Bregando con el teteo
Amamos nuestras palabras. Cuando se escapan de los límites de esta isla queremos que se sigan llevando el marchamo de palabras dominicanas, que se sepa que se crearon aquí o que hablan de nosotros. Pero las palabras son libres, viajan de acá para allá a veces a bordo de las naves más extrordinarias o empujadas por corrientes inverosímiles.
¿Qué creen que pasará cuando en todas las fiestas, en todas las bebentinas de aquí o en los botellones de allá, cantando bachatas o bulerías, a uno y otro lado del charco, resuene a todo volumen la Linda de Tokischa y Rosalía? No solo se tratará de probar a qué sabe el arroz con habichuelas; se tratará también de averiguar qué son «los tres golpes» que en la canción sirven de punto de comparación para cierta sabrosura o qué se siente cuando se está «rulin». Por si la canción no fuera lo bastante explícita, se tratará de descubrir cómo se «brega con un capeo», cómo se «enrola la maría», qué prendas hay que elegir para «tirarse para el bloque» o a qué se refieren con «popola» o con «singar».
Si la canción se pega, y se pegará, detrás de ella irán las palabras. Nada nuevo bajo el sol, la misma doña Fefa lo hizo (por cierto, me gusta su cameo en el video). Y las palabras dejarán de ser exclusivamente nuestras para pasar a ser de todos. Es probable que dejen de ser juveniles, jergales, o incluso tabúes, para pasar a ser de uso común. Así sucedió con el teteo, que saltó al vocabulario general gracias a los desmanes antirrestricciones sanitarias.
Las circunstancias sociales e históricas también intervienen en la vida de las palabras; les insuflan vitalidad o las matan definitivamente.