Historiador Manuel García Arévalo expone cómo se habría podido mantener la isla indivisa
Disertó en el seminario sobre Puerto Plata en el siglo XIX organizado por la Academia Dominicana de la Historia
PUERTO PLATA. Manuel García Arévalo expresó que muy diferentes hubieran sido las posibilidades urbanísticas del primer poblado colombino si los españoles se hubiesen establecido al pie del Monte de Plata y que se habrían evitado las devastaciones de Osorio y la división territorial de la antigua isla de Santo Domingo.
“La estratégica posición de Puerto Plata les habría permitido a las autoridades coloniales ejercer un mejor control del ámbito insular, y no hubieran ocurrido las devastaciones que a principios del siglo XVII asolaron los poblados establecido en la Banda Norte y el oeste de la Española, con sus trágicas repercusiones socioeconómicas y políticas”, dijo.
También argumentó: “De ese modo se habría preservado la integridad territorial, evitando la penetración francesa en la parte occidental, y por tanto la isla no se hubiese escindido en dos colonias distintas bajo los respectivos dominios de España y Francia. De manera que la actual República Dominicana, al separarse de la dominación española, habría ocupado toda la isla, que hubiera permanecido indivisa desde los tiempos del descubrimiento de América”.
García Arévalo disertó sobre “El propósito de Colón de asentar la Isabela en Puerto Plata y las implicaciones geopolíticas que pudo haber tenido”, en el Seminario de Historia Local “Puerto Plata en el siglo XIX, una ventana al mundo”, efectuado el pasado sábado 23 de junio en la Novia del Atlántico.
Expresó que al regresar a la isla española en su segundo viaje, Cristóbal Colón constató la destrucción del Fuerte de la Navidad, que había construido en tierras del cacique Guacanagarix.
Añadió que, tras permanecer diez días frente a la Navidad, levó anclas el 7 de diciembre de 1493, y enrumbó hacia el este, con la intención de fondear en Puerto Plata y establecer la villa de La Isabela, en reconocimiento a la soberana que amparó la empresa descubridora.
Relató que al enfrentar condiciones atmosféricas adversas, Colón a duras penas pudo llegar al puerto de Gracia, hoy Puerto Blanco o Luperón, desde donde retrocedió ante la impaciencia de la tripulación, que sobrepasaba las mil doscientas personas, sumada a la fatiga de los caballos y al deterioro y escasez de los avituallamientos traídos de España.
A continuación, el texto íntegro de la exposición de García Arévalo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Historia
Al regresar a la isla Española en su segundo viaje, Cristóbal Colón constató la destrucción del fuerte de la Navidad que había construido en tierras del cacique Guacanagarix. De inmediato envió dos embarcaciones para que costearan la zona con el fin de hallar un lugar más apropiado para asentar un poblado, pero los terrenos que encontraron resultaron ser muy bajos y pantanosos, y se anegaban con la crecida de la marea. Además, carecían de canteras donde extraer piedras y otros materiales para construir edificaciones.
Tras permanecer diez días frente a la Navidad con una escuadra que sumaba diecisiete navíos, Colón decidió levar anclas, el 7 de diciembre de 1493, para alejarse del cacicazgo de Marién, gobernado por el mencionado cacique. Fue entonces cuando enrumbó hacia el este, por la ruta donde había venido, con la intención de fondear en Puerto Plata. Allí –o, mejor dicho, aquí en Puerto Plata– con su aguda mirada de navegante se proponía establecer la villa de la Isabela, en reconocimiento a la soberana que amparó la empresa descubridora bajo la égida de la corona de Castilla.
Cristóbal Colón ya había explorado a todo lo largo la costa norte de la isla durante su primer viaje de descubrimiento y conocía las ventajas que ofrecía Puerto Plata por las adecuadas condiciones de su bahía, con sus costas protegidas por cabezos coralinos, y por entender que se encontraba próximo al Cibao –que Colón identificaba con el Cipango–, donde, según le habían informado los indios, había oro en abundancia.
Al cruzar frente a Montecristi los vientos se volvieron en su contra. A duras penas pudo llegar al puerto de Gracia o de Martín Alonso –hoy Puerto Blanco o Luperón, desde donde retrocedió ante la impaciencia de la tripulación, que sobrepasaba las mil doscientas personas, a lo que se sumaban la fatiga de los caballos y el deterioro y escasez de los avituallamientos que había traído desde España. De modo que fueron estas acuciantes realidades las que lo obligaron a abandonar su intento de llegar hasta Puerto Plata, pues creía, tal y como refiere Las Casas en su Historia de las Indias, que se encontraba a una distancia de once leguas (35 millas actuales), cuando en realidad solo le faltaba navegar 5 o 6 leguas más (unas 15 millas y media). Para no prolongar más la estancia dentro de los navíos en un clima caluroso y húmedo, nuestro buen Almirante contempló establecerse en el puerto de Gracia, pero al no estar seguro de encontrar un buen río que abasteciera de agua a la futura población, “hubo de tornar atrás” y ordenó el desembarco en un lugar cercano a la desembocadura del río Bajabonico, “en un llano que estaba, junto a una peña bien aparejada, para edificar en ella su fortaleza”. Así surgió, en los albores de 1494, el primer poblado fundado por los españoles en América.
La situación no debió haber sido nada fácil, pues el doctor Diego Álvarez Chanca, quien se había enrolado en la expedición del segundo viaje, comenta en su célebre carta al Cabildo de Sevilla, lo siguiente:
Fuenos el tiempo contrario, que mayor pena nos fue tornar treinta leguas atrás que venir desde Castilla, que con el tiempo contrario é la largueza del camino ya eran tres meses pasados cuando descendimos en tierra. Plugo a Nuestro Señor que por la contrariedad del tiempo que no nos dejó ir más adelante, hubimos de tomar tierra en el mejor sitio y disposición que pudiéramos escoger [...]
