Cádiz resplandeciente
Mi última participación en el Congreso Internacional de la Lengua España la dediqué a la influencia de las hablas andaluzas en la formación del español de América
Cádiz y su Congreso Internacional de la Lengua Española quedan atrás. Vuelvo con la mirada deslumbrada por la luminosidad gaditana y con la cabeza repleta de ideas y de proyectos. No hay nada como reunirse con filólogos, dialectólogos y lexicógrafos para darse cuenta de lo mucho que nos queda por hacer. La infinitud y la complejidad de nuestra lengua y de su historia es un campo fértil, las más de las veces inabarcable, para los que nos dedicamos a investigarla.
Mi última participación en el congreso la dediqué a la influencia de las hablas andaluzas en la formación del español de América. Y repasé esas palabras que atravesaron el mar desde los puertos andaluces de Sevilla y Cádiz, un puñado de palabras viajeras que recalaron en tierras americanas y se aplatanaron hasta hacerse nuestras en ambas orillas, aunque los ecos de algunas se vayan apagando: cojollo, puya, chinchorro, futre, rancho, soberado, empella, traste, agujeta, andancia, guindar, ahilar. Palabras que un día dieron carácter al andaluz como variedad del español y que hoy son compartidas por algunas variedades americanas.
La historia del español en las orillas del Atlántico –España, Canarias y América– se construye con vínculos estrechos. Cádiz se ha ocupado en recordarnos que estos lazos existen, que siguen vivos, que las palabras que los gaditanos han colgado de sus balcones con un inmenso orgullo por su forma de hablar el español son suyas y de todos nosotros.
El poeta colombiano Álvaro Mutis, recordando sus antepasados gaditanos, sintió cuando llegó a Cádiz que la ciudad le revelaba quién era: «el secreto de mi sangre/la voz de los míos». Cuando piso la resplandeciente orilla andaluza desde la orilla americana tengo la conciencia, como el inmenso Mutis, de que Cádiz será siempre «el reino que estaba para mí».