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Aborto
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?Constitución, aborto y tres causales

La identidad sinuosa e irresponsable de la clase política dominicana es la que ha permitido que se llegue al esquema de chantaje al que hoy, al igual que en el pasado, se somete la presidencia de la República y el Congreso Nacional por el tema del aborto. Ese pudo ser y realmente fue un debate antes de la reforma constitucional del 2010, pero una vez aprobada, a los abanderados del aborto, solo les quedaba y aún les queda la ruta de pelear una contrarreforma que elimine el principio de la protección de la vida desde la concepción hasta la muerte consagrado por el artículo 37 de la constitución, porque a través de una ley, ese precepto no puede ser modificado como se pretende que se haga a través del nuevo código penal, y que conste, sería incluso necesario para ello un referéndum aprobatorio por tratarse de un derecho fundamental.

El sostenimiento del debate es posible porque la vocación por lo conveniente domina la actitud de nuestros líderes. Algunos de ellos partidarios del aborto transados con las tres causales, pero nunca lo han dejado salir de sus labios, otros no lo son, pero amortiguan el costo electoral acogiéndose al comodín de las cáusales, y por último, los que somos abiertamente contrarios al aborto, que somos indiferentes por ser ignorados electoralmente, incluso por los electores que expresan asumir el tema desde la fe, que en manada se lanzan en los brazos del sistema que promueve la cultura del populismo.

En ese contexto, la sociedad dominicana está embarcada en una amplia discusión sobre las tres cáusales, a pesar de que nuestro liderazgo está consciente de que el principio constitucional de la protección del bien jurídico de la vida no admite protección parcial a través normas adjetivas, pero, le falta el coraje y la integridad para defender la constitución en este punto, porque la “lucha” por la constitución es “asigún” esté envuelto o no el interés del poder, sea cual sea su naturaleza. Por lo demás y sin generalizar, nuestras élites quieren seguir viviendo en la cultura del bajadero, la de buscarle la vuelta a cualquier cosa que sea conveniente a sus intereses, o que los cubra de ser arrastrados por la corriente que los hace prisioneros del miedo, la que se concibe mediante la copulación de los intereses en un acto denominado “consenso”, erigidos casi siempre por mandato de sí mismos y enajenados de sus deberes de servicio a las instituciones.

Eso denota la baja calidad moral y la ausencia de integridad que inspira a los llamados a conducirnos, alejados de su rol de guías sociales, abridores de trocha y constructores de la institucionalidad necesaria para sentar las bases del futuro. Es una verdadera pena, pero aquí, casi nadie se ha detenido a pensar en el ridículo colectivo de una sociedad que se rasga la vestidura contra la reelección, pero vira la cara cuando debe trazar la raya de Pizarro para no prestarse a la manipulación de que el nuevo código penal pueda contrariar la constitución.

Quien suscribe fue uno de los en algún tiempo tenía una concepción “liberal” del aborto, era una vía fácil para justificar mi desidia a estudiarlo antes de opinar, eso fue así hasta que asumí como presidente de la comisión bicameral que realizó el estudio del nuevo código penal, cuyos trabajos fueron concluídos y siguen pendientes quince años después. Esa responsabilidad me obligó a buscar respuestas en la ciencia, era el único modo de evitar que mis actuaciones fueran guiadas por valoraciones subjetivas o religiosas, por ello terminé abominando la superficialidad con que asumí mis anteriores criterios, salí definitivamente del club de los que asumen posiciones de oído, cuesta trabajo porque implica estudio, pero le da fundamento a las cosas que uno piensa y dice.

Respeto aunque no comparta el criterio de todos aquellos que, de buena fe, en tanto cuanto hijos de la sociedad líquida, asumen las tres causales como un mecanismo de solución al drama humano que pretenden resolver, respeto incluso a aquellos que con todo derecho han decidido ser mercenarios de los intereses que pretenden imponer esa y otras agendas, cada quien elige su modus vivendi libremente, sin embargo, no puedo callar ante el empeño inmoral con que pretenden, bajo presión mediática y con financiamiento extranjero, imponerle al Estado dominicano la violación de su constitución en aras de abrirle paso al aborto a cualquier precio. A ellos, en todo caso tendríamos que terminar reconociéndoles el derecho a pelear su agenda, por muy mezquinos que sean los motivos de unos cuantos en esa lucha, pero a la clase política no le podemos perdonar su irresponsabilidad, su desvergonzada capacidad de virar la cara y eludir los costos colaterales que conlleva el cumplimiento del deber, por eso debemos superarla, dejando en el pasado a todos los actores de la misma que no sean capaces de asumir el cambio de esa maldita cultura de lo conveniente.

De ahí que para salir del modelo plutocrático, clientelista, populista y rentista de nuestra democracia de papel, erigida sobre un sistema que ha puesto el dinero como eje y la genuflexión a los intereses como meta, será necesario que la población, especialmente nuestras clases medias, impulsen un cambio en la cultura electoral que redirija la política que se supone debe dirigirnos, abandonando el ciudadano que mendiga derechos para empoderar el que reclama y lucha por las agendas. Esa meta sólo es posible, si vomitamos todo liderazgo político enajenado, ausente, trivial, mezquino, dúplice, hipócrita e irresponsable, porque como bien dice la biblia en Apocalipsis 3:16: “Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.”

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