Uña y mugre
Toda mujer necesita una amiga que la conozca tan íntimamente como una tomografía...
Dicen los hombres que las mujeres somos complicadas. Eso no necesariamente es cierto, aunque tienen algo de razón. Las mujeres tenemos y apelamos razones que solo hacen sentido para nosotras y nuestra mejor amiga.
Toda mujer merece una amiga que entienda nuestros silencios, que no intente calmar nuestros gritos y que no tema decirnos que el último corte de pelo nos hace parecer un gato que acaba de perder una pelea callejera, aunque nos duela.
En principio, nadie sabe cómo "nace" una amistad entrañable, porque tiene la virtud de surgir de la forma más inesperada y entre personas en apariencia poco afines.
Uno echa la mirada atrás y se pregunta... ¿Qué hace que esa persona, entre siete billones en el mundo, te conozca tanto que te lleve la contraria exactamente en el punto que no quieres ceder hasta que lo entiendes?
¿Por qué parece tener un detector de mentiras y al mismo tiempo sufrir de amnesia selectiva a la hora de contar pecados?
Yo tengo un par de amigas así. Cuando nos encuentras juntas no lo crees. Somos uña y mugre, aunque a simple vista aparente que no tenemos nada en común.
Una es hiperemotiva y fashionista, la otra es súper creativa, y la tercera se mueve con toda integridad en un sector del mundo que detesto.
A pesar de mi cinismo y mi proclividad hacia el sarcasmo se ríen de mis chistes, aguantan mis cambios de humor y me invitan a sus casas. No dejan de sorprenderme.
Pero cuando realmente lo analizo, esto de la amistad es un camino de doble vía.
Yo le paso los kleenex a la superemotiva y le indico cuándo parar; reviso el presupuesto a la supercreativa para que no caiga presa y le doy ciertas dosis de realidad a la que se mueve en el mundo que detesto.
Ellas, Dios las bendiga, enriquecen mi vida con emociones extrañas, me hacen creer en príncipes de diferentes colores y en la posibilidad de un mundo mejor en manos humanas.
Lo que tengo claro es que, cuando estoy con ellas, soy esencialmente mejor persona.
La verdadera amistad se basa en la sinceridad absoluta, en la tolerancia infinita y en la ausencia de rencores.
Una amistad para toda la vida se riega como una planta, se abona con pocas lágrimas y muchas risas, y va creciendo con los años, las situaciones y las confidencias, sin crear dependencias, ni dejar espacios para el chantaje o la traición.
La verdadera amistad enriquece, suma, mejora; es un círculo virtuoso que procura no ser exclusivo: se acomodan las relaciones, se crían los hijos y se comparten consejos y confidencias entre cafés y llamadas en el semáforo.
Si identificaste tu "amiga del alma"; la que te entiende y te pelea, la que no le asustan tus calores menopáusicos y te sabe leer por arriba de la ropa... da gracias al cielo por la bendición: nunca estarás sola.