Cuando la grandeza histórica de Pedro Santana cautivó a Balaguer
El presidente también le enrostró sus crímenes y crueldades en un paradójico discurso pronunciado en el Panteón Nacional
SANTO DOMINGO. El 23 de julio de 1978, 25 días antes de traspasar el poder a Antonio Guzmán, el entonces presidente Joaquín Balaguer encabezó la ceremonia de inhumación de los restos del controvertido Pedro Santana en el Panteón Nacional y pronunció un dramático discurso en el que le reprochó sus crímenes de Estado y lo redimió por sus triunfos en algunas guerras de independencia.
En el solemne acto de aquel domingo, con vibrante emoción y los giros de su peculiar retórica, Balaguer enjuició severamente a Santana, pero reconoció que no podía sustraerse a la atracción de su “grandeza histórica”.
Al iniciar su discurso, y en referencia a la sepultura de los restos de Santana en el Panteón Nacional, Balaguer señaló que se hallaba, según el sentir de muchos, en presencia de “un verdadero sacrilegio”.
“Parecería que las bóvedas de este monumento secular van a desplomarse sobre nosotros por haber franqueado las puertas de este santuario patriótico a un apóstata que vendió a su propia patria, cuyos restos parecían inapelablemente condenados a ir de ciudad en ciudad y de tumba en tumba, arrastrando en su propio país las cadenas de un ostracismo ignominioso”.
Se preguntó, entonces: “¿Cómo es posible, en una palabra, que esa especie de monstruo (Santana) que, por un lado, nos redimió de la servidumbre, y, por el otro lado, nos ató de nuevo a la coz del vasallaje sea traído aquí a este Altar de la Patria para compartir (...) la gloria con los que jamás traicionaron sus ideales, con los que coronaron su carrera muriendo dignamente”.
Explicó que “hondos escrúpulos de conciencia” sacudían su ánimo al depositar los restos “de semejante personaje en una urna cercana a la de Antonio Duvergé, a la de María Trinidad Sánchez”.
En cuanto al prócer Duvergé, Balaguer recordó que Santana “lo vejó sin consideración alguna ni a su martirio ni a su gloria y después de haberlo hecho fusilar, sin haberle ofrecido siquiera la oportunidad de defenderse... en el sitio de la ejecución bajó del caballo que montaba y golpeó el cuerpo ya exánime del mártir”.
Aparentemente sobrecogido, Balaguer prosiguió: ¿Qué sentimientos agitarán hoy el alma de María Trinidad Sánchez al ver llegar a estos atrios consagrados a los inmortales de la patria al hombre que hizo desgarrar sin un ápice de piedad sobre su pecho la bandera dominicana?”.
El orador evocó al general Gregorio Luperón y se preguntó: “¿No se estremecerá en su tumba al ver llegar aquí, solicitado como un héroe, al mismo hombre al quien tuvo que arrebatar ya enlodado el pabellón del 27 de febrero para enarbolarlo de nuevo, limpio de toda mancha en los bastiones de la patria reivindicada y redimida?”.
La reparación histórica
No obstante, pese a detallar sus graves faltas, Balaguer enfatizó que había llegado para Pedro Santana “la hora de la reparación”.
En cuanto a la anexión a España, propiciada por el designado Marqués de las Carreras, recordó que grandes dominicanos del mismo período, “como Manuel de Jesús Galván, príncipe de los prosistas nacionales, y Javier Angulo Guridi, escritor de temas políticos, participaban también de la idea de que la República no era capaz de sostener por sí sola su independencia y de que necesitaba para sobrevivir, ante la embestida de los vecinos de la nación más fuerte (Haití), el apoyo de una nación extranjera”.
“Todavía después de consumada la independencia, con el ambiente saturado por el romanticismo de los libertadores, con la mayoría de los ánimos influidos por el patriotismo fanático de los nueve idealistas que fundaron la sociedad secreta La Trinitaria, hubo patriotas, hubo próceres que se dejaron persuadir por la idea del autor de Enriquillo y otros ciudadanos esclarecidos de aquel tiempo que estimaron que España no debía retirarse definitivamente de la isla y que se debía conservar en ella una especie de tutela protectora”, explicó.
