La Buena Fe: El turismo dominicano se beneficiaría de artesanía con narrativa
Muchos objetos en venta a los visitantes están hechos en China y no se distinguen de otros productos en el Caribe. Hay piezas hechas con un poco de Buena Fe que pueden cambiar eso
En Samaná, los lugareños que trabajan en la venta de souvenirs han escuchado la misma queja de muchos turistas que descienden desde los cruceros: las piezas que encuentran en Santa Bárbara y alrededores no se distinguen de lo que ven en las otras islas en su trayecto caribeño. ¿La razón? Tanto aquí como en otros destinos en el arco de los cruceros en la región se recurre a la compra de objetos con “aire” caribeño producidos de forma estandarizada en China. Es, sin duda, más rápido y barato que producir piezas de forma artesanal en casa. Sin embargo, eso significa que si Dominicana no es de los primeros destinos en la ruta, pierde ventas al no ofrecer productos distintivos a compradores ya saturados. Esta es una oportunidad desperdiciada: el turismo dominicano se beneficiaría de artesanía con narrativa. Para muestra está la sorpresa de Aida Ruiz Montás: los servilleteros de su marca La Buena Fe se venden casi al instante en la tienda Jenny Polanco de La Romana, a una cantidad y velocidad que supera con creces las de otros puntos de venta destinados mayormente a locales. Una parte de los compradores son dominicanos con segundas residencias, sí, pero más de la mitad son visitantes extranjeros. “Y tantas personas preguntaban por el origen de las piezas, porque querían saber de dónde venían los diseños, que tuvimos que agregarles unas fichas que lo explicaban”, afirmó la arquitecta.
Los diseños provenían de una exploración de los faldones de madera, esos elementos decorativos de casas rurales que Ruiz Montás y su esposo documentaban en sus recorridos por el país. Las distancias que a otros conductores les tomaba dos horas a ellos les tomaba toda una mañana, debido a las tantas paradas que hacían para fotografiar los diseños y las combinaciones de colores que veían en las residencias del camino. “La gente siempre piensa en Puerto Plata cuando hablan de la apropiación de lo victoriano, pero no se imaginan los tesoros que hay en lugares como Baní”, recordó. “No importa si la casa fuese grande o pequeña, de bloques o de tablas de palma, siempre había una intención estética, con elementos decorativos como el faldón”.
Esa apropiación del Caribe anglosajón se ve en las galerías y los tragaluces, en los barandales y los balaustres de las casas que observaban en Baní y en Peravia. Eran una muestra de lo que el dominicano sin instrucción arquitectónica alguna podía hacer, a base de intuición y de comprensión de los materiales disponibles. Pero lo que más les llamaba la atención eran los faldones, esas cenefas decorativas que hacen la función de cubrefalta bajo el alero —casi como el listón de encaje en la arquitectura popular dominicana—. Estas piezas se elaboran en madera calada y en su mayoría tienen bordes dentados, siguiendo motivos florales, geométricos o zoomorfos. De esas fotos salió la inspiración de los patrones y las combinaciones de colores iniciales del Taburete Antillano, el modelo que marcó el lanzamiento de La Buena Fe en octubre de 2015. Aunque las series de distintos colores tenían buena salida, las de acacia dominicana —vista para destacar las vetas en vez de pintada— fueron la más deseadas. En vez de tener un faldón literal, esta vez se permitieron una deconstrucción con un borde crudo, donde la madera en sí fuese el elemento decorativo. Pero aun así sabían que no todo el mundo tenía el espacio en casa o la posibilidad de comprar un taburete o un banco por impulso. Además, muchos visitantes a sus exhibiciones —entre las cuales se encuentra una en la Design Week República Dominicana de 2019— les hacían con frecuencia la misma pregunta. “Yo sabía del potencial ilimitado de este concepto, pero no lo habíamos explorado todavía porque esto comenzó como un pasatiempo… hasta que se nos acercaron tantas personas preguntándonos si teníamos otros objetos”, recordó Ruiz Montás.
El primer experimento fue el de unas bandejas en roble, seguidas por los servilleteros en acacia. Las bandejas fueron un éxito de ventas, debido a que la cultura del café está presente en todos los niveles socioeconómicos del país; los servilleteros respondían a la necesidad pandémica de recrear el ambiente de los restaurantes en casa durante el confinamiento. De esa exploración salieron las argollas para servilletas, su más reciente proyecto: son una derivación más abstracta del faldón, en unas proporciones inesperadas por tratarse de un accesorio pequeño para la mesa. En esos objetos se encuentra una forma de llevar la cotidianidad del sur rural dominicano a la cotidianidad de muchas otras realidades dominicanas. Y, si las instituciones que lidian con la promoción del diseño y la artesanía de cara al turismo ven en proyectos como este un complemento a la visita de los cruceros, podrían también llegar a la cotidianidad de muchas realidades extranjeras. Al igual que ha pasado con los productos de La Buena Fe, combinar la investigación de lo popular visto a través del lente de los profesionales del diseño y producido por artesanos locales con materiales nacionales es una forma de ofrecer al turista algo que compita con la oferta regional. “Todavía hay mucho que investigar y explorar sobre los elementos que el dominicano ha transformado, de forma empírica, en algo propio y único”, concluyó Ruiz Montás.
Contenido original de Design Week RD.
Fotos: Cortesía de La Buena Fe