El costo de la honestidad
Vivimos en un país donde resulta muy costoso ser honesto
Me apena decir que vivimos en un país donde resulta muy costoso ser honesto. Vivir por el librito, pagar impuestos y servicios, hacer la fila, esperar su turno es para tontos, al decir de los avivatos que campean en la ilegalidad y se ríen en tu cara.
Las redes sociales están saturadas de personas que les va muy bien sin dar un golpe. Viven del “dao”, de las apariencias y de lo mal hecho. No hace mucho, disponer de un trabajo con que mantener honradamente a la familia era motivo de orgullo.
Se ha normalizado la corrupción y hay quien la justifica y la celebra. En este proceso de inversión de valores, lo que antes era un estigma ahora es símbolo de estatus. Como la familia aquella que posó para las cámaras en uno de los lugares más exclusivos del Caribe con sus grilletes puestos. Todos muy felices, nada de vergüenza. Posiblemente los que los rodeaban aplaudían su emprendimiento, los invitaron a sus mesas y les dieron consejos y contactos de abogados de esos que se prestan a todo, “para salir más rápido de eso”.
Sales temprano de tu casa preparado para el tapón y los Amets, pero tienes que revestirte de paciencia para aguantar los que se cuelan en la fila porque parece que su tiempo es más valioso que el tuyo. Y si se te sale un “san Antonio”, el reclamo es que debiste hacerlo tú por P de cobarde.
Quieres cumplir con todos los procesos, pero hasta los más sencillos se complican con una burocracia diseñada para acabar con los recursos y el tiempo del usuario. ¿Y no es más fácil pagarle a un buscón?, pregunta alguien que parece no entender que si las cosas funcionaran como deben y los tiempos y plazos se cumplieran, la “profesión” de buscón no existiría.
Este debe ser el único país del mundo donde las actas de nacimiento se vencen varias veces mientras usted sigue vivo y que tiene que presentar título de bachillerato llevando el de grado universitario, cuando se supone que es técnicamente imposible que usted acceda a la universidad sin haber agotado el proceso anterior.
Tras el fallecimiento de mi padre, como familia tuvimos que hacer frente a todo tipo de diligencias con bancos, aseguradoras, AFPs, DGII, entre otros. Solo en documentos para legalizar y notarizar, compulsas, pagos de impuestos y sellos de todos los colores se gastaron docenas de miles de pesos, imposibles de asumir para una familia de menores recursos. Es como si el sistema estuviera diseñado expresamente para desgastar al doliente y que deje eso así. ¡Pero cuidado si te moriste debiendo un chele…! Se atreven a exhumar el cadáver y retenerlo para cobrar.
Los ejemplos darían para varios escritos y seguramente usted conoce varios, pero es simplemente un indicativo de que habiendo tanto qué arreglar, nos diluimos en chismes de patio, de farándula o de política.
Dicen por ahí que la sociedad cambia si sus ciudadanos cambian. Esta cambió, ¿pero para dónde? No está quedando espacio para los que quieren e intentan vivir respetando la Ley y cumpliendo sus preceptos. No está quedando espacio para los dos o tres que deseamos vivir en tranquilidad, respetando el derecho ajeno para que respeten el nuestro.
Hasta que no paremos de aplaudir a los vagos, de elegir corruptos y de aceptar sumisamente el abuso disfrazado de institucionalidad, peores cosas seguirán pasando. Si no comenzamos a exigir lo que nos corresponde en buen derecho en temas de salud, educación, seguridad jurídica, vial y ciudadana, acceso a servicios que pagamos todos, lamentablemente esta será la sociedad que merecemos porque no hemos peleado lo suficiente por la que queremos y tendremos que emigrar. El último que salga que cierre la puerta, si no se la robaron.