Aprender del conflicto
Lecciones del conflicto árabe-israelí para la relación RD-Haití
Lo que voy a escribir parecería una locura, pero no lo es. Con mi viaje a Israel entendí que República Dominicana tiene mucho que aprender del conflicto árabe-israelí para no cometer los mismos errores y aplicar lo que sí funciona en su relación con Haití. Claro, hay que respetar siempre la escala de una cosa y de la otra, pero la esencia del problema es muy parecida: dos vecinos, uno "rico" y otro "pobre", con serias diferencias en sus estilos de vida.
Si bien las raíces del problema árabe-israelí son milenarias y hasta cierto punto irracionales, con un fuerte componente religioso en el medio, el cual muchas veces es utilizado como excusa para tapar las causas reales de los problemas, que son los recursos naturales y el potencial económico de la región, lo cierto es que mirar de cerca lo que pasa en esa región nos puede ayudar a pensar en lo que no queremos que sea la relación de la República Dominicana con Haití.
Pensar en una agresión violenta desde Haití en estos momentos es tonto, porque ese país no tiene las condiciones para ello, ni las tendrá a corto plazo. Pero eso no significa que las cosas se puedan deteriorar a largo plazo y que, dado un escenario de cambio radical del otro lado de la frontera, se comience a cultivar una cultura de odio que acabe por convencer a los haitianos de que no somos sus vecinos, sino sus enemigos, algo que sería terrible.
Y cuando hablo de aprender, me refiero a eso, no a las armas, al terrorismo, a la guerra religiosa. Hablo de la cultura de odio. Ya he dicho que he vivido dos veces en la República Dominicana, una en los noventa y ahora. En el medio mantuve el contacto de diversas maneras y confieso que me preocupa cómo el odio hacia los haitianos ha ganado terreno entre diversos sectores de la población, un cultivo que puede ser terrible a largo plazo si del otro lado se comienza, como parece, a sembrar lo mismo.
La guerra en Gaza se trata, al final, de odio mutuo, fomentado por intereses ajenos a los pueblos árabe e israelí, que han fomentado una industria de la división, que se nutre de la sangre que deja la violencia. Ojo con eso.