Pandemia y tiroteos: ¿Muertes masivas son lo normal en EEUU?
“Nos divide el hecho de que la gente crea que no hay nada que puedan hacer”, lamentó Megan Ranney
Luego de que varios tiroteos recientes en Estados Unidos mataron e hirieron a personas que iban de compras al supermercado, a la iglesia o simplemente viviendo sus vidas, la nación marcó el hito de un millón de muertes por COVID-19. El número, alguna vez impensable, es ahora una realidad irreversible en el país, tanto como la persistente realidad de la violencia con armas de fuego, que mata a decenas de miles cada año.
Los estadounidenses siempre han tolerado altas tasas de muertes entre ciertos segmentos de la sociedad, pero las cifras de muertes por causas prevenibles y la aparente aceptación de los norteamericanos de que no hay nada que cambiar a la vista generan una pregunta: ¿Se han vuelto las muertes masivas algo normal entre los estadounidenses?
“Creo que la evidencia es inequívoca y bastante clara. Toleramos una enorme cantidad de carnicería, sufrimiento y muerte en Estados Unidos, porque lo hemos hecho en los últimos dos años. Lo hemos hecho a lo largo de nuestra historia”, opinó Gregg Gonsalves, epidemiólogo y profesor en Yale que fue un miembro importante del grupo de activismo contra el sida Act Up.
“Si yo pensaba que la epidemia de sida fue mala, la respuesta estadounidense al COVID-19 ha sido una especie de... es una forma de lo grotesco estadounidense, ¿no?”, agregó Gonsalves. “¿En serio? ¿Un millón de muertos? ¿Y me hablas de la necesidad de volver a la normalidad, cuando, mayormente, la mayoría de nosotros hemos estado viviendo vidas razonables en los últimos seis meses?”.
Ciertas comunidades han cargado siempre con el peso de una mayor mortalidad. En Estados Unidos existen inequidades raciales y de clase profundas y nuestra tolerancia de la muerte se basa en quién está en riesgo, explicó Elizabeth Wrigley-Field, profesora de Sociología y estudiosa de la mortalidad en la Universidad de Minnesota.
“Las muertes de algunas personas importan más que las de otras”, lamentó. “Pienso que eso es lo que estamos viendo en esta forma realmente brutal con esta coincidencia de momentos”.
En Buffalo, el atacante era un racista decidido a matar a personas negras, de acuerdo con las autoridades. La familia de una de las 10 personas a las que él asesinó —Ruth Whitfield, de 86 años— canalizó el dolor y la frustración de millones al demandar acción para cambiar las cosas.
“Ustedes esperan que nosotros hagamos esto una y otra vez. Y otra vez, a perdonar y olvidar”, afirmó su hijo, el excomisionado de bomberos de Buffalo Garnell Whitfield Jr. “Mientras, las personas a las que elegimos y en las que confiamos para ocupar puestos en este país hacen lo más que pueden para no protegernos, para no considerarnos iguales”.
Esa sensación —la de que los políticos hacen muy poco mientras la violencia se repite— es compartida por muchos estadounidenses. Es un sentir representado por los pésames ofrecidos a las víctimas de la violencia con armas de fuego por parte de políticos renuentes a cambiar las políticas, de acuerdo con Martha Lincoln, profesora de Antropología en la Universidad Estatal de San Francisco.
“No creo que la mayoría de los estadounidenses se sientan cómodos con eso. Pienso que la mayoría quisiera ver acciones reales de sus líderes en la cultura sobre esos problemas ubicuos”, añadió Lincoln, que vio un “vacío político” similar en relación con la pandemia del COVID-19.
Con el COVID-19, la sociedad estadounidense ha comenzado incluso a acepar las muertes de niños por una causa prevenible. El pediatra Mark W. Kline escribió en una columna para el periódico The Advocate que más de 1,500 niños han muerto por COVID-19 y recordó los tiempos de la pediatría “cuando no se suponía que los niños murieran”.
“No había un número de muertos aceptable “, escribió. “Al menos, no antes que la primera pandemia de la era de las redes sociales, el COVID-19, lo cambiara todo”.
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La violencia con armas de fuego es una parte tal de la vida en Estados Unidos ahora que nosotros organizamos nuestras vidas alrededor de su inevitabilidad, declaró Sonali Rajan, profesora de la Universidad de Columbia y que estudia la violencia en las escuelas. Los niños hacen simulacros de confinamiento total en las escuelas. En la mitad de los estados, dice Rajan, los maestros pueden llevar armas en caso de que sea necesario defenderse. Apunta que unas 100,000 personas son baleadas anualmente y que 40,000 mueren.
Ella ve una dinámica similar e la respuesta actual al COVID-19. Los estadounidenses, dice, “merecen poder viajar al trabajo sin enfermarse, o trabajar en alguna parte sin enfermarse, o enviar a sus hijos a la escuela sin que se enfermen”.
Es importante, dice, preguntar qué políticas están siendo presentadas por los funcionarios electos que tienen el poder para “cuidar de la salud y el bienestar de sus constituyentes”.
“Es increíble cómo ha sido abandonada esa responsabilidad. Es así como yo lo describiría”, afirmó Rajan.
El nivel de preocupación por las muertes depende a menudo del contexto, explicó Rajiv Sethi, profesor de Economía en el Barnard College. Apunta a los acontecimientos dramáticos, pero raros, como un accidente aéreo, que parece importarle más a la gente.
Sethi señala que hay más suicidios con armas de fuego en Estados Unidos que homicidios: unos 24,000 suicidios con armas de fuego comparado con 19,000 homicidios. Sin embargo, aunque existen propuestas de políticas que pudieran ayudar dentro de los límites del derecho constitucional a la posesión de armas, agregó, el debate sobre las armas de fuego está atascado políticamente, lo que causa “parálisis”.
“Nos divide el hecho de que la gente crea que no hay nada que puedan hacer”, lamentó la doctora Megan Ranney, de la Facultad de Salud Pública de la Universidad Brown.
Ranney subraya las narrativas falsas diseminadas por personas mal intencionadas, como las que niegan que las muertes eran prevenibles, o las que insinúan incluso que quienes murieron lo merecían. En Estados Unidos existe un énfasis en la responsabilidad personal por la salud de uno, dice. “No es que le estemos dando menos valor a una vida individual, sino que estamos chocando con los límites de ese enfoque”, afirmó.
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En realidad, añadió, cualquier muerte o discapacidad individual afecta a la comunidad.
Debates similares ocurrieron en el último siglo sobre las leyes de trabajo infantil, las protecciones laborales y los derechos reproductivos, mientras que en la década de 1980, durante la crisis del sida, hubo una falta de voluntad política para responder en un ambiente en el que abundaba la discriminación a los gays. Wrigley-Field apunta que los activistas consiguieron movilizar una campaña que forzó a la gente a cambiar la forma en que pensaban y forzó a los políticos a cambiar la forma en que operaban.
“No creo que esas cosas estén descartadas ahora. Es simplemente que no está claro realmente si van a emerger” de nuevo, recalcó. “No pienso que el rendirnos sea un estado de las cosas permanente, pero creo que es donde estamos, en estos momentos”.