Proyecto Hombre
El Padre Domingo es un hombre marcado por la pasión de servir y transformar al mundo en que vive

Al Padre Domingo lo conocí hace ya muchos años, no recuerdo cuántos ni dónde ni porqué, solo sé que le quiero y admiro mucho y que cada vez que me pide que le acompañe en algunos de sus proyectos soy incapaz de decirle que no.
Es un hombre marcado por la pasión de servir y transformar al mundo en que vive.
Una tarde llegó a mi casa a visitarme y es casi imposible que pueda evitar contarme el proyecto en el cual está trabajando en estos momentos. Su pasión y entrega le superan.
Se llama Proyecto Hombre -me dice entusiasmado.
-¿Y a qué se dedica?
-Una casa que sirve para ayudar a aquellos adictos que quieren transformar sus vidas y salir de su adicción. Tenemos muchas personas profesionales que nos ayudan -y rápidamente agrega-, tú podrías darnos una mano.
-¿Cómo así?
-Me gustaría que contaras la historia de Luis, uno de nuestros acogidos.
-Si me das los detalles lo hago de inmediato.
Y mi amigo comenzó a contar:
A los seis años su madre lo llevó a vivir a Estados Unidos. Desde muy pequeño la timidez le paralizaba, un día descubrió que con el alcohol lograba comunicarse con los demás.
Del alcohol pasó a la marihuana, luego a otras sustancias hasta que su vida, al llegar a los 50 años, la había perdido sumido en una espantosa rutina, donde nada importaba más que vivir escapando de la realidad que le rodeaba sumergido en las drogas.
Fue deportado a República Dominicana y al llegar descubrió que no conocía a nadie y que no tenía dinero para sobrevivir.
Se refugió en las cuevas del Malecón, aprendió a dormir en los bancos de los parques, en callejones oscuros, alimentarse del menú de zafacones y cantidad de miserias más.
Un mediodía se enteró de que un grupo de personas daba almuerzos en una calle de la ciudad y el hambre le condujo al lugar.
Aquí el sacerdote se detiene y pone énfasis cuando dice: 'era un hombre asco, sucio, apestoso'.
Sentí que quería hablarme y cuando pudo se me acercó y me preguntó si era cierto que yo dirigía una casa de recuperación.
Le miré a los ojos y espere su reacción.
-Necesito su ayuda, tengo que salir del mundo en que vivo.
Y comenzamos los trámites.
Luis poco a poco fue recuperando su autoestima, su amor por la vida, descubrió la sana alegría, el deseo de servir a otros, atisbó de lejos que podía ser feliz y logró terminar el programa siendo un hombre nuevo.
El día de la despedida me dijo al oído que no se quería ir, que él pertenecía a esa casa. Que al fin había encontrado un hogar.
La misión está cumplida -le dije- ya estás preparado para reinsertarte en el mundo laboral, por saber hablar inglés consiguió un puesto en un call center.
-Padre no quiero irme -repitió.
-¿Qué te ata aquí?
Luis me miró a los ojos y vi lágrimas en los suyos.
Apenas podía hablar cuando me confesó:
-Es la primera vez en mi vida que me siento querido.