La luz de la frase
Lecciones de sintaxis con la coma como maestra
Los signos de puntuación y su uso han protagonizado alguna que otra Eñe. Entre ellos la coma, sutil y delicada, que nos rinde muchos servicios en la escritura; a cambio, nos pide que prestemos atención a la estructura con la que construimos nuestras frases.
El vínculo entre sintaxis y comas es tan fuerte que está detrás de una de las normas que más debemos cuidar a la hora de escribir: lo que la sintaxis ha unido que no lo separe la coma. Una coma nunca debe entrometerse, por ejemplo, entre el sujeto y su verbo o entre este y el complemento directo o indirecto, el atributo o el complemento de régimen.
Una sencilla coma tiene el poder de cambiar el sentido de una frase, y las consecuencias pueden ser más graves de lo que imaginamos. No tanto porque constituyan una falta contra la buena escritura, sino porque podemos errar en el mensaje que queremos transmitir. No es lo mismo gritar «¡A comer, niños!» que «¡A comer niños!». La diferencia entre esas dos frases se reduce a la coma.
En la primera frase se encarga de delimitar el vocativo niños, para que quede claro que ellos son los destinatarios de la orden; en cambio, en la segunda frase, entre el verbo comer y su complemento directo niños no se interpone la coma. No es lo mismo; si no, que se lo digan a los niños.
Imaginen que estamos compartiendo una tarde de café y series y nos preguntan «¿Cambiamos de serie?»; podemos contestar «No, me gusta esta», o bien, «No me gusta esta». El mensaje y la serie que veamos dependen de que hagamos, o no, una pausa entre el no y el resto de la frase. En la escritura, el mensaje y, con él, la serie que veamos dependerán de una sola coma.
Los invito a comparar estas dos afirmaciones: «Los autores que ganaron el premio lo celebraron» y «Los autores, que ganaron el premio, lo celebraron». Parecen la misma frase; de hecho, ambas están formadas por las mismas palabras. Sin embargo, no significan lo mismo. En la segunda frase, la presencia de las comas marca los límites de una explicación que añadimos al sujeto, mientras que en la primera ese mismo texto especifica qué autores celebraron –solo los que ganaron el premio–. No es lo mismo; si no, pregúntenselo a los que no ganaron el premio ni participaron en la celebración.
Dominar esos pequeños trazos no es tarea fácil. Los grandes escritores han luchado con ellas y han reconocido su valor. El poeta Giacomo Leopardi, en una carta que escribió a su buen amigo Pietro Giordani en 1820, lo reconocía así: «Yo, por lo que a mí respecta, sabiendo que la claridad es el deber primero del escritor, no he elogiado nunca la cicatería de signos, y veo que numerosas veces una sola coma, bien puesta, da luz a toda una frase». Aprendamos de Leopardi: no seamos cicateros con las comas y póngamoslas bien; así nuestras frases se iluminarán.