VIDEO | Gioconda Belli: "El lenguaje se convierte en la patria"
En su primera visita a República Dominicana, para participar en Centroamérica Cuenta, la destacada escritora nos habla desde su eterna patria, la de las palabras
Madre antes de los 20 años. Rebelde frente a la larga dictadura de los Somoza en Nicaragua. Una guerrillera con 30 años, celebrando la vuelta de la libertad a su país. Una disidente, alzando la voz ante la represión de quienes una vez lucharon a su lado. Una exiliada, por segunda vez. Escritora, siempre.
Y es desde la patria de sus palabras que Gioconda Belli, en una soleada mañana en Santo Domingo, en su primera visita a República Dominicana para participar en el Festival Centroamérica Cuenta, nos habla sobre todos los ejes de una vida en que la conciencia de ser mujer le ha dado su lugar en el mundo.
-Cuando preparó sus maletas en mayo de 2021 para visitar a sus hijas, ¿pensó que no podría regresar a Nicaragua?
No, no me lo imaginé. Pero como soy medio bruja (sonríe), cuando iba cruzando la puerta, voltee a ver y pensé que a lo mejor está es la última vez que veo esta casa, y me dije a mí misma porqué pensé esto. Fue como un presentimiento.
Pero en realidad nosotros veníamos viendo un desarrollo, de parte de Daniel Ortega y su esposa, peligroso. No fue tampoco una sorpresa absoluta, porque ya habíamos pasado el 2018, donde hubo una gran rebelión popular que fue aplastada a sangre y fuego y a partir de eso se desató un proceso de represión y de ir cerrando todos los espacios, sobre todo de libertad de expresión, fueron cerrando todos los medios, hostigando a los defensores de derechos humanos. Entonces, tampoco era que no sabíamos que estábamos fuera de peligro. Habíamos pasado por la pandemia, sabíamos lo que había pasado en la pandemia, que ahora ya apareció una cifra de 32 mil personas, pero ellos reportaron 254 personas.
Es todo un tinglado de mentiras, de acusaciones falsas. A todos los que están en contra los acusan de ser imperialistas, de estar siendo pagados por la CIA. La narrativa del enemigo y una total irresponsabilidad en cuanto a sus propios hechos que llevaron a este tipo de consecuencias.
-"No tengo donde vivir, escogí las palabras". El verso es de su poema Desterrada. ¿Cómo es vivir desde las palabras cuando se impone el desarraigo?
Se convierte en la patria de uno. El lenguaje se convierte en la patria. Ya eso lo había sentido, porque no es la primera vez que estoy fuera de Nicaragua.
La palabra no me permite dejar de ser quien soy. A través de la palabra yo sigo siendo yo, esté donde esté y mi palabra, que es lo que da sentido a mi vida, que es lo que amo hacer, siempre anda conmigo. Entonces es un refugio que no se quita. Afortunadamente te permite un entorno, una seguridad en cierta manera y la convicción de que lo tenés que decir y lo que estás viviendo se va a convertir en colectivo, que va a ser algo que vos vas a poder compartir, que vas a poder contar para que otras personas comprendan lo que significa y que no siga sucediendo.
-¿Cómo juzga la reacción, o su falta, de los gobiernos de América Latina ante el régimen de Daniel Ortega?
Creo que lo que pasa fue que la gente se enamoró de la revolución sandinista. Fue un enamoramiento de todo el romanticismo, de lo que significó la revolución, que fue una epopeya heroica. Aceptar lo que ha pasado, que este mismo personaje que veían antes en este contexto se ha convertido en este tirano, les ha costado. Por otro lado, se considera que Nicaragua todavía está siguiendo un patrón de izquierda, que es absolutamente equivocado, y eso hace que muchos países de América Latina, que tienen tendencia hacia la izquierda, duden en condenar lo que está pasando.
