La urdimbre de las palabras
La lectura del extraordinario ensayo El infinito en un junco de Irene Vallejo, entre otras cosas, me ha hecho prestar atención a la hermosa relación que existe entre la expresión lingüística y el tejido; y no solo en su concepción, sino también en las palabras que usamos para referirnos a ellos. En su extraordinario recorrido por la historia del libro en el mundo clásico, Vallejo se esmera en ponernos delante de los ojos el papel que las mujeres han tenido a lo largo de la historia en la creación y la transmisión de los relatos. Y lo hace recurriendo a un puñado de palabras que en la historia de nuestra lengua han servido como metáforas populares de la literatura, palabras propias de la labor tradicional de las tejedoras que han pasado a utilizarse para referirse al lenguaje. Irene Vallejo confiesa que no sabe tejer ni bordar; yo, que sí lo hago, me sentí fascinada por la referencia a la forma que tienen de entretejerse la literatura y la aguja. Como bien nos recuerda Vallejo, textos y tejidos comparten la trama, el nudo, el hilo, el desenlace. Nos devanamos los sesos, urdimos un argumento, hilamos ideas y expresiones. A mí, como a Irene Vallejo, «me fascina la delicada urdimbre de las palabras» y me atraen y me entusiasman las obras de los que hacen que estas lleguen a nosotros a pesar del tiempo y de su labor destructora. Cuando vivimos momentos convulsos en los que hay que proteger los libros y las bibliotecas del fanatismo y la ignorancia, recomiendo fervorosamente la lectura de El infinito en un junco a aquellos que se interesan por conocer con cercanía que no renuncia al rigor cómo las palabras escritas logran superar el tiempo y su destrucción.