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Alejandro Llenas: Recuerdos de un genio en el 176 aniversario de su nacimiento

Su muerte estuvo revestida de un halo religioso

Aquel día se celebró la fiesta de Corpus Christi

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Alejandro Llenas: Recuerdos de un genio en el 176 aniversario de su nacimiento
Doctor Alejando Llenas Julia.
POR: Edwin Espinal Hernández

SANTO DOMINGO. Imbuido de la fe católica desde el hogar, en el que su padre fue un hombre de profundas creencias católicas, un ferviente creyente en Dios y en la Virgen María como mediadora suprema ante su hijo, fundió religión y ciencia. De ser educado en Nantes, Francia, en dos colegios católicos, San Etanislao y Notre Dame des Couets, gracias a las gestiones de su tía abuela Petronila Rodríguez Rojas viuda Paillé y al amparo del abogado de esta, Henri Maisonneuve, se tituló años después como Doctor en Medicina y Cirugía en la Universidad de París.

Con catalanes y criollos oscilando en sus genealogías paterna y materna, que lo vinculaban a marineros que remontaron el mar Báltico y a la aristocracia colonial santiaguera, nació con la República el 14 de febrero de 1844, con lo que su andadura se imbricó a acontecimientos fundacionales de nuestra historia hasta su muerte el 29 de mayo de 1902, meses después del derrocamiento como presidente de la República de su concuñado Juan Isidro Jimenes por su vicepresidente Horacio Vásquez.

¿Cómo pudo hacerlo todo en una sola vida? Estuvo en Roma entre 1866 y 1869 como soldado del regimiento de los zuavos pontificios defendiendo de la soberanía del papa Pío IX sobre los Estados Pontificios; en la batalla de Mentana en 1867, enfrentado a las fuerzas nacionalistas de Giuseppe Garibaldi; en París en 1870, como ayudante de cirujano en el ejército francés en la guerra contra Prusia; en El Vaticano en 1896, discutiendo ante León XIII los límites fronterizos entre República Dominicana y Haití; en las calles de Cabo Haitiano y Puerto Príncipe entre 1893 y 1899, como cónsul y Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República Dominicana; en Puerto Plata y en Santiago en múltiples afanes médicos y sociales.

De una curiosidad infinita que parecía no tener límites, montó a caballo en excursiones en la Cordillera Septentrional; se ensimismó ante el cráneo de un aborigen descubierto en una cueva; confrontó con Frederik Ober sus valoraciones sobre los restos de Colón en Puerto Plata; descubrió las anclas de la Santa María en Haití y en Gurabo reclamó conocer los orígenes canarios de sus pobladores. Obsesionado con el saber, se astilló en múltiples aristas: médico, historiador, arqueólogo, antropólogo, botánico... un verdadero polímata. Diputado al Congreso Nacional por Santiago, fundador y primer presidente de la sociedad política Liga de la Paz, cofundador del Cuerpo de Bomberos de Santiago, administrador de los periódicos El Orden y La Paz, titular de la Cruz de Caballero de la Orden de Nuestra Señora de Guadalupe, otorgada por el emperador Maximiliano de Hasburgo en 1867; de la cruz militar de Mentana, que le fuera impuesta por el papa Pío IX en 1868 y de la medalla Benemerenti, con la que lo condecoró el papa León XIII en 1891, fue pura alquimia de la multiplicidad. Irónicamente, un personaje con un recorrido vital tan atrayente y aferrado a las letras desde su más temprana juventud no dejó escritas sus memorias.

Hombre de fe y devoción, después de titulado como Doctor en Medicina y Cirugía por la Universidad de París (1874), en el país dio muestras de su preocupación por la enseñanza de la religión católica en las escuelas y del estudio de temas bíblicos a través de su denominado “testamento místico”, apuntes que hizo entre Cabo Haitiano (1887), Puerto Príncipe (1898) y Gurabo (1900) sobre sus lecturas de la revelación de la virgen de la Salette, la historia del Anticristo, la interpretación del Apocalipsis de Bartolomé Holzauser y la profecía de la sucesión de los papas.

En 1892, cuando una enfermedad casi lo lleva a la muerte en Puerto Plata, imploró a la Virgen, la que sustituyó el amor de su madre muerta en la niñez, la devolución de su salud. Juró ante Dios que si la Inmaculada Concepción intercedía por él, le ofrendaría, en su nombre y el de su familia, un lugar de oración en su estancia de Gurabo. Y así lo cumplió: en 1897 erigió allí una gruta dedicada a Nuestra Señora de Lourdes, cuya imagen en estuco preside todavía dicho espacio y al pie de la cual se haya enterrado.

Su muerte estuvo revestida de un halo religioso. Aquel día se celebró la fiesta de Corpus Christi. Asistió a misa y comulgó en Santiago y de regreso a su propiedad fue a plantar rosas amarillas a la Virgen. Un ataque cardíaco le sorprendió bajo las enredaderas de granadillo de la gruta. Llevado a su casa, moribundo, le pidió a su esposa Jesús y a su cuñada Concepción Domínguez de Moreno rezar con él el Miserere.

Una acendrada confianza en Dios y la Virgen María acompañó al Dr. Alejandro Llenas Julia prácticamente durante toda su vida. Su fidelidad a los valores católicos fue el mayor legado a su progenie. Por eso vive entre sus descendientes, en todas las nietas, bisnietas y tataranietas que, en su recuerdo, llevan el nombre de Lourdes y en todos los que no lo llaman bisabuelo o tatarabuelo, sino, con perpetuo respeto, “papá Alejandro”.

