Entre Omar y Orlando: la esperanza
Lo primero que debemos advertirles a estos noveles políticos, es que deben entender que, como explicara Max Weber en su celebrada conferencia, la política tiene la complejidad de que los medios de los que principalmente se vale son el poder y la violencia...
En el perímetro del sector donde vivo, en El Vergel, soy constantemente asediado por dos vallas que promocionan a dos jóvenes candidatos a diputado, uno por el partido Fuerza del Pueblo y aliados, Omar Fernández, y otro por el Partido Revolucionario Moderno (PRM) y aliados, Orlando Jorge Villegas. Ambos comparten la doble condición de aspirar por primera vez y de ser candidatos jóvenes, condiciones éstas que me motivaron a reflexionar sobre qué podría esperar el electorado de dos candidatos de estas condiciones, esto sin dejar de reconocer que la edad no constituye un mérito por si solo; ahora bien lo que sí garantiza la edad es que su práctica política no esté todavía maleada por las inveteradas prácticas de los viejos políticos, los cuales fueron definidos por Max Weber en una enjundiosa conferencia dictada en Munich el 28 de enero de 1919 titulada: “La Política como Profesión”, como políticos profesionales, concepto que fue retomado por Federico C. Álvarez en una magistral conferencia dictada en el año de 1929, en el Ateneo Amantes de la Luz de la ciudad de Santiago titulada: “Ideología política del Pueblo Dominicano”.
Lo primero que debemos advertirle a estos noveles políticos, es que deben entender que, como explicara Max Weber en su celebrada conferencia, la política tiene la complejidad de que los medios de los que principalmente se vale son el poder y la violencia, de ahí que en una estremecedora cita hecha por el del sociólogo alemán sobre la actividad política, se pueda leer lo siguiente: “...Quien se mete en política, es decir, quien se mete con el poder y la violencia como medios, firma un pacto con los poderes diabólicos y que para sus acciones no es verdad que del bien sólo salga el bien y del mal sólo el mal, sino que con frecuencia ocurre todo lo contrario. Quien no vea esto es, en realidad, un niño desde el punto de vista político.” (Max Weber: “La política como profesión”, pág. 140)
Estando la política planteada en estos términos, va a requerir de los políticos, principalmente de los jóvenes, que asuman una actitud vigilante frente a un enemigo definido por Weber como muy habitual y demasiado humano: se trata de la vanidad. En efecto en el citado texto volvemos a leer lo siguiente: “La vanidad, que es muy común y que es la enemiga mortal de la entrega a una causa y del distanciamiento, del distanciamiento respecto a sí mismo, en este caso... La vanidad es una característica muy extendida, y tal vez nadie esté libre de ella... En el político tiene otras consecuencias totalmente distintas. El político opera con la ambición de poder como un medio inevitable. “El instinto de poder”, como suele llamarse, pertenece de hecho a sus cualidades normales.... La vanidad, esa necesidad de ponerse a sí mismo en el primer plano lo más visiblemente posible... Pues, aunque el poder sea el medio ineludible de la política, o más bien, precisamente porque el poder es el medio ineludible de la política y porque la ambición de poder es, por ello, una de las fuerzas que impulsan toda política no existe deformación más perniciosa de la energía política que la fanfarronería con el poder propia de un advenedizo y la vanidosa complacencia en el sentimiento de poder, es decir, la adoración del poder como tal. El mero ‘político de poder’, tal como se le intenta glorificar también entre nosotros con un fervoroso culto, puede aparentar fuerza, pero actúa en realidad en el vacío y sin sentido.” (Op. Cit., págs. 126 y 127)
Tienen que cuidarse de no convertirse en el típico político profesional que vive no para la política, sino de la política, el puro prebendado que como dice Weber, recibe sus ingresos de tasas y derechos por los servicios que presta, siendo las propinas y los cohechos sólo una variante irregular y formalmente ilegal de este tipo de ingreso. Renunciar a la tan perniciosa práctica del clientelismo político sobre todo en la versión caracterizada por Michael Hardt y Antonio Negri, en su libro: “La Asamblea”, como: “Una adulación verbal del poder del pueblo pero, en última instancia, un control y una toma de decisiones por una pequeña camarilla de políticos.” (Pág. 49)
Concentrar todo su esfuerzo en detener el actual proceso de descrédito de la representación política, el cual ha llegado al punto de que la democracia representativa, en lugar de ser un pleonasmo como planteara en su momento Jacques Ranciére, en nuestro sistema político no ha dejado de ser un oxímoron.
Deben estar consciente Omar y Orlando y en ellos la generación de políticos que comparten su doble condición, que como afirma el sociólogo de la Universidad de Heidelberg: “La política significa horadar lenta y profundamente unas tablas duras con pasión y con distanciamiento al mismo tiempo. Es completamente cierto, y toda la experiencia histórica lo confirma, que no se conseguiría lo posible si en el mundo no se hubiera recurrido a lo imposible una y otra vez. Pero para poder hacer esto habrá que ser un líder; y no sólo esto sino un héroe, en un sentido muy sobrio de la palabra. Y quienes no sean ambas cosas también deberán armarse con esa firmeza de corazón que permite hacer frente al fracaso de todas las esperanzas, y deben hacerlo ya, pues si no, no estarán en condición de realizar siquiera lo que hoy es posible. Sólo quien esté seguro de no derrumbarse si el mundo es, desde su propio punto de vista, demasiado estúpido o bruto para lo que él quiere ofrecerle; sólo quien esté seguro de poder decir ante todo esto “dennoch” (no obstante, a pesar de todo), sólo este tiene Beruf (vocación) para la política.” (Op. Cit., 152)
Tenemos absoluta confianza que si Omar y Orlando y los de su generación observasen las reglas mínimas antes señaladas, en la política dominicana estaremos asistiendo al cierre de un ciclo y escribiendo una historia nueva y mejor.