Balaguer acotó, a seguidas: “Haití, era a la sazón, demasiado poderosa si se le comparaba con nuestra pobreza demográfica, con la exigüidad de los recursos con que contábamos en nuestra media isla semidesnuda y semidespoblada para poner fin al estado nacional de zozobra, creada por la amenaza constante de nuevas invasiones y se consideró como una fatalidad histórica la reincorporación a España y se llamó ilusos y, peyorativamente, filorios a los que como Duarte y sus discípulos se aferraban con obstinación al principio de la independencia”.
A su juicio “el error de la anexión” fue el resultado de una opinión altamente difundida entre las clases conservadoras y entre las mayorías de los dominicanos pensantes de la época”.
Aseguró que el “error de la anexión” fue el “de toda una época”. “El autor de ese acto inconsulto sigue teniendo enemigos acérrimos como tiene parciales apasionados. Los martillos de la crítica histórica no han dejado de golpear su memoria, unas veces para ensalzarla y otras veces para cubrirla con el baldón”, afirmó.
“El destino, añadió, no ha dejado de perseguir al autor de la anexión. “Se diría aun que hoy persigue con más saña que cuando hace más de un siglo descendió al sepulcro con el pesar de algunos cuantos y el júbilo de otros muchos”.
La “errancia” de los restos de Santana
De acuerdo al tribuno, Santana cometió errores y también tuvo grandes aciertos, pues fue un vencedor de la patria y un defensor de su independencia.
“La cuestión, pues, es saber si debe mantenerse aún más allá de la muerte la proscripción que pesa sobre sus restos, olvidados en El Seibo, después de haber ido de tumba en tumba, desde la Fortaleza Ozama hasta el lugar que le acoge, como peregrinación final, para su descanso eterno... Es cosa que pertenece definitivamente a la historia”, dijo.
Tuteando a la mitificada figura, el mandatario exclamó: “... te habla así entre los aficionados de la historia uno de los menos adictos a tu persona y a tu obra. Siempre he sentido una sorda aversión y una incontenible repugnancia a tu despotismo sin control y a tu falta de caridad cristiana”.
“Mi ánimo, al igual que el de otros muchos dominicanos, se ha crispado de indignación ante la severidad draconiana con que echaste a puntapiés del país a la madre del fundador de la República (Juan Pablo Duarte). Mi aversión ha crecido hacia ti, hacia ti, las dimensiones de una repulsa total ante la sevicia con que perseguiste a esas dos estrellas de la inteligencia nacional, Antonio Duvergé y José Joaquín Puello, solo por envidia a su genio militar. Antes que por haberte puesto la librea del esclavo, lo que nos repugna y horroriza en ti es el odio irracional y el encono salvaje con que perseguiste a tus víctimas”, reprochó Balaguer a Santana, como si estuviera frente a él.
Fusilamientos y villanías
A seguidas le recriminó al difunto el fusilamiento de Bonifacio Paredes, en El Seibo, y la ejecución de María Trinidad Sánchez, el 27 de febrero de 1845, día escogido porque en esa fecha “se hallaba simbolizado el heroísmo de esa mujer sublime que ofreció su sangre en holocausto para que en los campos de la libertad se izaran las primeras banderas dominicanas”.
“A pesar de toda esta repugnancia que nos inspiran tus crímenes, tus famosos crímenes de Estado tengo que confesarte hoy, Pedro Santana, que yo al igual que otros muchos dominicanos no puedo sustraerme a la atracción de tu grandeza histórica”, ensalzó Balaguer al cuestionado presidente de la Primera República.
Y apostilló, finalizando: “Fuiste grande ante Haití, el mayor peligro que amenazaba en todas las épocas la existencia de la República, y esos laureles, aunque manchados de la anexión deben bastar por si solos para otorgarte el derecho de ocupar un sitial preeminente en el Olimpo de nuestros dioses”.