A la arrogancia humana había que darle una lección
¡¡¡Ahora, sepa Usted que el mundo no se va a acabar!!!
La libertad es tan libre que hasta un músico puede hablar de epidemiología. ¡Claro!, porque si nadie sabe de nada, todos sabemos de todo. Ciertamente, en estos momentos la humanidad sigue arrodillada frente a un virus que todavía, para la ciencia representa incertidumbre.
¡¡¡Ahora, sepa Usted que el mundo no se va a acabar!!!
Con esa facultad que confiere la libertad, me siento libre para manifestar, que no creo que vayamos a permanecer indefinidamente “encerrados”, cuidándonos, protegiéndonos y hablando sólo del coronavirus como si estuviéramos acorralados y llenos de miedo; porque si bien el virus nos está ratificando nuestra condición de seres humanos frágiles, esta pausa también nos está evidenciando todo lo que se puede fortalecer nuestra conciencia y dar más valor a las relaciones con los nuestros en la convivencia, con el medio ambiente y con las cosas simples.
Sin duda, este evento sin precedentes que vivimos es productivo para nuestra evolución. Afrontar esta situación, nos lleva a replantear que el valor no está en el dinero ni en lo que se tiene, sino en la vida misma. Así que cada uno identificando con sabiduría e inteligencia los aspectos sobre los cuales debemos afianzar nuestro actuar y relacionamiento, vamos a lograr avanzar para nuestro bien y el de nuestra descendencia.En medio de lo incierto y lo desafiante que resulta la situación, vemos en este punto que, ante las dificultades o los aprietos es donde más aflora la buena voluntad de todos, cosa que creíamos perdida.
No es verdad que la inteligencia humana, la hacedora de maravillas incalculables e ingenio inagotable, se vaya a dejar noquear en este round. Podrá estar contra las cuerdas; pero como aún no se acaba el combate yo sigo apostando a mi especie. En la esquina de la inteligencia humana, en repetidas ocasiones se ha visto como se han articulado las mejores estrategias para lograr la victoria.
Actualmente, en varios países, científicos exploran las diferentes alternativas para contrarrestar el virus y para fortalecer nuestro sistema inmune. Hasta ahí estamos bien. Dejemos a los científicos en su trabajo y confiemos en sus capacidades. Mientras tanto, usted podrá creer en Dios o en lo que sus convicciones le indiquen; todo es válido, porque la tendencia del ser humano es asirse de algo para encontrar sosiego. Al parecer eso es una condición biológica natural, sin embargo, sigo insistiendo en lo que todos podemos contribuir, que es lo más práctico, funcional, y que ya se ha hecho un lema: “Quédate en casa y lávate las manos.”
Estos son tiempos en los que hay una búsqueda constante por aferrarnos a lo “conocido”, con intención quizás de sentir seguridad. Pero tal vez esto aplique solo para usted y para mí; no para este fenómeno invisible que no razona, ni distingue raza, género, condición, cultura, ni una cosa ni otra y que además no le interesa distinguir. ¿O acaso cree usted en la sorpresiva filantropía que se nos presenta masivamente ante este fenómeno? ¡No!, eso tiene una razón de ser que probablemente esté relacionada con el “temor a Dios” y es cuando podemos pensar que estamos pagando justos por pecadores. Todo lo que entrecomillo, es porque tal vez en todas las ollas se cuecen habas. ¿Quién quita que haya gente haciéndose millonaria con la pandemia? Cuántos negocios pueden estarse moviendo alrededor? Pensemos no más en los implementos médicos de importancia vital como las mascarillas, los guantes, el jabón y demás insumos que hacen parte del set aséptico que nos ha “recomendado” la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Ante todas las estadísticas de muertes, casos confirmados de contagio y recuperados que día a día nos informan los medios, vale la pena preguntarnos ¿Será que este virus vino solo a generar muerte? ¿O a dejar al descubierto la hipocresía disfrazada de bravuconería y prepotencia humana? Ojalá que lo que esté dejando como enseñanza esta pandemia, sea un cambio radical dirigido a un nivel superior de la conciencia de la raza humana que nos permita evolucionar. Nunca tuvimos tanta riqueza intelectual, ¿Pero para qué? ¿Solo para armamentos bélicos y enfrentamientos de poder? Me cuesta creer que sea así y más cuando todavía no sabemos bien cómo enfrentar a nuestro contendor invisible y ya se visualiza la dimensión del aprendizaje que se está forjando. ¿Cómo podemos tener sentimiento de arrogancia y omnipotencia, cuando todos estamos profundamente atemorizados?
En efecto, ningún indicador económico en estos momentos puede entregar datos de referencia más valiosos que los que pueden marcar el amor, el cuidado familiar y nuestra relación pura con el prójimo. ¿Y sabe qué? quien aún no lo sepa o le da igual, ¡está perdido! Si yo creo necesitar más de lo que necesita la gente común, pecaría de avaricia; como premio de consolación la avaricia es una condición humana que puede llegar a enfermarte, pero que si te dispones incorporando el valor del desprendimiento adquieres conciencia y te curas. Es aquí donde podemos reconocer el inicio de la benevolencia humana y el principio de solidaridad el cual se cultiva, se contagia y se potencializa.
¿Había visto usted tanta solidaridad y desprendimiento de los sectores más poderosos y pudientes del mundo? ¡Jamás! ¿Y por qué sucede ahora? Porque si en sentido figurado le hablas al oído al virus, sobre toda la riqueza material y todo el oro del mundo que tienes, este no entendería, eso le es completamente indiferente; parecerás un loco hablando solo. El cuerdo sabe que todo el que se ha visto amenazado y todo el que ha tomado conciencia, ha confirmado que esto no es un juego; debemos empezar a concebir que el nuevo orden de la vida ya no es igual.
En medio de esta conmoción, el odio bajó a su menor precio. Quien no conozca el sentido de pertenencia ni le interese la comprensión y la solidaridad, está ahora en el lugar del que no tiene nada. De igual manera, el trepador, el poseedor de la medalla de oro en el arte de la trampa y la avaricia debuta hoy como pobre; al menos en su conciencia. Es como voltear una media al revés; aquel que no tiene tolerancia, compasión, ni remordimiento es el nuevo indigente.
El temor, a mi modo de ver, ha sido el factor más beneficiado en esta situación, porque ya se le había perdido el respeto al miedo. Tuvo que venir este virus con corona y todo a poner de rodillas a la humanidad. Y por lo menos en este momento, de manera retrospectiva, a hacernos pensar en cómo veníamos llevando la vida. Un banquero multimillonario no encontraba donde meter los millones de tanta fortuna que tenía, sin embargo, murió porque no pudo comprar cinco centavos de aire. Si le parece inconcebible y que exagero cuando hablo de esto, solo es mirar el caso de Antonio Viera Monteiro, quien fue presidente del Consejo de Administración del Banco Santander de Portugal, lo cual fue informado por medios de comunicación citando lo que expresó su hija en redes sociales: “Somos una familia millonaria y mi papá murió buscando algo que es gratis. El aire. Murió asfixiado en una cama de una UCI. Olvida el dinero y quédate en casa”
Señores, con este repertorio de reflexiones, parecería que soy un promotor de la desgracia, pero lejos de ello y de cualquier asomo de insensibilidad con el caso, si lo hago es para aprovechar la oportunidad de sincerarme en estas líneas para dejar en esta ocasión el mensaje de que lo único valioso en la vida, es la vida misma.
El virus sin ser consciente del alto costo que estamos asumiendo, ha logrado dejarnos ver que a la arrogancia humana había que darle una lección.