El escritor Manuel Mora Serrano dicta su testamento literario
Habló sobre su gran amor por la literatura en la puesta en circulación de su libro “Modernismo y criollismo en el siglo XIX”
SANTO DOMINGO. En la reciente puesta en circulación de su libro “Modernismo y criollismo en el siglo XIX”, el conocido escritor Manuel Mora Serrano aprovechó la ocasión para dictar su testamento literario, acción que justificó revelando que pronto cumplirá 85 retoños.
El creador confesó al público congregado en un salón del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC) que su más “grande amor ha sido la literatura, y de ella, la poesía”.
“Para mí, como fue para Domingo Moreno Jimenes, otro iluso amador de las cosas del espíritu, si hay divinidad en el universo está en el arte, sobre todo en la poesía, y sus grandes poetas son, si no sus dioses menores, sus excelsos sacerdotes”, manifestó.
En tanto, la presentadora de la obra, Lucero Arboleda, expresó que con la solidez de avezado investigador Mora Serrano dibuja el mapa cultural latinoamericano, cuyos contornos de oro son primorosamente delineados con los títulos de prestigiosas revistas latinoamericanas que fueron luminosos faros de divulgación del arte en sus diversas expresiones y momentos.
“Como bibliotecaria captura mi atención la acompasada forma de dar a cada movimiento, a cada tendencia, el ritmo, la velocidad y el alcance de cada una de las fuentes, muy especialmente de las publicaciones periódicas. Maravillosamente bordadas como hilos milagrosos que logran sostener los procesos de internacionalización de las ideas, en momentos de la historia en los que no existían medios de comunicación y trasladarse de un continente a otro tomaba meses”, agregó.
A continuación, las palabras textuales de Mora Serrano, expresadas el pasado 11 de abril de 2018:
Debo declarar y declaro ante el auditorio de este recinto del saber, que este año, el 5 de septiembre próximo si aún respiro el oxígeno terrestre, cumpliré 85 otoños. Toda una larga vida. Soy biológicamente un anciano, a pesar de que un Víctor Hugo, para citar alguien que nombro en mi texto, vivió dos primaveras menos, y sin embargo aparece en los retratos con su barba florida como hermosamente dijo Rubén Darío, con toda la solemnidad de la palabra valetudinario, ya que por algún fenómeno que ignoro hasta hoy, me he mantenido aparentemente esbelto, y es que él y los de su tiempo disfrutaron o padecieron de unas épocas más lentas, vivieron más intensamente, quizás en un mes lo que nosotros en un año. Por lo tanto, más que un discurso de presentación de mi último libro, aprovecho esta oportunidad para dictar solemnemente en público lo que podríamos llamar mi testamento literario:
Confieso ante ustedes y el mundo que mi más grande amor ha sido la literatura, y de ella, la poesía. Para mí, como fue para Domingo Moreno Jimenes, otro iluso amador de las cosas del espíritu, si hay divinidad en el universo está en el arte, sobre todo en la poesía, y sus grandes poetas son, si no sus dioses menores, sus excelsos sacerdotes.
Vigil Díaz, otro iluso soñador, en el frontispicio de sus Góndolas, como un sacerdote cualquiera de un nuevo culto, que era el del modernismo, le dice a algún no converso: Arrodillate en el peristilo: voy a oficiar. No llego a tanto, aunque reconozco con Jorge Luis Borges: Si me obligaran a declarar de dónde provienen mis versos, diría que del modernismo, esa gran libertad, que renovó las muchas literaturas cuyo instrumento común es el castellano y que llegó por cierto hasta Europa. Todos los que vinimos después, tenemos también pendiente, esa deuda impagable.
No tanto con el modernismo en sí, sino con los movimientos de los cuales se nutrió: Todos somos deudores del romanticismo, del parnasianismo y del simbolismo.
Respecto a lo que nos congrega esta noche, puedo asegurar que este volumen es parte de mi testamento vital.
Lo que me asustaba y mantenía en vilo, tanto en lo que hasta ahora había escrito siguiendo a la turba letrada, como observando los programas de las facultades en lo que llamaríamos la carrera de letras, era la ignorancia o el menosprecio por los movimientos franceses que dieron origen al modernismo y su repercusión entre nosotros.
