Amor del negrito
Cualquier excusa vale para conocer nuestra lengua y las relaciones que hacen que sus palabras se enamoren y nos enamoren
En casa suelen relajarme con una canción de Fernando Valadés que empieza así: «Yo voy a hacer un diccionario, con las palabras del amor». Pueden imaginarse que mi pasión por les pone la broma en bandeja. En un día como hoy, que muchos celebran con profusión de corazones, bombones, vejigas y flores, quizás no sería mala idea dedicar unos minutos a ese imaginario diccionario. Permítanme la licencia, y el exceso de dulzor. Cualquier excusa es válida para conocer mejor nuestra lengua y las relaciones que hacen que sus palabras se enamoren y nos enamoren.
El Diccionario de la lengua española le dedica una preciosa definición al sustantivo amor: ‘Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear’. Solo los lexicógrafos nos atrevemos a intentar definir el amor. Nuestro admirado Covarrubias fue más listo y ya en 1611 se rindió y decidió «no amontonar aquí tanto como está dicho de amor, y escrito por diversos autores de que se pudiera hazer un volumen entero».
Nuestra lengua atesora muchos apellidos para el amor. Unos nos especifican quién prodiga ese amor, y lo convierten en amor maternal o paternal, materno o paterno, amor fraternal o fraterno, amor filial, amor conyugal. Otros lo matizan y lo llevan desde el amor pasional o el amor carnal al amor platónico. Entre los amores, hay uno esencial, el amor propio, ese que nos hace querernos a nosotros mismos y aspirar a superarnos. Podemos enfrentarnos a las cosas de mil amores o al amor del agua, incluso por amor al arte.
En mi diccionario de las palabras del amor, no podría faltar mi preferido, el amor del negrito. ¿Qué palabra no podría faltar en el suyo?