Por eso admiro mucho al presidente (Gabriel) Boric, de Chile, porque él ha sido bien claro y porque esa es la izquierda que yo aspiraría para América Latina, una izquierda que sea consecuente, que condene la violación a los derechos humanos vengan de donde vengan, que realmente se preocupe por el futuro de la población, que no admita ese tipo de cosas que están pasando en Nicaragua, porque admitirlas y ser cómplices de cierta manera de Daniel Ortega, es admitir que cualquier país de América Latina puede comportarse de esa manera hacia su gente y eso no es aceptable.
A mí me parece que, como precedente, el silencio ante lo que pasa en Nicaragua es muy peligroso para América Latina. Estamos otra vez volviendo a una época donde las dictaduras se apoyaban entre ellas y donde tuvimos dictaduras que fueron muy dolorosas para nuestros países, costó mucho salir de ellas y ahora estamos frente a una dictadura como no se veía en años en América Latina y ya eso está creciendo, creando un patrón. Ya Honduras está haciendo lo mismo, El Salvador, Guatemala acaba de cerrar El Periódico y tienen preso a José Rubén Zamora, uno de los grandes periodistas guatemaltecos. Es contagioso y eso es sumamente peligroso.
-Su extensa obra ha atravesado toda una conciencia de ser mujer desde la rebeldía ¿Cuál fue la primera conciencia que la removió? ¿La rebeldía, la literatura o ser mujer y celebrarlo?
Mi primera conciencia creo que fue la naturaleza. Me acuerdo cuando tuve mi primer momento que vi letras, palabras, formarse en mi cabeza ya de una manera literaria fue viendo el césped de mi casa, estaba con mi hija, era bebé, y estaba viendo la tarde, la luz, como la luz hacia ese verdor, esa belleza de Nicaragua que es única. Fue una especie de comunión entre mi ser yo, mi ser mujer, la niña que tenía en los brazos y la naturaleza. Todo fue un momento de gran poesía que se logró articular en mi cabeza, la pude oír, la pude decir. Ese fue el momento en que me empujé a escribir. Ya tenía 20 años y era una mujer hecha y derecha. Me había encantado siempre leer, había sido una gran lectora, pero ese momento, digamos del parto, fue así, un momento bien especial.
Me había comprado, de mi primer salario que me pagaron, una máquina de escribir sin saber que iba a ser escritora, porque me encantaba escribir cartas y creo que ahí empezó mi destino de escritora. Cuando me internaron en un colegio en España, escribía cartas todo el tiempo. Entonces me estaban pagando mi primer salario cuando entró un señor a vender una máquina de escribir Smith Corona eléctrica, chiquita, era una maquinita medio chopeada, usada, y de ahí no más saque del sobre y le pagué. Entonces tenía esa maquinita en un escritorio en mi casa. Desde ese momento comencé a escribir.
En ese momento hablé con un compañero y le dije "tengo todo esto que me viene a la cabeza" y me dijo: "¡Escribilo! Que tenés una responsabilidad histórica".
-En sus libros ha puesto a la luz de sus palabras los tabúes sobre la mujer. En la actualidad, ¿cuáles tabúes aún necesitan ser expuestos?
Desafortunadamente, todavía persisten muchos de los tabúes ante los que empecé a rebelarme. Creo que, por ejemplo, estaba viendo una película que se llama "El periodo" que habla sobre la menstruación, y todavía la menstruación no se ha logrado convertir en algo tranquilo, natural.
Y, por otro lado, la menopausia, toda la mitología alrededor de la edad de las mujeres. Como dicen, los hombres maduran y las mujeres envejecen (risas). Y no es que se crea, así es como funciona. Llega un momento en que dejas de tener relevancia, porque pasaste cierta época. Escribí una novela que se llama "El intenso calor de la Luna" (2014) y habló exactamente de eso, de cómo uno no se puede dejar meter ese discurso en la cabeza, porque no es cierto. Es, al contrario, cuando la mujer puede desarrollar todo su potencial, porque ya su parte fértil, dedicada a la crianza, a la maternidad, a todo eso, se le permite que la deje a un lado.
