Recuerdos de velloneras
José del Castillo y la nostálgica revisión de "La Vellonera Revisitada"
Hace algunos días, como de costumbre, me di el lujo de disfrutar de un artículo de uno de los intelectuales dominicanos que más admiro y respeto, Don José del Castillo, publicado en el prestigioso periódico Diario Libre. A pesar de que José del Castillo es lo que coloquialmente podemos llamar un "todo terreno" que puede hacer discurrir su prosa por muchos temas de la historia, la sociología, la literatura y la cultura en sentido general, hoy me causó una agradable sorpresa su artículo titulado "La Vellonera Revisitada", que resultó ser el acompañamiento perfecto para el primer café en una mañana lluviosa.
Como era de esperarse, en este trabajo el articulista hace gala de un vasto conocimiento de nuestra cultura popular y nos habla de la incidencia de la vellonera como instrumento de invaluable aporte a la cultura musical y de importante manifestación social, compañera inseparable de amores y desamores.
Siendo apenas un niño, al trasladarse nuestra familia desde la ciudad de Baní a Santo Domingo, nos mudamos a Villa Juana y la casa en que vivíamos estaba justo al lado de un colmado donde una vellonera wurlitzer, muy parecida a la que ilustra el artículo de José, todas las noches irrumpía en el entorno con música que variaba según el sentimiento o estado anímico de quien escogiera la canción, un enamorado o un despechado; por la evolución en la selección de las canciones se podía descifrar ese proceso veleidoso que nos transita del amor al desengaño y que lo primero que afecta es las preferencias musicales que nos llevan de un momento a otro, de "Novia mía" de Paquitín Soto a "Tres corazones heridos" de Cuco Sánchez.
En esa época lejana, y a pesar de mi corta edad, aprendí de tanto oírlas lo que después me sirvió para entenderlas y amarlas, canciones, además de las ya mencionadas, "Sonámbulo" de Tommy Figueroa, "Prisionero de tus brazos" de Antonio Aguilar, "Entre espumas" del Jibarito de Lares, "Mala" de Fernando Valadés, "Luces de New York" (Cabaretera) de la Sonora Santanera, "Soledad" de José Luis Martínez, entre muchas otras.
La vellonera fue testigo y cómplice de muchas historias de amor y desamor, y en ocasiones fue causante de una que otra trifulca, y de alguna tragedia cuando los celos y el amargue se conjugaban con un bolero en las caderas ajenas del amor imposible. En nuestra cultura popular era frecuente escuchar decir "a fulano no hay quien le tumbe un disco" en referencia al valor personal o valentía de algún personaje. Esto viene de que muchas veces un enamorado o amargado, algún parroquiano, monopolizaba la vellonera y repetía muchas veces la misma canción, entonces alguien se acercaba al aparato y presionaba un botón que en la parte posterior se usaba para "tumbar el disco", a partir de ahí, muy probablemente, pasábamos al "Suceso de hoy", célebre sección del Informador Policiaco de Rodriguito.