Huellas casi desconocidas
Los afronegrismos que se incorporaron al bagaje léxico del español dominicano no son muchos
Al hilo de la actualidad, Aníbal de Castro nos hablaba hace unas semanas en una de sus ADC de la importancia de la herencia africana en Iberoamérica, de la trascendencia no solo de conocer las raíces de esta herencia en la historia de la esclavitud, sino de reconocerla como parte integral de la identidad americana, de su diversidad cultural, sin cuya apreciación, nos recuerda, «jamás habrá una América Latina justa, inclusiva y consciente de su riqueza histórica».
Traigamos la reflexión al campo, siempre inmenso y a veces inexplorado, de las palabras.
El tráfico y el asentamiento de esclavos africanos, autorizado desde 1501 y mantenido, con distinta incidencia, durante tres siglos, deja una huella evidente en la historia étnica y cultural de las Antillas, pero también nos deja una huella lingüística, cuya trascendencia se nos desdibuja hasta tal punto que son nuestras palabras de origen africano las más desconocidas y las menos estudiadas.
Con la lucha por la creación de una República Dominicana independiente se empiezan a perfilar los rasgos de la identidad nacional, más intensamente si cabe en la recién nacida república en cuanto se trataba de diferenciarse tanto de Haití como de España.
En el siglo XIX la exaltación de la lengua española como rasgo identitario esencial de la dominicanidad se intensifica precisamente por convertirse en un valor cultural diferenciador del francés y del criollo haitiano.
Empieza a valorarse el rastro léxico que las lenguas indígenas prehispánicas dejaron en el español dominicano. Y muy tímidamente comienzan también los acercamientos a las raíces de esas palabras a las que conocemos como afroamericanismos; es decir, palabras del español americano cuyo origen está en una lengua africana.
Y no solo llegaron hasta nosotros en boca de los esclavos africanos. El contacto siempre es fuente de enriquecimiento para la lengua.
Pudieron adoptarse a partir del criollo haitiano durante las ocupaciones haitianas del territorio dominicano; o, tal vez, gracias a los libertos norteamericanos trasladados a la República Dominicana a comienzos del XIX o a los obreros antillanos llegados como mano de obra campesina
A pesar de esta convivencia cultural y lingüística prolongada, los afronegrismos que se incorporaron al bagaje léxico del español dominicano no son muchos.
Un camino sorprendente
Ya nos dijo Orlando Alba que las circunstancias históricas y sociales de la población de origen africano provocan que «la presencia africana en el léxico antillano sea mucho menos visible que la indígena».
Si a esto le sumamos la complejidad y el poco conocimiento de la realidad lingüística histórica africana, comprendemos por qué los estudios de estas huellas lingüísticas africanas en el español dominicano y su registro en forma de diccionarios o vocabularios no tienen la misma pujanza que los dedicados a la pervivencia léxica de las lenguas indígenas prehispánicas.
Quiero honrar hoy a Carlos Larrazábal Blanco, el primero que se atrevió a hacerlo con el Vocabulario de afronegrismos que publicó en 1941 en el Boletín de la Academia Dominicana de la Lengua.
Precisamente la condición de primicia y la unicidad de su obra destacan la relevancia cultural y lexicográfica de su aportación para la historia de nuestras palabras.
Los afroamericanismos dominicanos no son muchos, no están muy extendidos y su vitalidad parece que va a menos, pero estoy segura de que, como a mí, les pica la curiosidad por conocerlos.
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