Los permisos que nos damos las mujeres, que son tan importantes, todavía no nos los damos tan ampliamente como deberíamos dárnoslos. Y pienso, por eso, que traer al primer plano esos problemas, esas dolencias, esas carencias, esas necesidades nuestras, de sentirnos que somos maravillosas y, sin embargo, ser tratadas como ciudadanas de segunda categoría, estar siempre teniendo que validar quiénes somos, siempre siendo juzgadas por cómo nos vemos, por si sos gorda o flaca, lindas o feas... no sé. A mí me parece que, en ese sentido, he hecho un aporte al tratar de revelar cómo se siente sufrir ese tipo de marginalidad, mientras uno se siente que es la obra maestra de la naturaleza.
-¿Se posiciona desde la creencia de que los escritores deben asumir un compromiso social desde su obra?
Sí. Creo que, aunque uno se posicione o no, eso es la literatura. La literatura es un compromiso con la humanidad, porque escribas lo que escribas estás dejando un reguero de luz, estás iluminando comportamientos humanos de cualquier tipo que sea, pero que para los que vienen detrás significa una mirada, una capacidad de ver cómo el ser humano va evolucionando y vas dejando de ser una cosa y siendo otra, esas luchas que tenemos los seres humanos constantemente entre el bien y el mal, entre los celos y la pasión, la bondad y la maldad. La literatura es eso. Entonces, para mí, eso de hablar de literatura comprometida realmente es innecesario. A veces lo que vivimos en situaciones como la de Nicaragua, como en América Latina, cuando Trujillo, hablamos de eso no porque haya un compromiso, sino porque creemos que es importante hablar de eso en ese momento o recordarlo, porque son personajes que tienen o tuvieron una relevancia en la historia de un país.
-Escribió una parte de su obra durante su lucha contra la dictadura de Somoza, siendo madre de niñas pequeñas, y luego funcionaria. ¿qué tan difícil fue construir esa habitación propia entre tanto hacer?
Creo que tenía que ver con mi rebelión y mi conciencia de ser, porque parte de mi rebelión era darme cuenta quien era, tan buena como cualquier hombre, y entonces no me iba a dejar ningunear, y me sentí que tenía el derecho de intentar escribir porque andaba con la idea en la cabeza, que era la de "La mujer habitada" (1988), que no sabía exactamente qué iba a hacer y me dije que no podía seguir haciendo lo que estaba haciendo, que era trabajar en una empresa de publicidad del partido, digamos, lo podía hacer cualquier persona, pero lo que voy a escribir solo yo lo puedo escribir. Y luego, ya tenía confianza en mí porque había escrito poesía, ya me habían valorado, ya había publicado poesía.
Entonces me dije, lo voy hacer. Y fue difícil tomar la decisión en ese momento, yo había sido funcionaria del Estado, del partido. Recuerdo que llegaba a reuniones y a veces me preguntaban "de dónde viene usted", de mi casa, les decía (risas), porque estaba supuesta a venir del ministerio tal o cual, y me decía que bárbara yo haciendo esto, cuando hay guerra... pero por otro lado, sentía que era lo que tenía que hacer.
Si le dicen "literatura dominicana", ¿en quién o quiénes piensa?
A Pedro Mir lo conozco perfectamente. Lo he leído. De los dominicanos modernos no conozco muchos, para serte sincera. Por eso pienso que este tipo de actividad, Centroamérica Cuenta, creo que es una de las cosas que hemos hecho, descubierto, en estos diez años de Centroamérica Cuenta, ha sido cuánto nos ignorábamos mutuamente y que esta ha sido una oportunidad importantísima para que los escritores del área, incluyo a Dominicana, nos conozcamos mejor. Ha sido muy útil para romper esa ignorancia que teníamos de los unos y los otros.
¿Cree que volverá a Nicaragua de este segundo exilio como una segunda celebración parecida a la que vivió en 1979, tras el triunfo de la revolución sandinista?
No como volví en el 79. En el 79 llegué vestida de verde olivo, como guerrillera... pero creo que sí volveré. Y si no vuelvo, vuelvo muerta, pero voy a volver viva o muerta, voy a acabar en ese país y ese país me va a acurrucar mis memorias y mis huesos, siempre. Así será.
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