Imbuido de la fe católica desde el hogar, en el que su padre fue un hombre de profundas creencias católicas, un ferviente creyente en Dios y en la Virgen María como mediadora suprema ante su hijo, fundió religión y ciencia. De ser educado en Nantes, Francia, en dos colegios católicos, San Etanislao y Notre Dame des Couets, gracias a las gestiones de su tía abuela Petronila Rodríguez Rojas viuda Paillé y al amparo del abogado de esta, Henri Maisonneuve, se tituló años después como Doctor en Medicina y Cirugía en la Universidad de París.

Con catalanes y criollos oscilando en sus genealogías paterna y materna, que lo vinculaban a marineros que remontaron el mar Báltico y a la aristocracia colonial santiaguera, nació con la República el 14 de febrero de 1844, con lo que su andadura se imbricó a acontecimientos fundacionales de nuestra historia hasta su muerte el 29 de mayo de 1902, meses después del derrocamiento como presidente de la República de su concuñado Juan Isidro Jimenes por su vicepresidente Horacio Vásquez.

¿Cómo pudo hacerlo todo en una sola vida? Estuvo en Roma entre 1866 y 1869 como soldado del regimiento de los zuavos pontificios defendiendo de la soberanía del papa Pío IX sobre los Estados Pontificios; en la batalla de Mentana en 1867, enfrentado a las fuerzas nacionalistas de Giuseppe Garibaldi; en París en 1870, como ayudante de cirujano en el ejército francés en la guerra contra Prusia; en El Vaticano en 1896, discutiendo ante León XIII los límites fronterizos entre República Dominicana y Haití; en las calles de Cabo Haitiano y Puerto Príncipe entre 1893 y 1899, como cónsul y Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República Dominicana; en Puerto Plata y en Santiago en múltiples afanes médicos y sociales.

De una curiosidad infinita que parecía no tener límites, montó a caballo en excursiones en la Cordillera Septentrional; se ensimismó ante el cráneo de un aborigen descubierto en una cueva; confrontó con Frederik Ober sus valoraciones sobre los restos de Colón en Puerto Plata; descubrió las anclas de la Santa María en Haití y en Gurabo reclamó conocer los orígenes canarios de sus pobladores. Obsesionado con el saber, se astilló en múltiples aristas: médico, historiador, arqueólogo, antropólogo, botánico... un verdadero polímata. Diputado al Congreso Nacional por Santiago, fundador y primer presidente de la sociedad política Liga de la Paz, cofundador del Cuerpo de Bomberos de Santiago, administrador de los periódicos El Orden y La Paz, titular de la Cruz de Caballero de la Orden de Nuestra Señora de Guadalupe, otorgada por el emperador Maximiliano de Hasburgo en 1867; de la cruz militar de Mentana, que le fuera impuesta por el papa Pío IX en 1868 y de la medalla Benemerenti, con la que lo condecoró el papa León XIII en 1891, fue pura alquimia de la multiplicidad. Irónicamente, un personaje con un recorrido vital tan atrayente y aferrado a las letras desde su más temprana juventud no dejó escritas sus memorias.

Hombre de fe y devoción, después de titulado como Doctor en Medicina y Cirugía por la Universidad de París (1874), en el país dio muestras de su preocupación por la enseñanza de la religión católica en las escuelas y del estudio de temas bíblicos a través de su denominado “testamento místico”, apuntes que hizo entre Cabo Haitiano (1887), Puerto Príncipe (1898) y Gurabo (1900) sobre sus lecturas de la revelación de la virgen de la Salette, la historia del Anticristo, la interpretación del Apocalipsis de Bartolomé Holzauser y la profecía de la sucesión de los papas.

En 1892, cuando una enfermedad casi lo lleva a la muerte en Puerto Plata, imploró a la Virgen, la que sustituyó el amor de su madre muerta en la niñez, la devolución de su salud. Juró ante Dios que si la Inmaculada Concepción intercedía por él, le ofrendaría, en su nombre y el de su familia, un lugar de oración en su estancia de Gurabo. Y así lo cumplió: en 1897 erigió allí una gruta dedicada a Nuestra Señora de Lourdes, cuya imagen en estuco preside todavía dicho espacio y al pie de la cual se haya enterrado.

Su muerte estuvo revestida de un halo religioso. Aquel día se celebró la fiesta de Corpus Christi. Asistió a misa y comulgó en Santiago y de regreso a su propiedad fue a plantar rosas amarillas a la Virgen. Un ataque cardíaco le sorprendió bajo las enredaderas de granadillo de la gruta. Llevado a su casa, moribundo, le pidió a su esposa Jesús y a su cuñada Concepción Domínguez de Moreno rezar con él el Miserere.

Una acendrada confianza en Dios y la Virgen María acompañó al Dr. Alejandro Llenas Julia prácticamente durante toda su vida. Su fidelidad a los valores católicos fue el mayor legado a su progenie. Por eso vive entre sus descendientes, en todas las nietas, bisnietas y tataranietas que, en su recuerdo, llevan el nombre de Lourdes y en todos los que no lo llaman bisabuelo o tatarabuelo, sino, con perpetuo respeto, “papá Alejandro”.