Para el colombista italiano Paolo Emilio Taviani, este angustioso cabotaje por la costa septentrional durante 25 días, desde que Colón zarpó de la Navidad hasta que finalmente se vio obligado a retroceder para dirigirse a la bahía de la Isabela, el 2 de enero de 1494, constituyó para el Almirante, “el paso de la fortuna a la desgracia”, por las funestas consecuencias que le acarreó.
No obstante, Colón trató de justificar su decisión y agradar a los reyes de España ponderando favorablemente la ubicación geográfica de la Isabela, cuando, en realidad, como quedó demostrado tan solo unos años después, el lugar escogido para el emplazamiento no fue un acierto. De hecho, el historiador y marino norteamericano Samuel Morison, al analizar en detalle la segunda travesía de Colón a la Española, cuestiona la decisión de asentarse en una bahía que, si bien está protegida de los alisios, se abre al norte y noroeste haciendo el fondeadero en extremo vulnerable a los vientos en invierno. Además, carecía de calado suficiente para las grandes embarcaciones colombinas, que tenían que anclar a cierta distancia de la costa. Por otra parte, la única fuente de agua potable era el río Bajabonico, que no era navegable y se hallaba a una milla más o menos de distancia, por lo que fue preciso construir un canal para acarrear el agua hasta la Isabela.
Algunos autores sostienen que desde un primer momento la intención de Cristóbal Colón fue erigir la Isabela cerca de la desembocadura del Bajabonico, mientras que otros señalan Montecristi como una opción posible por su cercanía al caudaloso río Yaque, al que el Almirante llamó “río del oro”, la cual fue descartada por tratarse de un lugar pantanoso donde abundan los manglares. Pero, de haber sido así, no hubiera pasado de largo con su flota frente a ambos lugares e insistido en su objetivo de alcanzar Puerto Plata, donde las adversas circunstancias no le permitieron arribar.
Muy diferentes hubieran sido las posibilidades urbanísticas del primer poblado colombino de haberse establecido los españoles al pie del Monte de Plata, hoy conocido como Isabel de Torres, con su espléndida bahía “en forma de herradura” –tal y como la describe Las Casas–, y sus tierras, “las mejores y más lindas del mundo, todas campiñas altas y hermosas”, como las llamó el propio Colón. Tres años después, en 1499, Cristóbal Colón, con su hermano Bartolomé, volvió a reconocer ese lugar con la idea de trazar un poblado. Pero fue el gobernador Nicolás de Ovando, en el marco de su activa política fundacional, quien decidió, en 1502, establecer allí la villa de Puerto Plata, en la costa norte de la Española, con el propósito de mejorar desde este punto septentrional la comunicación de ida y vuelta con España a través del Atlántico. Sobre todo, después de la terrible experiencia del hundimiento de la flota que sucumbió en la costa oriental de la isla, en 1501, ante el embate de un devastador huracán cuando transportaba al gobernador Francisco de Bobadilla que viajaba de regreso a España.
Mientras tanto ya la Isabela había sido despoblada. Y como avanzada de la monarquía hispánica en las Indias, Bartolomé Colón fundó la ciudad de Santo Domingo, en 1498, en la desembocadura del río Ozama, lo que no dejó de tener graves consecuencias en nuestro devenir histórico, ya que la Nueva Isabela –como también se le llamó en un principio a Santo Domingo– se ubicó en la costa sureste de la Española, de cara al mar Caribe, en un lugar que acarreaba serios inconvenientes por estar apartado de la ruta de navegación atlántica y por los escollos existentes en el pasaje de la Mona, que conecta el Caribe y el Atlántico.
Fue precisamente por la necesidad de contar con un puerto en la costa atlántica, cercano al céntrico valle del Cibao, por lo que los vecinos de Santiago hicieron una petición al Rey en 1732 para que autorizara de nuevo la fundación de Puerto Plata, demolida durante las devastaciones de 1605, alegando:
Es de creer como con evidencia que si V.M. no puebla esta costa al primero rompimiento que haya de las paces la han de poblar los franceses. Y así Señor, la población que hemos pedido repetidas veces y volveremos a pedir haga V.M. en esta costa no solo será útil para todo este valle de Santiago donde estamos sin forma de despender nuestros frutos los tres lugares de Santiago, Vega y Cotuy con la gran distancia de 40 leguas del mal camino que ay de esta ciudad al puerto de Sto. Domingo, que está en el sur [...] .
Por todo lo cual, es presumible inferir que, de haber logrado Colón su propósito de asentarse en Puerto Plata, el destino de la República Dominicana hubiese sido distinto. La estratégica posición de Puerto Plata les habría permitido a las autoridades coloniales ejercer un mejor control del ámbito insular, y no hubieran ocurrido las devastaciones que a principios del siglo XVII asolaron los poblados establecidos en la Banda Norte y el oeste de la Española, con sus trágicas repercusiones socioeconómicas y políticas. De ese modo se habría preservado la integridad territorial, evitando la penetración francesa en la parte occidental, y por tanto la isla no se hubiese escindido en dos colonias distintas bajo los respectivos dominios de España y Francia. De manera que la actual República Dominicana, al separarse de la dominación española, habría ocupado toda la isla, que hubiera permanecido indivisa desde los tiempos del descubrimiento de América.
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