Nostalgias ortográficas
Las tildes son un signo ortográfico, que se ciñe a unas reglas, que son las que son y que no pueden adaptarse al gusto del hablante
Hasta estas orillas caribeñas han llegado los ecos de una polémica, un poco absurda, sobre la decisión de las academias de la lengua de eliminar la tilde en el adverbio solo. Incluso ha llegado a generar la palabra solotildista para referirse a aquellos que defienden que debemos seguir usándola. Se trata de uno de esos «problemas inventados» que nos buscamos a veces cuando no queremos ponernos manos a la obra con los problemas reales, que los hay, y muchos.
La Ortografía de la lengua española de 2010 establecía la eliminación de la tilde en solo cuando funcionaba como adverbio para suprimir esa irregularidad en el sistema ortográfico español, puesto que las palabras llanas terminadas en vocal, como solo, no llevan tilde. Esta tilde irregular se justificaba antes con el argumento de que evitaba la ambigüedad entre el adjetivo solo ‘que está en soledad’ y el adverbio solo ‘solamente’. Para refutar este argumento basta decir que el objetivo de la tilde no es evitar ambigüedades, sino marcar sílabas tónicas. ¿Y por qué hay que aclarar únicamente la ambigüedad de solo? Si escribo Me siento en el banco a esperar a que me atiendan, ustedes no saben si me refiero a la institución bancaria o al asiento sin respaldo; si alguien escribe Se me cayó la bota, no sabemos si se refiere al calzado o al recipiente para vino; y no por eso le ponemos la tilde a una de las botas ni a uno de los bancos. Lo mismo le sucede a solo.
Las tildes son un signo ortográfico, que se ciñe a unas reglas, que son las que son y que no pueden adaptarse al gusto del hablante, por eso son reglas. Si se cumplen está bien escrito; si no se cumplen está mal. Todo lo demás son nostalgias ortográficas.