólo ese día. Estados Unidos suele ser un país donde las personas dicen exactamente lo que piensan, pero muchos se rinden ante esto. En una tierra atiborrada de opiniones, esto es para rascarse la cabeza. Incluso para “rascarse” el corazón.
“Nunca pensé que estudiantes de primaria con armas de fuego fuera una posibilidad que veríamos alguna vez”, expresa Kendra Newton, maestra de primer grado en Florida.
Eso puede ser porque se encuentra fuera de lo que es habitual para la gente. Jennifer Talarico, profesora de Psicología en el Lafayette College, en Easton, Pensilvania, cree que el caso fue particularmente escandaloso en parte porque rebasó las expectativas de la sociedad, tanto para los tiroteos escolares (de los que hubo otros dos en otras partes del país ese día) como para la infancia misma.
“Lamentablemente, tenemos patrones, tenemos categorías, tenemos arquetipos para los tiroteos escolares en este país. Tenemos una especie de guion para estas cosas”, agrega Talarico, quien ha estudiado cómo las personas recuerdan los eventos experimentados indirectamente. “Usar la frase ‘tiroteo escolar’ como clave nos lleva a desarrollar esa historia en nuestra cabeza, y cuando los hechos del caso son tan diferentes... eso es lo que sorprende”.
Los estadounidenses suelen considerar que la infancia engloba lo mejor de nuestra sociedad y valores: inocencia, diversión, alegría y amor, añade Talarico. Cualquier cosa que desafíe esa visión profundamente arraigada saca a la luz preguntas complicadas sobre la cultura y la comunidad en la que se cría a un niño —ya sea la cultura y la comunidad locales o la nación entera—.
“Esa es una autorreflexión dura”, dice. “Es por eso que esta historia está resonando entre la gente”.
Los estadounidenses luchan con un escenario que no cabe en ninguna caja. Pero a pesar de lo estremecedor que pueda parecer, existe el peligro de tratar de forzar el incidente en un marco familiar, advierte Marsha Levick, directora legal y cofundadora del Juvenile Law Center (Centro de derecho juvenil). Ella cree que los estadounidenses se han quedado “tan atrapados respecto al castigo” que han perdido la capacidad de tener conversaciones fuera de esos límites. Al etiquetar al tiroteo con la palabra “intencional”, el jefe de policía de Newport News, Steve Drew, tentó a la gente a verlo como un acto criminal, afirma Levick.
“Eso es ridículo. Es absurdo Es completamente incongruente con la ciencia y lo que sabemos sobre el desarrollo humano y el desarrollo infantil”, enfatiza. “Aceptemos eso. Este no fue un acto criminal”.
A Levick le gustaría que la policía reconociera que “este no es asunto nuestro”, como lo hizo hace más de dos décadas en uno de los pocos casos del pasado reciente que guarda cierto parecido al tiroteo de Virginia. Cuando en el 2000 un niño de 6 años le disparó a un compañero de clase en Michigan y lo mató, el fiscal del condado de Genesee, Arthur Busch, no procesó al niño, sino a quienes le dieron acceso al arma.
En una entrevista la semana pasada, Busch destacó que le ha sorprendido el uso repetido del término “intencional” por parte de la policía de Newport News.
“Fue como el ruido que hacen las uñas en un pizarrón cuando escuché a la policía decir que fue intencional”, dijo. “No lo llamamos intencional cuando es un niño de 6 años… No tiene la edad suficiente para tener intenciones criminales”.
Busch, quien luego se convirtió en abogado defensor y se jubiló en 2018, recuerda haber visitado al niño en un hogar grupal y sentarse en una silla para un niño y conversar. El niño le mostró con orgullo dibujos que había coloreado y sus juguetes favoritos. Una sonrisa reveló que le faltaban dos dientes frontales y hablaron sobre el ratón de los dientes y el Conejo de Pascua.
“Estaba emocionado porque sabía que iba a recibir dulces”, recordó Busch. “Era bastante claro que no estaba tramando planes diabólicos. Era un niño pequeño típico. Era básicamente un bebé”.
Busch recuerda haber quedado estupefacto cuando le notificaron del tiroteo del 2000. “Simplemente, no podía entenderlo”, dijo. Pero supo de inmediato que no presentaría ningún cargo.
“Lo único que se puede hacer con ese niño es sacarlo de esa situación, encontrar el mejor lugar para él”, añadió Busch. “Este niño probablemente nunca había visto el amor en su vida. Necesitábamos abrazarlo como comunidad, amarlo y protegerlo”.
El caso de Virginia seguramente generará debates sobre la necesidad de un mejor control de armas y la seguridad escolar, pero Moira O’Neill, quien dirigió durante cinco años la Office of the Child Advocate (Oficina de Defensa Infantil) de New Hampshire, dice que cualquiera que se sienta alterado por el incidente puede tomar medidas sencillas. Afirma que una cantidad abundante de investigaciones muestra que la mejor manera de apoyar el desarrollo infantil y promover la resiliencia es ofrecer a los niños un sentido de pertenencia.
En resumen: no deje que su estado de conmoción lo paralice. Tome medidas para valorar a los niños en su propia comunidad.
“Este no es un compromiso enorme. Esto es simplemente conocer a los niños, saber sus nombres y dar la impresión de que, si necesitan ayuda, pueden pedirla”, añade. “Si los vecinos eligen instalarse en la conmoción sin pensar detenidamente en maneras en que puedan contribuir al bienestar y la seguridad de los niños, envían el mensaje de que los niños no son valorados”.
Está por verse si toda esta reflexión en torno al tiroteo en Virginia conduce a un cambio. Talarico, cuyo trabajo incluye estudiar el “lenguaje cargado de recuerdos” que a menudo rodea a los grandes eventos, dice que los imperativos como “Nunca olvidar” no siempre conducen a una acción generalizada, especialmente cuando se trata de armas. “‘Nunca olvidar’”, afirma, “no se ha traducido eficazmente como ‘Nunca más’”.