Un árbol para Pedrito
Pedrito Guzmán fue uno de los mejores fotorreporteros de nuestro país y corresponsal de guerra
Pedrito Guzmán era una fuerza de la naturaleza. Imparable, feliz, creativo, optimista, llenaba de luz y risas los espacios y las personas con las que interactuaba. Lamentablemente, esa luz se apagó hace unos pocos meses. Un cáncer implacable se lo llevó, no sin darle una buena batalla, dejándonos a todos sorprendidos, medio huérfanos y acongojados.
Su esposa e hijo invitaron a sus amigos y familiares a la dedicatoria de un árbol en su honor. A todos nos hizo el mayor sentido del mundo. Llegamos a la Fundación Grupo Puntacana a honrar la memoria de un hombre cuyo legado queda en nuestros recuerdos felices y en miles de fotografías que hoy forman parte del acervo histórico, cultural y medioambiental de nuestro país.
Y ahí nos enteramos de que Pedrito Guzmán Bencosme, nacido en Moca en un hogar de escasos recursos, pero rico en valores familiares, salió a la calle a trabajar desde niño ayudando con su limpia botas o con su paletera a la precaria economía familiar. También fue canillita. Quién sabe si en la venta de periódicos, hojeando las noticias, encontró la pasión por la fotografía que lo acompañaría el resto de su vida.
Fue uno de los mejores fotorreporteros de nuestro país y corresponsal de guerra. Dedicado, responsable y perfeccionista, estuvo en Centroamérica muchos años cubriendo sus guerras intestinas, dejando saber al mundo lo que ocurría desde su particular trinchera. A pesar de la incertidumbre y de las cosas horribles que seguro presenció, no perdió la sonrisa ni la fe en la gente, pero sí afianzó su creencia en la justicia social y en el poder que emanaba del pueblo.
Fue el fotógrafo personal del Dr. José Francisco Peña Gómez, acompañándolo en sus mítines multitudinarios y viajando por medio mundo en las reuniones que sostenía como alto miembro de la Internacional Socialista con líderes, presidentes y jefes de Estado. Sus fotos plasmaron grandes momentos de la historia.
Pero siempre regresaba al campo, a las comunidades, a la gente sencilla que lo hacía feliz invitándolo a un “café de media” o a un guiso en caldero de esos que rinden para muchos. Jake Kheel, vicepresidente de la Fundación Grupo Puntacana, recordaba que aprendió con Pedrito a recorrer los pueblos con los vidrios abajo, para de esa manera escuchar a la gente hablar, a identificar los aromas, a ver la vida con todos sus colores.
Sus amigos de infancia recordaban su innegable amor por su familia, protector acérrimo de sus hermanas y gran conciliador. Y es que, para Pedrito, la familia lo era todo. Se casó con su mejor amiga, Ilana, tras conocerse en un trabajo que ambos hicieron para Oxfam. Ella, que venía de muy lejos, lo contrató para las fotos y el resto, como dicen, es historia. Una historia de amor de más de 20 años, de respeto y apoyo mutuo y muchos viajes con Lucas, su único hijo y la mejor versión de los dos.
Todos los que quisieron compartir recuerdos, anécdotas y testimonios de Pedrito coincidieron en el impacto que lograba en la gente, su increíble don de llenar el espacio a pesar de su estatura, su capacidad de hacer amigos en todas partes y de encontrar la belleza en lugares inverosímiles. Sus fotos son el testamento de un ojo prodigioso y de un talento excepcional.
Pasó sus últimos años en Punta Cana, donde llegó en el 2007 contratado para un trabajo y decidió quedarse. Lo enamoró el entorno y la idea de preservarlo para las futuras generaciones. Vio belleza, diversidad, libertad y se quedó. Y ahí descansa. Se levantó una tarja debajo de una hermosa Ceiba, cuyas ramas se elevan hasta el infinito, con una sombra reconfortante que invita al descanso y a una buena conversación.
Pedrito buscó incansablemente la belleza y la felicidad y la encontró en la gente, en su familia, en sus amigos, en la naturaleza y en su amor por Ilana y Lucas. El recuerdo de Pedrito nos anima a ver la vida con alegría, desenfado esperanza y optimismo.
La tierra siempre te será leve. ¡Descansa en paz, querido amigo!