Mario Vargas Llosa: “Nunca he ido a buscar temas; los temas me han encontrado”
SANTO DOMINGO. La tensión mediática que antecedió la entrega del Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña al escritor Mario Vargas Llosa perdió su preeminencia la tarde del martes en un pequeño salón del segundo nivel de la Biblioteca Nacional, donde el Nobel de Literatura peruano y un reducido grupo -integrado en su mayoría de jóvenes escritores dominicanos- conversaron sobre cómo las historias te encuentran y cómo construyes con ellas la que merece ser contada.
El narrador y el tiempo fueron los dos elementos que centraron el íntimo conversatorio, que se organizó por petición de Vargas Llosa días antes de su llegada para participar en la Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2016, y que en un primer momento era lo más semejante a una cátedra universitaria, hasta que el escritor dio pie a las preguntas e inició un diálogo en el que las anécdotas sobre el proceso que lo llevó a escribir su novela “La Fiesta del Chivo” acortó distancias y formalidades.
“Pocas veces he vivido tan obsesionado con una historia”, confiesa en torno al relato ambientado en la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo y señala que, a pesar de que una novela pueda estar basada en hechos históricos reales, el escritor tiene la libertad de tomar estos episodios para narrar un mundo literario parecido a esa realidad, pero no de manera literal porque “la fidelidad histórica puede matar la novela”.
Narrador y tiempo
Pero antes de las preguntas y sus respuestas, Vargas Llosa dedicó la primera media hora del conversatorio, que comenzó puntual, a las 4 de la tarde, a exponer sus puntos de vista sobre la labor narrativa y lo que consideró los dos problemas que tiene que resolver quien escribe: el narrador en la historia y la estructura temporal en que se narra.
“Lo más importante, lo más difícil, es escribir de una manera que sea persuasiva, que acerque al lector tanto a la historia que lo meta en ella, que el lector sienta que no la está leyendo, sino que la está viviendo”, expresa.
La “receta” que da para lograrlo parte de decidir, primero, dónde se coloca la voz que relata. “Tiene que decidir quién va a ser el narrador, que siempre es un personaje inventado, aunque sea un personaje invisible”. Y esa característica, parece decir a modo de advertencia, incluye al autor que se asume narrador dentro de la historia. “Aunque el escritor aparezca como el narrador de la historia sigue siendo un personaje inventado dentro de ella”.
Presenta los ejemplos, que van desde la voz narradora omnisciente, de “un Dios”, de novelas del romanticismo, como Los Miserables, de Víctor Hugo, hasta la narrativa Gustave Flaubert, que juzgó de “la gran revolución de la novela” al “inventar una manera de estar, de narrar, de manera invisible”.
En cuanto al tiempo, la segunda cuestión que planteó como un problema a resolver a la hora de narrar, recuerda la posibilidad de alquimia narrativa del escritor en construir la temporalidad a su antojo y en función de lo que necesita el relato. “El tiempo se crea para la historia, para que sirva para la historia”.
Y, mientras Vargas Llosa agregaba detalles sobre quién narra, cómo lo narra y la estructura que enmarca una novela, su público le atiende en medio de un respetuoso silencio que solo fue interrumpido en cuatro ocasiones por el timbre de los móviles, que molestaron más a los atentos escuchas que al relajado expositor.
Balaguer, el astuto
Las referencias de la novela “La Fiesta del Chivo”, que publicó en el año 2000 y que, al igual que sus juicios sobre la sentencia 168-13 sobre la adquisición de la nacionalidad dominicana, se convirtió en un maremoto de ovaciones y amenazas, dominó el espacio de preguntas y respuestas al escritor, quien provocó risas cuando destacó a uno de sus personajes en este libro: el expresidente dominicano Joaquín Balaguer.
“Yo entrevisté tres veces a Balaguer. Una experiencia muy fascinante porque era muy astuto. No conseguí sacarle nada que no quisiera decir (risas), pero fue muy interesante verlo de cerca, ver la manera en cómo respondía las preguntas que le hacía”, refiere con evidente emoción.
Y rememora un diálogo de la tercera vez que asegura conversó con el fallecido político.
