Lluvia de verbos
La impersonalidad de los verbos atmosféricos radica en su propio contenido
Vivimos días en los que se hace gala de personalidad y originalidad, aun sin tenerlas, como si fueran casi tesoros fabulosos. Somos todos tan originales y tenemos una personalidad tan arrolladora que lo impersonal ha quedado casi reducido al ámbito de la gramática.
Dice la Gramática de la lengua española que una oración impersonal es aquella que «no lleva sujeto, sea expreso o sobrentendido». Ay, las pobrecitas oraciones impersonales, cuántas veces metemos la pata con ellas, y qué poco se lo merecen.
Las más sencillas son aquellas que se forman con verbos que expresan fenómenos atmosféricos: llover, nevar, tronar, relampaguear, lloviznar, granizar, y tantos otros. Por su propio significado no podemos asignarles un sujeto, ni expreso ni tácito, porque ¿quién nieva?, ¿quién llueve o graniza?
Si los buscan en el Diccionario de la lengua española encontrarán la marca gramatical que indica que son intransitivos impersonales, la abreviatura intr. impers.
La impersonalidad de estos verbos atmosféricos radica en su propio contenido. Se conjugan siempre en tercera persona del singular y siempre sin sujeto: Está nevando en la sierra; Llueve intensamente desde hace días; Ayer granizó en el pueblo; Me encanta cuando truena y relampaguea.
Pero, como se imaginarán, esto no se acaba aquí. Los hablantes también usamos algunos de estos verbos atmosféricos de una forma creativa, casi metafórica. Los personalizamos y les asignamos un sujeto figurado. Ya no estamos hablando del tiempo cuando decimos Tronaron los abucheos en el auditorio o Le relampaguearon los ojos llenos de ira.
La metáfora no es propiedad exclusiva del lenguaje poético; o mejor, el lenguaje poético no es propiedad exclusiva de la poesía; lo encontramos también, como en estos verbos personalizados, en la vida cotidiana. Si amanecemos dispuestos a ser buenos hablantes, que lluevan los aplausos.