Un cortés recorrido
En esta última etapa de la ruta nos detendremos en unas expresiones en las que aparecen don y doña y que ya se han consolidado en nuestra lengua
Tenía que llegar en algún momento el final del camino del don y el doña. En esta última etapa de la ruta nos detendremos en unas expresiones en las que aparecen don y doña y que ya se han consolidado en nuestra lengua.
Una de ellas tiene un origen literario en el personaje de don Juan Tenorio. A Tirso de Molina, quien, por cierto, vivió unos años en Santo Domingo por allá por el siglo XVII, se le atribuye su creación en la obra Tan largo me lo fiais, y, por descontado, en El burlador de Sevilla y convidado de piedra. Pasando por Moliére, Goldoni, Pushkin, el Don Giovanni de Mozart, Lord Byron, Espronceda, hasta llegar al Don Juan Tenorio de José Zorrilla, la figura literaria se popularizó de tal modo que el personaje dramático se convirtió en arquetipo. Hasta tal punto que los hablantes transforman su tratamiento y su nombre propio, don Juan, en un nombre común (escrito separado, don juan, o en una sola palabra, donjuán) para referirse, como bien registra el Diccionario de la lengua española, a un ´hombre seductor o conquistador´. En este uso como sustantivo común debemos utilizar siempre la minúscula y recordar la tilde de la forma bisílaba donjuán, aguda terminada en ene.
Menos literaria, pero no menos expresiva, es la denominación don nadie, o donnadie, en una sola palabra, para referirnos despectivamente a una persona a la que consideramos poco valiosa, poco destacable o carente de poder o influencia: No es más que una donnadie; A pesar de lo que se cree, es un don nadie. Además, si nos referimos a una mujer, podemos optar por las formas también femeninas doña nadie o doñanadie: No deja de ser una doña nadie.
Sin olvidar su connotación despectiva y, por tanto, con ojo y sensibilidad si decidimos usarla, conviene que sepamos escribirlas bien. Señoras y señores, dones y doñas, con perdón, aquí nos apeamos y concluye este cortés recorrido.