-Pero doctor Balaguer, usted es un hombre culto, a usted le interesa le literatura, usted ha escrito literatura. ¿Cómo pudo usted a lo largo de treinta y un años estar rodeado de rufianes? ¿Cómo resistió usted eso? (Risas)
- Yo tenía siete hermanas (pregunta dudoso Vargas Llosa al público si eran siete. El público asiente. Sí, fueron siete) que tenía que mantener. Era un joven abogado cuando conocía a Trujillo y tenía que mantener a siete hermanas. Un abogado de provincias y yo quería hacer política. ¿Y qué clase de política se podía hacer en la República Dominicana en ese momento si no era con Trujillo? La única forma de hacer política era con Trujillo. Yo no soy un héroe ni quiero ser un héroe. Entonces, me dije que voy a trabajar con Trujillo y yo me voy a fijar unos límites.
Vargas Llosa retoma el relato en el presente: “Y esos límites, me dijo, fueron los siguientes”.
-Yo nunca voy a asistir a las orgías de Trujillo y eso lo cumplí rigurosamente. A mí jamás Trujillo me invitó a una orgía. Yo he tenido una vida muy austera. Y, segundo, yo no voy a robar. Yo no he robado. Yo tengo esta casa porque Trujillo me la regaló y a ese señor no se le podía, digamos, decir no le acepto algo suyo. Pues él me regaló esta casa y yo vivo en la casa que me regaló Trujillo, pero yo no he robado ni un solo centavo.
“Y me dijo esa cosa tan divertida”, apunta.
-Mire, la corrupción pudo haber llegado a la puerta de mi oficina, pero nunca entró.El público y Vargas Llosa ríen a la vez.
Expresa su fascinación por el Balaguer de la realidad. “Logró incluso engañar a Trujillo. Cuando Trujillo lo pone de presidente fantoche hay un señor (Vicini, dice, dudando) que le pregunta por qué ha elegido usted a Balaguer y la respuesta de Trujillo es maravillosa: porque Balaguer es un hombre que no tiene ambiciones (risas). Él (Trujillo) que creía tener un olfato extraordinario”.
Del Balaguer personaje de su novela Vargas Llosa admite que “está por debajo de lo que realmente fue Balaguer. Ameritaría otra novela Balaguer, pero no tengo tiempo yo. Ya le toca a un escritor dominicano escribir la novela de Balaguer”.
Es probable que a manos del Nobel de Literatura no haya llegado la novela “Los que falsificaron la firma de Dios”, del dominicano Viriato Sención y publicada en 1992, cuyo personaje del doctor Mario Ramos fue señalado como una evocación a Balaguer, lo que provocó tanta controversia como en su momento lo hizo “La Fiesta del Chivo” y que le costó a Sención el retiro del galardón del Premio Nacional de la Novela dado a su obra en 1993.
Y es que sobre la narrativa dominicana, Vargas Llosa mostró una posición en la que es difícil juzgar qué tanto la conoce al responder una pregunta durante el conversatorio. “No puedo hablar de eso, porque si menciono a uno parece que estoy excluyendo a los demás. No tengo, digamos, una ´versación´ como para opinar y entonces prefiero no comentar”.
Los temas lo encuentran
Entre las ponderaciones que hizo de su obra y su labor literaria, Vargas Llosa comenta la manera en que las historias lo encuentran, y no al revés. “Nunca he ido a buscar temas. Los temas me han encontrado y se me han impuesto”, pero en lograr la historia que vale la pena contar detalla el trabajo que amerita.
“Tomo nota, hago un esquema de en dónde comenzará y terminará la historia. Hago una investigación” y sobre esto último agrega: “Para poder mentir con conocimiento de causa”.
Y vuelve a La Fiesta del Chivo. Destaca que desde el principio decidió que fuera una mujer, Urania Cabral, el personaje principal. “La mujer dominicana fue el ser más sacrificado durante el trujillismo”, considera.
Amplía sobre su trabajo y recalca que escribe una primera versión “magna y caótica”. “Cuando termino sé que la historia está ahí”, dice.
Luego de estos comentarios, el diálogo con el laureado escritor peruano –que se extendió por casi 50 minutos desde la primera pregunta- continuó entre aspectos relacionados con el uso del habla popular y coloquial en narrativa, la universalidad de la literatura y la relevancia de la coherencia en la estructura de una novela.
“Las historias bien contadas viven. Las historias mal contadas mueren”, sentencia.
Y tras el aplauso final, la fila para firmar libros de su autoría y un intento fallido de un grupo de jóvenes en hacerse un selfie con el escritor de fondo, Vargas Llosa sale del pequeño salón franqueado a cada lado por dos hombres que parecen ser agentes de seguridad. Una imagen que podría evocar el inicio de alguna historia.