Política y pelota
El dominicano, en general, vive dos temporadas intensas que duran todo el año: la pelota y la política
El dominicano, en general, vive dos temporadas intensas que duran todo el año: la pelota y la política.
Es imposible pasar un día sin que algo relacionado a esos dos temas te llame la atención, aunque uno quiera desconectarse. Es más, puede declararse enemigo de los dos y como quiera termina inmerso en alguna discusión estéril que puede terminar de mala manera.
La política en este país es omnipresente. No hay espacio entre elecciones, porque entre que se impugna el resultado y se discute de algoritmos, en cuestión de pocos meses vuelven los sondeos, las encuestas, las primarias, los programas de panel, las entrevistas, los mano a mano, las caravanas, los calentamientos, las consultas, las descalificaciones, las acusaciones de corrupción que no se prueban, los pleitos en la junta por cualquier disparate y cuando venimos a ver, estamos de nuevo en elecciones.
Durante ese ciclo interminable el papel de la junta, así en minúscula, se limita a pedir dinero para montar elecciones (nunca hay suficiente), en distribuir miles de millones de pesos de nuestros impuestos para los partidos políticos sin pedir factura ni explicaciones y en dar kilométricas ruedas de prensa que dejan más dudas que certezas.
Se supone que deben hacer cumplir la ley electoral, pero no lo hacen. Es un secreto a voces que hay candidatos que jamás debieron aparecer en una boleta, incapaces de pasar un filtro moral, pero ahí están y generalmente ganan, porque tampoco nadie les audita el origen de los fondos que distribuyen a granel.
Fuera de la ley y debajo de las narices de los que están supuestos a hacerlas cumplir, los partidos políticos hacen lo que les sale del forro, llenando todos los espacios de noticias, banalizando temas importantes, ensuciando la ciudad visual y acústicamente, prometiendo lo imposible y jugando a polarizar la opinión pública y los votantes, cada vez menos capaces de distinguir el trigo de la paja.
Al final, la política gravita todo y está en todo, saturando la paciencia de los ciudadanos comunes, que ya se han resignado a lo inevitable, porque ¡total!, nadie los defiende.
En el otro extremo, la pelota en este país en omnipresente. Se habla del tema todo el año. Cuando finalizan las grandes ligas comienza la pelota criolla, en un invierno caluroso que se calienta más en el play, lugar donde se ríe y se llora, se da y se recibe cuerda y donde usted sale ganado o perdido, porque no hay de otra. En la pelota todos somos técnicos y sabemos más que el mánager.
No hay tránsfugas en la pelota. Eso no existe. Se nace y se muere con su equipo, aunque te ofrezcan de todo en el otro. Tampoco hay género, edad, etnia o partido para vivirla y sufrirla. Hay cientos de razones para usted simpatizar por uno en particular y no todas son racionales, pero una vez jura por un equipo, es un matrimonio indisoluble, no importa los años que lleve “sin ver a linda”.
Al igual que la política, los equipos también tienen su “junta”, que aquí se llama “liga” y se la pasan llorando. Todos los años, antes de comenzar el campeonato es la misma letanía: que no hay dinero para reparar los estadios, que el mercado negro acapara las boletas, que la transmisión es deficiente, que los patrocinios no son suficientes, que quieren una reunión en el Palacio…
Mientras tanto, los equipos intentando hacer de tripas corazón con un line up que cambia todos los días, con egos que crecen con la edad del jugador y la presión de los fanáticos que hacen bulla en el play y en las redes.
Por suerte tenemos la pelota para olvidarnos de la política, porque si fuera al revés… ¡que Dios nos agarre confesados!