Dábamos como sabido y resabido lo que eran el parnasianismo y el simbolismo, reduciendo el primero al panteón greco-romano, al arte por el arte y la torre de marfil, y el segundo, a que la idea o lo que Rubén llamaba el reino interior, debía ser lo único importante.
Por eso me extendí señalando lo que fueron estos dos últimos movimientos, para que los desmemoriados recordemos quiénes son nuestros acreedores, aunque no cité a Gustave Kahn que se atribuyó en la etapa simbolista el haber creado el verso libre, por más que Sar Peladán Istar, a quien nombro, se lo haya atribuido, o que el llamado primer vanguardista del siglo veinte, Filippo Tommaso Marinetti, ganara en Francia en 1897 con su poema de versos libres Los viejos marineros el premio de los sábados populares con un jurado en el que formó parte Kahn junto a Catule Mendés otro simbolista famoso, quedando así al simbolismo como la base de lo que luego sería en el futurismo las palabras en libertad, y estas como basamenta, a su vez, de todas las vanguardias del pasado siglo y especialmente del postumismo de Domingo Moreno Jimenes, Andrés Avelino y Rafael Augusto Zorrilla.
Señalamos lo que nunca hasta que nosotros lo dijéramos en un reciente simposio de la UASD, que en agosto de 1909 aquí se publicó el Manifiesto del futurismo y se comentaron sus audacias en la prensa, hecho que permite determinar todo lo que de uno u otro tuvieron que ver los demás movimientos vanguardistas o lo que hemos considerado tales en nuestro medio.
Ahora bien, los últimos años que he vivido y espero vivir han sido de vigilancia espiritual sobre mi país y el mundo, acerca de su amor o desamor por las letras, en especial por la poesía.
Me he desvelado hurgando en el pasado poético nacional sintiéndome feliz de haber encontrado en mi labor de arqueología literaria, el ADN vivo y palpitante en el asunto del modernismo, aunque este hecho, como sucede con todo descubrimiento arqueológico, eche por tierra una parte de lo que hasta ahora habíamos considerado conceptos inamovibles, como ese de que las primeras muestras de ese movimiento habían aparecido tan tardíamente como en el siglo XX en nuestro país, dicho por autoridades internacionales en la materia, como el caso de alguien a quien no obstante respeto, y me refiero a Max Henríquez Ureña.
Hoy se pone a circular este libro. Mañana podrían ser otros si continuó en soledad respirando, si puedo seguir voluntariamente como un ermitaño de la literatura, leyendo y escribiendo en soledad lejos del clamor y de las parafernalias de este siglo: Aislarse. No hay para ser feliz, como aislarse, dijo Moreno Jimenes.
Es cierto que fui producto de una academia, la Universidad de Santo Domingo, de donde egresé como doctor en derecho hará 62 años el 28 de octubre próximo. Que mi back ground magisterial es tan modesto que solo he sido un pueblerino profesor de literatura en un liceo secundario por un año, que me enseñó que no sabía nada de las letras nacionales como para considerarme maestro, y me obligó a investigar y a escribir sobre esas investigaciones primarias, que iban, como las de la mayoría, solo en torno a lo que la turba letrada había expresado o saqueado, que creíamos radicales y absolutas.
No tengo ni licenciatura ni doctorado en letras. Lo que sí he tenido es preocupación por nuestra literatura y nuestras gentes.
Antes de las universidades y las academias, hubo enciclopedistas y hombres que se preocuparon por la cultura de su tiempo y nos dejaron columnas sólidas en las cuales todavía se apoya el saber humano.
No confundamos los títulos y los grados: Como dije en alguna parte, Rubén Darío no llegó a la secundaria, pero no hay universidad que no lo estudie. Entre nosotros, cumbres como Juan Bosch o Franklin Mieses Burgos, no concluyeron estudios formales, empero, no hay universidad ni academia que no tenga que ver con lo que nos legaron en las letras.
El hombre, solo el hombre en la tierra es la medida de todas las cosas.
