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Nuestra lengua vale un potosí

En nuestra lengua el nombre propio se reserva para designar a un ser único, mientras que el nombre común se extiende a aquellos seres o cosas que pertenecen a una misma clase

En nuestra lengua el nombre propio se reserva para designar a un ser único, mientras que el nombre común se extiende a aquellos seres o cosas que pertenecen a una misma clase. Cuando lo escribimos marcamos la diferencia entre ellos con el uso de la mayúscula inicial para los propios y la minúscula inicial para los comunes. Sin embargo, cuando los hablantes jugamos con la lengua, estas categorías pueden intercambiarse y así lo refleja la ortografía

Los nombres comunes pueden convertirse en propios. Dejan así de lado su significado léxico para identificar a una persona concreta; de hecho, muchos nombres de persona tienen en su origen un nombre común: Rosa, Victoria, Patria, Ángel. 

El camino inverso recorren los nombres propios que se usan como nombres comunes. Un nombre propio se carga de significado léxico, deja de nombrar a un solo individuo y pasa a nombrar a toda una clase. Si queremos referirnos a la crueldad de alguien decimos de él que es un nerón, por alusión al emperador romano Nerón; si, en cambio, hablamos de una mujer que se muestra arrepentida, nos referimos a ella como una magdalena, por el personaje evangélico; también se inspira en el Evangelio el uso del sustantivo judas para designar a quien es traidor o desleal. 

Los nombres de lugar también dan mucho juego, especialmente para designar a los productos que se originan en ellos y que han adquirido cierta relevancia; bebemos jerez o rioja –vinos cuya procedencia está en la ciudad de Jerez o en la región de la Rioja–, comemos camembert –queso cuyo originario de la ciudad francesa de Camembert– o, mucho mejor, cabrales –queso elaborado en el concejo asturiano de Cabrales. 

Nuestra lengua vale un potosí –de Potosí, la ciudad minera boliviana de riqueza proverbial–; conocerla es valorarla y respetarla. 

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María José Rincón González, filóloga y lexicógrafa. Apasionada de las palabras, también desde la letra Zeta de la Academia Dominicana de la Lengua.