Torres, castillos y pestillos
La buena lectura es un buen método, pero no el único, para aprender nuevas palabras. También es divertido y productivo dejarse atrapar por sus redes. Las palabras nunca están aisladas. Se entrelazan por su origen, por su historia , por su significado, por su función, por su gramática, por su ortografía... Tejen y entretejen relaciones que nos llevan de unas a otras. La semana pasada fuimos recorriendo las que se mueven por el tablero de ajedrez. Algunas se mantienen ahí; otras han desbordado los límites del juego para adquirir acepciones aplicadas a la vida diaria.
Ya sabemos que cada una de las casillas del damero se denomina escaque. ¿Qué hay más cotidiano que tratar de eludir nuestra participación en una tarea o en un compromiso compartido? Si nos queremos referir a ello coloquialmente, tenemos el precioso verbo escaquearse: Cada vez que hay que limpiar el patio se escaquea; No te escaquees y aporta en el serrucho.
Los hay que se escaquean y los hay que se enrocan. En el ajedrez hay un movimiento en el que el rey y la torre (o roque) del mismo color cambian de posición simultáneamente. Es el único movimiento en que el roque levanta los pies del suelo, y lo hace para proteger al rey; así decimos que el rey se enroca. Cuando pasamos del tablero a la vida, podemos enrocarnos en nuestra opinión sin considerar las razones divergentes, como si eligiéramos una posición defensiva detrás de la torre. Podemos encastillarnos en nuestro parecer, como si nos encerráramos en un castillo para hacernos fuertes. Podemos empestillarnos, trancarnos con nuestro punto de vista detrás de una puerta y echar el pestillo. La obstinación debe ser una actitud frecuente; no hay más que repasar las opciones preciosas que la lengua nos proporciona para referirnos a ella.