Paños de lágrimas
Cada vez que tenía un problema o me sucedía algo digno de contar estaba doña Rosa, siempre dispuesta a escucharme y dar sus consejos
Se llamaba doña Rosa, y tengo un recuerdo borroso de ella. Yo tendría como cinco o seis años cuando me habló del paño. En ese tiempo la veía muy mayor, tendría como cuarenta años, aunque muy hermosa. Para un niño de esa edad todos eran mayores. Siempre olía igual, un olor a flores que según ella era un perfume que hacía con unas plantas que tenía en su patio y algún ingrediente secreto que compraba en la farmacia Raldiris que quedaba en la calle El Conde. Era un olor suave, delicioso.
Doña Rosa tenía dos hijos que me llevaban varios cursos en el colegio, también los veía muy grandes y me daban envidia porque cargaban muchos libros cada mañana y eso para mí era señal de importancia, además, siempre tenían respuestas para todo. Secretamente quería ser como ellos. Al esposo lo veía poco, vendía seguros, profesión que en ese tiempo en que me creía inmortal no entendía, pero por la manera en que vivía la familia debía de ser muy lucrativo pues en esa casa siempre estaba la nevera llena y en las vacaciones desaparecían todos viajando en avión.
Una mañana llegué llorando a su casa en búsqueda de consuelo, apenas podía hablar y ella me sentó a su lado tratando de entenderme mientras un torrente de lagrimas me inundaba.
-Cálmate -me dijo-, ¿qué te pasa?
Cuando pude hablar le conté lo sucedido, alguien me había robado mis patines nuevos. Ella, paciente, estuvo a mi lado mientras acariciaba mi cabeza y me decía que no me preocupara, que era algo que se podía volver a comprar. Que no desperdiciara mis lágrimas, que las lágrimas eran un lujo y que solo debían brotar cuando el motivo seriamente las justificara.
No la entendí entonces, han pasado los años y cada vez que lloro su imagen me viene de inmediato… lloro tanto de tristeza como de alegría y ahora con los años parece que el departamento de lágrimas está súper productivo pues lloro casi todos los días, razones aparecen. Las lágrimas son un gran alivio, nos descargan, hacen que sintamos de manera muy especial esa emoción que nos la producen.
Cada vez que tenía un problema o me sucedía algo digno de contar estaba doña Rosa, siempre dispuesta a escucharme y dar sus consejos. Una tarde, mientras jugaba en el patio de su casa, le escuché decir a mi mamá que ella era mi paño de lágrimas. Cuando regresé a mi casa le pregunté a mi mamá el significado de esas palabras. La sonrisa grande de mi mamá iluminó el momento.
-Un paño de lágrimas es alguien en quien puedes confiar y contarle tus cosas. Es una persona que siempre está ahí para ti.
Y esa frase jamás la olvidé. Cuánta falta hacen los paños de lágrimas en el mundo… deberían de venderlos…