En el país donde nací, todo el mundo sabía, si no un poema, alguna décima o cuarteta que repetía y que tendría algún sentido espiritual o conductual. En el país donde aparentemente estoy obligado a morir, ya que nunca he vivido ni he querido vivir fuera de sus fronteras físicas o marinas por más de un mes, la poesía no está siquiera en los zafacones del espíritu, sino en otros lugares que son cada vez más prostituyentes y soeces. Basta tener oídos y escuchar lo que la pervierte con rimas estúpidas y rasgos populacheros que están bien lejos del espíritu, donde no solo faltan los sentimientos más nobles sino que hasta la palabra amor ha sido desterrada.
Sé que es quijotesco lo que hago los fines de semana y espero hacer todos los días de la próxima Feria, en el periódico digital acento.com.do ofreciendo muestras de poetas de cualquier sitio del mundo y de todos los tiempos. Lo hago a sabiendas de que la poesía debe ser conocida para menospreciarla conociéndola, no por ignorarla, o para conocerla y amarla, ya que siendo eterna como toda divinidad, no tiene nacionalidad ni tiene edades.
Lo hago a ver si despierto en los lectores ese fervor que supuestamente duerme en cada ser humano del planeta si es verdad que tiene alma y esta aspira a disfrutar la belleza.
Todo esto que hemos dicho y lo que aparece en nuestro libro o lo que espero que aparezca en los futuros que deseo escribir, es que yo mismo estoy asombrado de que si algo estaba a la vista, si no tuve la suerte de encontrar nada inédito ¿por qué estuvo fuera del conocimiento general de los estudiosos de nuestra literatura lo que en este libro expongo?
¿Cuántos expertos, académicos, licenciados, doctores, maestros o profesores existen aquí y fuera de aquí, que sin embargo, no se tomaron el trabajo de revisar esas viejas revistas?
Eso me parece realmente desconcertante. Ha llegado la hora de que volvamos a releer pacientemente a nuestros escritores, especialmente a nuestros poetas, y nos demos cuenta de cuánto hemos avanzado o retrocedido en los conceptos que tenemos del arte de escribir. Sobre todo cuánto de modernismo de ley, es decir, basados en las premisas parnasianas y simbolistas, ha pervivido y pervive entre nosotros.
Aunque eso sea importante, sin embargo, el codicilo final de estas palabras testamentales es la siguiente esperanza:
Aprovecho esta oportunidad para tratar algo que hace tiempo debió hacerse en el país. Vamos a solicitar a las altas instancias culturales del gobierno, incluyendo el personal diplomático en Estados Unidos de Norteamérica y a las instituciones, como las universidades y los institutos de altos estudios, de que es tiempo de destinar unos fondos que no creemos extraordinarios, para que un equipo vaya o averigüe y traiga de allí, de las diversas bibliotecas y universidades de ese país o de donde quiera que saqueadores culturales de nuestro patrimonio se lo hayan llevado, el precioso material que complementaría nuestro patrimonio cultural.
Iniciar en Washington, donde Bernardo Vega nos ha demostrado con la edición de un material histórico de primera calidad, que todas estas revistas y periódicos dominicanos podrían estar digitalizados, siendo un crimen, que a estas alturas, todo ese tesoro no esté, no solo en el Archivo General de la Nación, sino en todas las bibliotecas del país, incluyendo naturalmente las de las universidades y las de instituciones venerables que se han mantenido al margen del Estado, aunque apoyados por este, sabiendo que con las actuales tecnologías todo ese material, por extenso que fuere, cabe perfectamente en cualquier disco duro de pocos terabytes.
De modo que sin mirar a los cielos, aquí, en la tierra, mantendremos la esperanza de que no quede una sola hoja impresa que no esté en los archivos físicos del país si se pudieran hacer fotocopias o en los virtuales, que podrían estar en todas partes como un asomo de divinidad constante, donde podríamos nosotros y las generaciones futuras saciar el hambre de conocer el pensamiento de nuestros antepasados. Que todo se pierda, menos la palabra escrita.
Con estas esperanzas concluyo, dando las gracias a todos los asistentes por habernos acompañado en esta aventura, con la esperanza de volver a verlos en la próxima jornada, después de haber tenido la oportunidad de haber leído el texto para poder ir a discutirlo abierta y francamente.