Una sorpresa superlativa
La semana pasada nos animamos a expresar la intensidad de las cualidades de nuestro entorno, de las personas y de las cosas que tenemos alrededor. Si lo característico de alguien o de algo se manifiesta en un grado muy alto y así queremos indicarlo, los adjetivos superlativos nos ayudan a hacerlo. Hemos repasado cómo se construyen, pero nos tienen reservada alguna que otra sorpresa.
Directamente del latín hemos heredado algunos superlativos sincréticos que podemos alternar con las formas habituales: óptimo (muy bueno, buenísimo), pésimo (muy malo, malísimo), máximo (muy grande, grandísimo), mínimo (muy pequeño, pequeñísimo), supremo (muy alto o muy superior, altísimo) e ínfimo (muy bajo o muy inferior, bajísimo). No duden en familiarizarse con ellos; solo tienen que probar a usarlos apropiadamente y verán cómo se lo agradecen sus textos: un resultado óptimo, un pésimo planteamiento, una dedicación mínima, un esfuerzo supremo; y, mi preferido, un porcentaje ínfimo.
Disponemos además de otros superlativos que se construyen no sobre la base del adjetivo en español, sino sobre la base del adjetivo en latín; son superlativos irregulares de uso culto que siempre es interesante conocer. Algunos aprovechan el sufijo -ísimo, que ya conocemos: fidelísimo (muy fiel), sapientísimo (muy sabio), antiquísimo (muy antiguo). Otros se forman con el precioso sufijo -érrimo: acérrimo (muy acre), celebérrimo (muy célebre), libérrimo (muy libre) y misérrimo (muy mísero).
Hay también un grupo selecto que puede presumir de disfrutar de dos formas de superlativo igualmente válidas, una formada a partir del adjetivo en español y otra formada a partir de su forma latina: crudelísimo y cruelísimo, asperísimo y aspérrimo, negrísimo y nigérrimo, pulcrísimo y pulquérrimo, pobrísimo y paupérrimo.
Están ahí para conocerlos; no solo para entenderlos en los textos ajenos, sino también para usarlos en los propios cuando la ocasión lo merezca.